Por una cierta costumbre arraigada en el siglo XX de habla hispana, se llama 'generación' a una combinación de nuevas ideas y sensibilidades que en un momento tienen expresiones artísticas y políticas compartidas. El término no goza de mis simpatías, pues sugiere algo así como una especie de comunidad cronológica y suele estar reservado a un grupo de privilegiados. El uso anglosajón, de una manera más franca tal vez, reserva el término para referirse a un estilo de vida o sensibilidad que va más allá del ambiente cultural y político: desde los baby boomers de la post-guerra hasta los jóvenes 'milennials' o milenarios.
La aparición de una generación para mí es la señal de una nueva sensibilidad y pensamiento que se abren paso en la atmósfera pública. Es una muy peculiar conjunción de dos movimientos, la cosecha y la invención. Ambas prácticas, la cosecha, el acto de reunir las consecuencias, y la invención, el paso de la mera repetición a una feliz integración y adaptación a las necesidades del entorno, son inherentes a la vida social. Ocurren todos los días y de maneras muchas veces imperceptibles. Hay circunstancias, empero, cuando la cosecha y la invención logran una conjunción excepcional. Se convierten en sinónimos por un momento.
Pienso que es el caso en nuestra vida pública. Hace poco hubo una marcha de jóvenes contra una ley de trabajo que ofrecía formalidad institucional a cambio de la renuncia a no pocos derechos laborales. Se le llamó 'Ley Pulpín' y luego de varias manifestaciones de jóvenes en Lima y otras ciudades del país, la ley no llegó a ser promulgada por el presidente. Varios señalaron que esas marchas habían sido la muestra de la aparición de una nueva generación en la política. No lo entiendo de esa manera, un nuevo entusiasmo político no necesariamente debe ser entendido como un acta de nacimiento generacional. No cuestiono los aspectos de invención que puede haber, pero el factor de la cosecha no aparece tan evidente.
El nuevo momento generacional lo ubico en un grupo que está entre los 25 y 35 años. Se han asomado al mundo adulto sin ánimos proféticos pero tampoco con pesimismos extremos.
El nuevo momento generacional lo ubico en un grupo compuesto por gente algo mayor, que está entre los 25 y 35 años. Aunque el predominio es urbano, no subestimaría el poder de la revolución digital para incorporar al menos parte de la población rural. La zozobra de la hiperinflación y la violencia política de los ochenta y comienzos de los noventa forman parte más de los relatos de la conversación familiar que un dato central de la experiencia callejera. Se han asomado al mundo adulto sin ánimos proféticos pero tampoco con pesimismos extremos. Un escenario ideal para desplegar la curiosidad creativa, pues de antemano no conocen nada. No tienen la obligación de ‘confirmar’ que el futuro es radiante o que todo está perdido.
¿Cuáles son los rasgos que caracterizan a esta generación del instante compartido? La característica más fuerte y que es un cambio irreversible en la cultura pública del país es 'el fin de la tercera persona'. Esa costumbre de hablar 'en nombre de los sin voz'. Por el contrario, hay tantas voces que tenemos una escena pública bulliciosa, bullanguera.
Imaginarse que un discurso público emerge en medio del silencio de una muchedumbre de pongos aplastados por la servidumbre, en la versión progresista, o que el discurso aparece como una sacrificada opción ante 'gente que no sabe lo que le conviene', en la versión conservadora, es un recurso típico de la tercera persona. Hablo en nombre de 'ellos' porque no son capaces de representar adecuadamente sus intereses. Esta figura de la comunicación da por supuesta una condición de representación tutelada. Si bien la tutela pública de manera característica en la historia peruana ha estado y está representada en las Fuerzas Armadas y en la Iglesia Católica, la perspectiva tutelar va mucho más allá de estas dos instituciones. Ha sido una manera muy arraigada de entender al mundo y las personas. Con todo lo innovador que tuvo la generación de los años setenta –cuando y donde me formé–, todavía se movía en el terreno de la tercera persona al momento de elaborar sus discursos, de imaginar alternativas al orden de las cosas.
Terminar con la tercera persona, singular y plural, significa un cambio drástico en las maneras de entender la representación cultural y política. Es el abandono de las frases que marcan la jerarquía implícita. Dos expresiones típicas son las preocupaciones 'por el ciudadano de a pie', donde el presupuesto notorio es que quien lo dice NO es un ciudadano de a pie, que no pertenece, por ejemplo, al 80% de la población de Lima que diariamente usa el transporte público. Por alguna extraña razón la combi o el bus son parte de la categoría 'a pie'. Otra es usar como explicación o excusa concluyente 'el bajo nivel educativo de la población'. Una vez más quien lo dice afirma que NO tiene un 'bajo nivel educativo', lo que sea que signifique esa expresión.
Seguramente hay artistas, políticos, trabajadores, comerciantes que expresan estas nuevas maneras, estilos de estar presentes en la realidad, de manera muy específica. No me propuse hacer un inventario de personajes o grupos al estilo de esas antologías que siempre enfurecen a los poetas. Sí me interesa señalar que aparece algo que se podría llamar un sentido más fáctico de la justicia. No son estos los tiempos donde una ideología hacía a alguien inmediatamente virtuoso y por lo tanto había que hacer como la institución conocida por todos con sus miembros pedófilos, mirar a otro lado. Tampoco los de un pesimismo que hace de cualquiera un corrupto hasta que demuestre lo contrario. Hay una mezcla de un empirismo muy propio, con una ironía hacia las jerarquías de todo tipo. Esta generación ha hecho su propia cosecha de los últimos veinticinco años e inventa todos los días su propia cultura. Ahora el auditorio somos todos.
Aprendo mucho.
Mi agradecimiento.
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Fotos: Audrey Cordova