La dictadura del MEF

La dictadura del MEF
Víctor Vich

Crítico literario y ensayista

Nuestro columnista examina la anunciada reforma laboral y sus consecuencias en un país donde la desigualdad y la poca institucionalidad han jugado con frecuencia en contra de los sectores más vulnerables y en beneficio de los dueños del capital.

Consultar sobre reformas políticas y judiciales es un gesto muy bueno, pero consultar sobre modelos económicos y derechos laborales parece estar prohibido en el Perú.  Desde hace más de 25 años,  la economía no se consulta pues ahí solo deciden los empresarios, algunos economistas y los técnicos del MEF. Casi podría decirse que, frente a las decisiones económicas, los presidentes han solido estar “pintados”  pues solo se han dedicado a acatar pasivamente lo que otros imponen a veces con “leyes de nombre propio”. Ojalá que el presidente Vizcarra no termine por ingresar a esa misma lista.

La renuncia del actual ministro de Trabajo es algo que no puede pasar desapercibido y frente a la cual debemos estar vigilantes. Se sabe que, bajo el fantasma de la “falta de competitividad”, un grupo de poder está impulsando un “paquetazo laboral” donde, como siempre, los recortes y ajustes no vienen del lado del capital sino solo del lado de los trabajadores. Quienes están proponiendo esta reforma afirman, sin problema alguno, que hay “sobrecostos laborales” (¿?), que los peruanos trabajamos poco, que es necesario reducir las vacaciones a 22 días, que los despidos pueden ser arbitrarios y que hay que bajar los sueldos mínimos. Sin ninguna vergüenza, están proponiendo sueldos mínimos diferenciados según la productividad y según las regiones donde se viva. Increíble, pero cierto.

No soy economista, pero estoy seguro de que la economía no puede ser una ciencia (perdón, una disciplina) tan pobre, tan chata y tan simple, para que exista una única receta capaz de solucionar los problemas y para que esa receta sea siempre a costa de los derechos de los trabajadores. No es así. No puede ser así. Ciertamente la economía es una disciplina con grandes debates internos, con posiciones diversas y con alternativas diferenciadas. Pero en el Perú contemporáneo vivimos, desde hace décadas, bajo la dictadura de una sola forma de manejarla, bajo una sola y triste forma de entender el crecimiento económico y el desarrollo social. "El mundo está lleno de mundos", escribió el importante poeta Carlos López Degregori. 

Luego de la negación del asilo, algunos decían que Uruguay no solo debe seguir dando cátedra jurídica sino también algo de visión económica.  De hecho, cuando yo hacía el doctorado en Literatura en Georgetown University, conocí a un uruguayo que hacía el suyo en Economía y nos hicimos muy buenos amigos, realmente amigos. Al terminar los estudios, él se regresó a Montevideo y hoy ocupa un importante cargo económico en el gobierno del Frente Amplio. Hace un par de años vino a Lima a participar de un seminario y se quedó impresionado con los economistas peruanos: “Che, qué fundamentalistas y dogmáticos son por aquí. ¿Dónde han estudiado?”, me dijo muy sorprendido. Harían bien los economistas peruanos (y los periodistas de los grandes medios) en estudiar cómo funciona la economía y la sociedad uruguaya. Yo también quisiera saber más de ese país.

Las estadísticas no significan tanto cuando uno se enfrenta a los pésimos servicios públicos y privados, al caos urbano, a la corrupción, las profundas desigualdades y la terrible falta de institucionalidad.

El Perú sigue siendo un país realmente desastroso donde el crecimiento de los últimos 25 años ha servido para muy poco. Las tablas estadísticas que siempre se nos presentan (por lo general parciales) no significan tanto cuando uno se enfrenta a los pésimos servicios públicos y privados, al caos urbano, a la corrupción generalizada, a las profundas desigualdades sociales y a la terrible falta de institucionalidad. Dicho de otra manera: la gran cantidad de dinero producido en las últimas décadas (por lo general concentrado solo en manos privadas o en grandes centros comerciales que se desentienden de la ciudad) no ha servido para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos ni para restaurar la importancia de los servicios públicos. Repasemos: la privatización de la educación no ha servido para mejorar la calidad educativa sino para empobrecerla y para convertirla en un vil negocio a través de miles de pésimos colegios privados y universidades plagiarias. La privatización del transporte no sirvió para mejorar la circulación por las ciudades, sino solo para incrementar las mafias y el caos que todos sufrimos día a día. La privatización de la salud ha servido, sobre todo, para que los laboratorios y las farmacias se aprovechen groseramente de las enfermedades de todos nosotros.  Podríamos seguir… 

Nos han vendido un cuento. Nos siguen vendiendo un cuento. Este es el capitalismo salvaje. Es un mito que estamos mejor que en los ochentas. Lo dijo el rockero Pelo Madueño y yo estoy completamente de acuerdo con él: la corrupción se ha agudizado, el individualismo usurero es el modelo que nos imponen, el racismo ha encontrado nuevas formas de manifestarse (“que los de Huancavelica ganen menos sueldo mínimo”), la inseguridad por todo el Perú se ha incrementado y las reformas del Estado son permanentemente boicoteadas por grandes grupos de interés. Digámoslo más claro: en el Perú no necesitamos reformar la “competitividad”. Necesitamos exactamente lo contrario, porque desde que este modelo se promueve solo hay mafias sofisticadas, empresarios corruptos, lobistas detenidos, usura, narcisismo, frivolidad y desorden. Hoy, necesitamos, más bien, restaurar el valor de lo público, del bien común, de los derechos de todos por igual. Necesitamos un discurso (y un conjunto de prácticas derivadas de él) que no oponga lo colectivo a lo personal sino que, más bien, demuestre que lo colectivo enriquece a lo personal y que por eso es necesario promoverlo y potenciarlo a cada instante. Necesitamos promover una cultura más interesada por la vida pública y menos alienada en una pura racionalidad instrumental.  

He seguido algunos comentarios de los economistas estos días: Fernando Zavala, Claudia Cooper, Jaime de Althaus (ay….) y de Gianfranco Castañola (quien escribió un increíble artículo digno de ser estudiado en un curso de “Análisis de discurso” en cualquier universidad del mundo) y es impresionante como todo ellos ya no ven la realidad, sino solo los modelos económicos que tienen en la cabeza (y los intereses particulares que vienen con ellos). Es impresionante cómo Elmer Cuba, luego de haber sido candidato fujimorista, sigue por ahí como si nada hubiera pasado con él y con el país. Por eso mismo, si quiere ser consecuente y honesto, el presidente Vizcarra debe cuestionar ese tipo de reforma laboral que, de manera autoritaria, está imponiendo cambios laborales sin haber consultado con nadie.

El desarrollo tiene que medirse integralmente y no solo desde la dictadura de la economía. Lo han dicho varios Premios Nobel de Economía. El desarrollo es calidad de vida y calidad de vida es, en buena cuenta, empleo justo y tiempo libre. Salario justo y tiempo libre otra vez: ese es el mayor bien de la vida que hoy solo tienen los que quieren reducirlo. Aquí, entonces, hay “doble discurso”, aquí quieren vendernos “gato por libre”, aquí hay algunos que piensan que solo ellos tienen derecho a vacaciones largas y a ganar mucho dinero. Aquí solo se están imponiendo los intereses de los más más ricos que, por supuesto, son los que hacen las leyes sin coordinar con nadie. ¿Qué es lo justo? Esa pregunta hoy parece fuera del debate político. Proudhon (y sus polemistas) decían que la esclavitud no había terminado sino que, más bien, siempre encontraba nuevas formas de constituirse. La llamada política de “productividad y competitividad” parece ir en esa línea. El razonamiento actual es tan irracional que los economistas del MEF se sienten mal de que el Perú sea el mejor país con vacaciones en la región: ellos quieren que sea el último. Parecería que solo quieren látigo y leones.

Si a finales del siglo XVIII el capitalismo necesitó de hombres “libres” para poder constituirse, hoy, más bien, la democracia representa un estorbo que deben evadir a toda costa.

De hecho, muchos pensadores actuales han constatado que, para el capitalismo de hoy, la democracia es un problema y una traba. Si a finales del siglo XVIII el capitalismo necesitó de hombres “libres” para poder constituirse (vale decir, para desplegar el trabajo asalariado), hoy, más bien, la democracia representa un estorbo que deben evadir a toda costa. Por eso, la “consulta previa” les es aterradora, la han boicoteado sin piedad y por eso, en efecto, en el reciente referéndum no hubo ninguna pregunta sobre el modelo económico. Un estudiante de un curso de poesía me dijo: “Pura superestructura nomás nos dan”. El fujimorismo necesitó de una dictadura política para imponer el modelo económico. La dictadura política se fue, pero los economistas (que de ahí surgieron) han continuado haciendo “lo que les da la gana”. No es ya el miedo a la “dictadura del proletariado” lo que hoy en día experimentamos los peruanos. Es constatación de que vivimos bajo una real dictadura de los grandes empresarios, y de los economistas y tecnócratas del MEF.

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