CONDENA. Alberto Fujimori en audiencia por el caso La Cantuta y Barrios Altos en 2007.
Alberto Fujimori aprovechó una ventana de oportunidad para salir de la cárcel y morir en libertad. La ventana de oportunidad es el actual periodo oscuro y decadente de la política peruana, tal vez solo comparable a los últimos años del régimen fujimorista. Fujimori cumplía condena por, entre otros delitos, corrupción y violaciones a los derechos humanos, pero fue indultado ilegalmente por Kuczynski en 2018. A pesar de que volvió a prisión, el pacto corrupto que hoy gobierna el país gestionó su liberación, incluso con súplicas del Tribunal Constitucional al INPE (“qué más quieren que hagamos”), mediante un abierto desacato a la CIDH.
La descomposición política y moral que vive el Perú de hoy eran el contexto perfecto para liberar al reo. Al salir de prisión, retomó su vida política. Fuerza Popular anunció su candidatura para el 2026 (lo que hubiera sido otra ilegalidad) y, en una de sus declaraciones públicas más relevantes, Fujimori anunció que Dina Boluarte gobernaría hasta el 2026 porque así lo habían decidido.
No sorprende ahora la actitud zalamera de los diferentes políticos del régimen (vean por ejemplo al Defensor del Pueblo), la mayor parte de la televisión de señal abierta y cómo no, el gobierno, que además de expresar su nerviosismo ha anunciado tres días de duelo nacional y ha resuelto otorgar “las honras fúnebres que corresponden al Presidente de la República en ejercicio”.
En 1990, Fujimori también aprovechó una ventana de oportunidad para entrar en las ligas mayores de la política. En eso se parece a Pedro Castillo: apareció en la recta final como un candidato desconocido, que hizo un salto espectacular desde el cuasi anonimato a la presidencia de la república.
En aquella época, Fujimori apuntaba a ser senador, pero terminó postulando y ganando las elecciones presidenciales, disolvió el Congreso a través de un autogolpe de Estado y se reeligió dos veces. Se hubiera quedado muchos años más si no fuera porque la corrupción de su gobierno implosionó en el 2000. Finalmente, su proyecto autoritario tuvo el rechazo internacional y las movilizaciones ciudadanas contundentes en su contra no permitieron que se prolongara un régimen dirigido como una organización criminal.
Al final de su gobierno, tras la revelación de los llamados vladivideos y el anuncio de nuevas elecciones, Fujimori aprovechó otra oportunidad, una cumbre del foro económico Asia-Pacífico (APEC) en Brunei, para fugar a Japón y renunciar por fax a la presidencia de la república.
Como ciudadano japonés, postuló al Senado de ese país, sin éxito, y luego decidió regresar al país vía Chile en 2005. Aquel fue un error de cálculo. Pensando que sería recibido entre multitudes en Perú y que podría retomar el poder fue detenido en el vecino país y luego extraditado a Lima en 2007, donde fue condenado por delitos de corrupción y violación de derechos humanos.
La descomposición política y moral que vive el Perú de hoy eran el contexto perfecto para liberar a Fujimori"
Fujimori desaprovechó la oportunidad de pasar a la historia como el presidente que salvó al Perú del desastre económico y social. Es innegable que durante su mandato ocurrió la derrota del terrorismo y la estabilización económica del país, dos hitos fundamentales de la historia peruana reciente.
Sin embargo, siempre es importante recordar que el factor determinante para vencer a Sendero Luminoso fue la captura de su cúpula (un 12 de septiembre como hoy) gracias al trabajo policial del Grupo Especial de Inteligencia (GEIN) que se había iniciado antes de 1990. Es decir, las ejecuciones extrajudiciales del Grupo Colina, que llevaron a Fujimori a prisión, ni siquiera fueron relevantes para la derrota de la subversión.
También es cierto que Fujimori promovió una serie de obras rurales que han calado hondo en la memoria de la gente en lugares alejados. Pero más allá de esto, el resto de su mandato estuvo caracterizado por la consolidación de la corrupción sistemática y las maniobras antidemocráticas para aferrarse al poder.
Cuando recobró protagonismo político desde el Congreso, principalmente en la última década, el fujimorismo mantuvo su proclividad por la corrupción, su voracidad por copar instituciones, su búsqueda permanente de impunidad y sus lazos con el crimen organizado.
Así, el régimen del pacto corrupto que gobierna hoy podría caracterizarse como una suerte de fujimorismo sin un Fujimori directamente en el poder: empoderamiento de mafias, arbitrariedad en las decisiones públicas para favorecer intereses particulares, coaliciones alrededor de la impunidad, culto a la vulgaridad.
A lo largo de su historia, el fujimorismo ha desplegado consistentemente un estilo tramposo, prepotente y corrupto, que ha envilecido la política nacional y que hoy es nuevamente hegemónico. Ese es su principal legado. No es una cuestión subjetiva, tampoco un tema de odio: abundan las pruebas históricas y también las actuales.