La sociolingüista habla sobre la importancia del quechua.
Mientras que en el 2006 las congresistas María Sumire e Hilaria Supa intentaron hablar en quechua en el Congreso de la República y fueron descalificadas por “demagogas”, “excéntricas” y “tercas”, hace unos días dos congresistas se dirigieron al pleno en quechua y nadie pudo cuestionarlo.
Es más, otro congresista tomó la palabra para referirse a la importancia de contar con un traductor en estos casos. Ya no apareció una Martha Hildebrandt para sancionar el hecho desde un racismo letrado, ni un Aldo Mariátegui con sus usuales ofensas (congresistas “diforzadas” o “desubicadas”). En realidad, el razonamiento de aquella época reproducía una ideología dominante que intentaré frasear de este modo: “Hablar en quechua no tiene lógica cuando ya se sabe castellano”.
Hoy, por el contrario, el quechua es usado por congresistas de diversas bancadas que dominan el castellano, usan cuello y corbata y opinan con asertividad. Hablar en quechua ya no constituye una especie de “confesión de inferioridad” y, por eso, los oyentes del país comienzan a reaccionar de otra manera.
Este incidente no constituye un hecho aislado. Algo está pasando en el Perú con relación al quechua y a muchas otras lenguas indígenas. El actual censo lo confirma, pues el número de quechua hablantes ha crecido tanto en términos absolutos como relativos, a pesar de que se preguntó solo por el aprendizaje de la lengua materna de forma incompleta. Además, resulta muy interesante observar que si bien un 13.6% de personas de 5 años o más declaró haber aprendido el quechua en su niñez, un 22.3% de aquellos de 12 años o más (¡casi 1 de cada 4!) se auto identificó como quechua, lo cual muestra que la identidad ya no solo pasa por la lengua, sino por diferentes marcas hereditarias u otro tipo de prácticas culturales.
"Hablar en quechua ya no constituye una especie de “confesión de inferioridad” y, por eso, los oyentes del país comienzan a reaccionar de otra manera"
Hoy, en efecto, existe un intenso movimiento de activistas que están cambiando las representaciones en torno al quechua. Es decir, están desestabilizando aquella ideología que establecía que el quechua sólo podía hablarse en contextos rurales y para usos tradicionales.
Por el contrario, muchas personas comienzan hoy a usar el quechua en diferentes lugares y para diversas prácticas. Algunos de estos activistas son blogueros, periodistas o comunicadores; y doblan películas de Hollywood al quechua, narran partidos de fútbol en esta lengua, producen videos diversos o publican revistas impresas para jóvenes. Otros como Liberato Kani o Renata Flores cantan hip hop, reggaeton, trap, pop o rock clásico en quechua.
Más aún: hoy el quechua se enseña en las redes sociales y las matrículas de los cursos presenciales van en aumento. El instituto Kuska busca “Quechuizar Lima” y el colectivo Quechua para Todos viene enseñando esta lengua en diferentes municipalidades con una acogida inmensa. Narradores y poetas quechuas han participado en el primer concurso de literatura en lengua originaria organizado por el Ministerio de Cultura. Los ejemplos podrían seguir y seguir. Hay que subrayar que estas personas no quieren preservar las lenguas indígenas para un museo. Las usan de forma simultánea al castellano y así exigen participar en la comunidad nacional (y global) desde sus identidades locales.
Podría decirse que, en la última década, el Estado ha avanzado mucho en relación a las lenguas indígenas y que esto está influyendo en lo que está ocurriendo desde la sociedad civil. De hecho, debemos reconocer los esfuerzos de gente muy valiosa y comprometida que trabaja en el Ministerio de Educación y en el Ministerio de Cultura, muchas veces sin los apoyos políticos más altos. Ni a los Ministros ni a los presidentes últimos les ha interesado el quechua. O solo les ha interesado para algún triste comercial de Prom Perú.
"El número de quechua hablantes ha crecido tanto en términos absolutos como relativos"
Sin embargo, a pesar de los avances, las principales políticas del Estado han estado históricamente focalizadas en el intento de garantizar sólo los derechos lingüísticos de los hablantes maternos del quechua que viven en zonas rurales, muchas veces desde una ideología remedial y compensatoria.
La educación intercultural bilingüe, por ejemplo, ha estado dirigida solo a estudiantes de zona rural y educación primaria, como si el mensaje fuera que solo necesitan este tipo de educación hasta que aprendan castellano. El fuerte trabajo del Ministerio de Cultura con funcionarios públicos de zonas quechua hablantes es lamentablemente entendido, por muchos funcionarios, desde la misma lógica: hablar quechua en las entidades del Estado es importante pero solo para atender a los campesinos que viven en las alturas y no saben castellano. Hasta el programa estatal de TV en quechua “Ñuqanchik”, que fue lanzado al aire en el 2017 y está cumpliendo un rol fundamental, se alinea con el mismo objetivo de incorporar a todos los peruanos que todavía no hablan castellano.
¿Qué pasa entonces con la gran comunidad de hablantes de quechua que sí habla castellano, vive en las ciudades pero quiere seguir hablando en quechua? Se trata de un amplísimo sector que claramente está quedando fuera de la política lingüística.
En las calles, en los circuitos de la sociedad civil, está sucediendo otra cosa. Una nueva generación de quechua hablantes –ya profesionales (o en vías de serlo) y con un uso intenso de las nuevas tecnologías- se ha propuesto salir del paradigma puramente “remedial”. Ellos están tratando de invertir el estatus del quechua usando la lengua en la vida cotidiana y pública de las ciudades y así alientan a más gente a hablarlo, aprenderlo y usarlo.
"Ojalá se siga hablando en quechua en el Congreso de la República y en otros espacios sobre temas tan serios como el futuro de la democracia"
Pero quizás lo más importante es que estos activistas no usan la lengua originaria para producir un discurso celebratorio (y muchas veces falso) sobre la diversidad lingüística, sino que la usan para enfrentarse al racismo, al daño al medio ambiente, al machismo, o a las políticas económicas del sistema neoliberal que siempre terminan favoreciendo a los más poderosos. Es decir, insertan la lucha por la lengua quechua al interior de muchas otras luchas contra la desigualdad.
Hace pocas semanas, por ejemplo, la cantante Renata Flores subió un video con un trap en quechua donde denuncia las estructuras patriarcales de la sociedad peruana y vuelve a insistir en los casos de feminicidio que quedan impunes como resultado del sistema corrupto de justicia que tenemos en el país. Dicho de otra manera: la lucha por el quechua, y por las lenguas indígenas en general, no puede desligarse de la lucha por la justicia en todos los frentes. No sirve defender la lengua si no se hace nada para revertir la situación de opresión y de marginalidad de sus hablantes.
Quizá hemos comenzado a superar esa etapa en la que solo se hablaba sobre el quechua en fechas conmemorativas a la población indígena y a las lenguas originarias. También aquella otra época en la que el quechua solo se usaba para hacer bromas en ambientes de confianza. Ojalá se siga hablando en quechua en el Congreso de la República y en otros espacios sobre temas tan serios como el futuro de la democracia. Ojala, las conquistas simbólicas (surgidas en el plano del reconocimiento) puedan también influir sobre una redistribución más equitativa de los recursos materiales y sobre un respeto por el territorio y los derechos indígenas. La lengua es siempre la cultura: solo con una articulación de la lengua con otros niveles de la cultura podremos hablar de una verdadera justicia en todo el sentido de la palabra.