La Villa Diodati sería una más entre las varias venerables mansiones de ensueño que adornan los alrededores del lago Ginebra de no ser por tres circunstancias especiales: la primera, según la leyenda, haber servido de residencia al poeta inglés John Milton (1608-1674) para escribir su monumental Paraíso perdido (1667); la segunda, haber sido el lugar de un irrepetible cónclave romántico en junio de 1816 en el que participaron, entre otros, Lord Byron, Mary Shelley, John Polidori y Percy Shelley durante una noche que se extendió a lo largo de tres días debido a la oscuridad provocada por la abundosa erupción de un volcán indonesio que esparció un profundo manto de ceniza por los cielos del planeta.
La tercera circunstancia es la que me tiene ahora aquí, sentado frente al escritor colombiano William Ospina, autor de la novela El año del verano que nunca llegó (2015), a punto de iniciar una conversación sobre varios temas, entre ellos una novela que es muchas cosas, pero sobre todo el relato de un encuentro fundacional y seminal para la literatura, un encuentro que daría posteriormente origen a dos grandes mitos literarios de la modernidad: Frankenstein (1818), de Mary Shelley y El vampiro (1819), de Polidori, señalada a su vez como una de las fuentes de Drácula (1897), de Bram Stoker (1847-1912).
Tuvo el raro privilegio de ser uno de los primeros lectores de las memorias de García Márquez, "Vivir para contarla". ¿Cómo ocurrió esto?
Yo conocí a Gabo de un modo tardío si se quiere. Si bien he sido lector de sus libros desde que estaba en el bachillerato y durante mi adolescencia, en esos tiempos ni siquiera llegué a imaginar que lo vería pasar por alguna parte. Él ya no vivía en Colombia y ya formaba parte, digamos, del firmamento literario. Haber tenido la oportunidad de conocerlo y de encontrarnos en distintas partes, y haberme descubierto un día no solo conversando con él sino además siendo su amigo e incluso su cómplice en algunas cosas fue una experiencia maravillosa. Él era un hombre verdaderamente mágico, como dicen sus biógrafos y muchas personas que lo conocieron. Para mí fue muy reconfortante y para mi carrera literaria muy estimulante ese contacto. Haber tenido esa proximidad durante diez años, que fue el tiempo durante el cual nos relacionamos con frecuencia fue valiosísimo, una experiencia maravillosa.
No debe ser difícil imaginar que tu libro favorito de García Márquez debe ser "Cien años de soledad". ¿Qué otros grandes libros hay en su obra, según tu opinión?
Allí hay algo curioso. Para mí tal vez el libro más admirable de García Márquez es "El otoño del patriarca". Sin embargo yo no creo que pueda llegar a ser su libro más popular, porque es un experimento literario tan rico, tan sofisticado…
…un libro de gran densidad…
…denso, sí, un libro que tal vez lo disfrutarían mucho más quienes tuvieran una relación más cercana con la literatura y la poesía, porque esa novela es también un gran poema sinfónico. Mientras tanto, "Cien años de soledad" es una novela extraordinaria, una novela no escrita en un acto de trabajo sino en una muestra sorprendente de inspiración literaria, un texto que brota a borbotones, como un gran surtido y logra fascinar a sus lectores, los hechiza. Es uno de esos libros que satisfacen tanto a los académicos de Oxford o Harvard como a quienes leen un libro por primera vez.
Mi sentimiento era que nuestro pasado histórico es muy rico y a la vez muy inexplorado. Mientras que Europa ha reelaborado literariamente buena parte de su memoria histórica, nosotros… A veces creemos que no hay pasado
Varias de tus novelas se sitúan en ese campo que podemos denominar ficción historiográfica, en especial aquellas que han abordado episodios del período colonial. Se trata de un campo muy fecundo en la narrativa latinoamericana, allí se encuentran "El arpa y la sombra", de Carpentier; "Los perros del paraíso", de Abel Posse o "Lope de Aguirre, príncipe de la libertad", de Miguel Otero... Una tradición difícil y fascinante.
Es cierto que tengo alguna fascinación por la literatura inspirada en temas históricos, tanto latinoamericanos como europeos. Algunos de esos títulos que mencionas estuvieron presentes sin duda en la elaboración de mi trilogía formada por las novelas "Ursúa" (2005), "El país de la canela" (2009) y "La serpiente sin ojos" (2012), pero intenté no pensar mucho en ellos al momento escribir y claro, luego no he tenido tiempo de comparar. Mi sentimiento era que nuestro pasado histórico es muy rico y a la vez muy inexplorado. Mientras que Europa ha reelaborado literariamente buena parte de su memoria histórica, nosotros…
…Tenemos una deuda, una tarea pendiente.
Sí. A veces creemos que no hay pasado o creemos demasiado la leyenda de que tenemos una pobreza cultural, cosa que no es cierta en modo alguno. Hay muchas cosas para contar y tenemos además el lenguaje para hacerlo. La gran aventura de la literatura latinoamericana no está solo en un conjunto de obras sino también en el hecho de haber construido un lenguaje, porque el idioma que nos llegó de España no era suficiente para contar historias. Ya desde el comienzo los cronistas y los poetas de la conquista se veían en aprietos para nombrar el mundo americano con las palabras que traían de Europa. Tener la mayor variedad de plantas del mundo y tener que nombrarlas con palabras de Grecia y de Roma; tener la mayor variedad de aves del mundo y tener que nombrarlas con un repertorio de gorriones y ruiseñores…
…para no olvidar a los cronistas que llamaban ovejas a las llamas.
Claro, exactamente. Había que construir un instrumento y se fue construyendo lentamente: lo construyeron los cronistas durante la colonia, lo modernizó el modernismo de finales del siglo XIX y esto continuó con la gran aventura de los escritores de la primera mitad del siglo XX para tratar de extraer la savia de este mundo americano, para crear la conciencia de que el lenguaje que usamos tiene la exuberancia de la flora equinoccial, el colorido de esta naturaleza, de nuestra diversidad de temperaturas. Al mismo tiempo este instrumento debía servir para expresar la lejanía con que a veces nos sentíamos frente al mundo y el sustrato de mundos sepultados que había en nuestra realidad. Yo creo que nunca como ahora hemos tenido un lenguaje tan rico para volver a explorar todas las cosas que somos.
Yo creo que nunca como ahora hemos tenido un lenguaje tan rico para volver a explorar todas las cosas que somos.
Podría dar la impresión de que la literatura se ha propuesto saldar esa deuda. El corpus de ficciones sobre el periodo colonial va creciendo paulatinamente. La deuda parecería ser más grave, en todo caso, en el cine. No se ha aprovechado aún, en toda su riqueza y toda su magnitud, esta narrativa épica.
Habría que entender que el cine es más exigente, pero de todos modos deberíamos desarrollar una teoría propia sobre eso. La enormidad de los episodios de la historia de América parecería exigir la enormidad de superproducciones para las que, ciertamente, no tenemos recursos. Entonces nos toca aprender, como le tocó a Europa aprender también en sus tiempos de penuria y de pobreza, que es posible encontrar recursos para mostrar cosas muy grandes a través de elementos más sencillos. Es decir, a veces la literatura europea revela cómo mostrar las guerras napoleónicas a través de la lucha de dos oficiales en un mismo ejército y apenas se insinúa todo el gran tejido histórico que hay detrás. Eso me hace pensar que en nuestro caso no todo tendría que pasar por el filtro de una superproducción. Podría haber una música de cámara que fuera capaz de reflejar muchas cosas de ese gran mundo. Recuerdo ahora un ejemplo importante, ese relato de Borges titulado “Guayaquil”, en donde se especula en torno a los secretos del encuentro entre Bolívar y San Martín, pero en la metáfora de dos profesores de historia y de literatura que están disputándose la posibilidad de viajar a un congreso. Debemos teorizar sobre eso, inventar recursos y descubrir caminos para mostrar de una manera nueva todo eso que hay por contar.
Bolívar es precisamente otro tema suyo. Y también de García Márquez, que logra un retrato melancólico de la agonía del héroe. No hacía falta allí el relato de una gran batalla, ¿verdad?
A mí me gusta mucho "El general en su laberinto", es un texto de gran hermosura y de gran precisión. García Márquez hace un esfuerzo por abrir un camino literario distinto a los que ya se había explorado antes. También es cierto que mostrar solo la agonía de Bolívar implica dejar mucho por fuera, muchas cosas valiosas que otras novelas deberán acometer algún día, porque el destino de estos libertadores, y no hablo solo de Bolívar, sino también de San Martín, de O´Higgins, de Sucre, es tan rico, tan complejo y ocurre en escenarios tan majestuosos que la literatura tendrá que dar cuenta de esto alguna vez.
¿Qué opinión le merece el uso actual de la figura de Bolívar en la política latinoamericana? ¿No son en esencia contradictorios los términos “bolivariano” y “revolución”?
Es inevitable que los grandes personajes históricos despierten en las siguientes generaciones el deseo de emularlos. Eso, por supuesto, no es garantía de que lo vayan a lograr, pero es lo más natural del mundo, de eso ha vivido la historia universal desde siempre. Allí están los que quisieron ser César, Alejandro o Napoleón. No debería extrañarnos o asombrarnos que no siempre lo consigan porque esa tarea es en verdad demasiado grande.
Pienso que es el tema el que dicta el tono y el género en que se escribe. Hay cosas que solo pueden expresarse o resolverse en poesía; preguntas que solo pueden responderse en un ensayo y temas que solo pueden canalizarse como narraciones.
La novela es un buen escenario de experimentación porque uno bien podría decir que la novela y sobre todo la novela moderna también podría ser un espacio en el que dialoguen los géneros.
Además de novelista usted es poeta y ensayista. ¿Son todos la misma persona?
Yo creo que es la misma persona y es el mismo idioma, pero son estados de ánimo distintos, preguntas distintas y tal vez soluciones distintas. Pienso que es el tema el que dicta el tono y el género en que se escribe. Hay cosas que solo pueden expresarse o resolverse en poesía; preguntas que solo pueden responderse en un ensayo y temas que solo pueden canalizarse como narraciones. También me gusta preguntarme si será posible fusionar todo eso, diluir las fronteras entre géneros, porque a veces me resulta un poco supersticiosa la idea de que un poema no puede pensar, un ensayo no puede conmover o un relato no puede cantar. A veces la novela es un buen escenario de experimentación porque uno bien podría decir que la novela y sobre todo la novela moderna también podría ser un espacio en el que dialoguen los géneros. De hecho lo ha sido más de una vez. Borges dijo que Ulysses de Joyce era un gran poema sinfónico. Algunos libros de Thomas Mann se nos antojan grandes ensayos sobre temas históricos o, cuando menos, enormes frescos sociales. Ya Salambó, de Flaubert, pretendía ser una gran investigación historiográfica. Son importantes las definiciones de los géneros, pero también es importante que la literatura esté viva, abra puertas, busque caminos…
…que problematice los límites
…pues sí. Y que no se resigne a la idea de que los géneros son como compartimentos cerrados que no admiten el juego entre ellos.
LA IMAGINACIÓN ROMÁNTICA
La última novela del escritor colombiano.
Hablemos un poco del libro que lo trajo a Lima en estos días, la novela "El año del verano que nunca llegó". ¿Podemos empezar diciendo que se trata de un homenaje al romanticismo?
Yo diría que más que un homenaje es una interrogación a los románticos. ¿Por qué existieron? ¿Cómo surgieron? ¿En qué consistió su aventura? ¿Qué consecuencias tuvo esa aventura para el mundo y la cultura? ¿Qué vigencia podrían tener hoy? Esas ideas o preguntas estaban vivas en mí mientras escribía el libro. Por supuesto, yo quería no solo mirar unos hechos ocurridos dos siglos atrás sino, hasta donde fuera posible, vivirlos. Es decir, no tratar de hacer un simple relato o un cuadro visto desde fuera, sino intentar involucrarme en él, penetrar en ese mundo, participar de esos estados de ánimo y de creatividad, revivir esa atmósfera.
De algún modo ese deseo y la pesquisa son dos elementos que van guiando la novela.
Claro. Y allí hay un personaje, que es el narrador de esta historia, que parece que quisiera estar allí, oyéndolos hablar, preguntándose por qué les ocurrieron a los románticos las cosas que les ocurrieron, tratando de seguirles la pista para descubrir qué los llevó aquella noche a aquella casa y por qué entraron cinco y salieron siete, si incluimos los dos monstruos que nacieron allí: "Frankenstein" y "El vampiro". Estas preguntas, apasionadas y fantasiosas no dejan, en efecto, de constituir un homenaje y no dejan de ser tampoco una suerte de invocación. En el fondo, en esas páginas está la pregunta de si nuestra época no podría participar un poco de esa pasión, de esas fuentes de la imaginación, porque yo me siento pertenecer a una época mucho menos libre, muchos menos inocente en relación con el mundo; creemos al mismo tiempo saberlo todo, creemos ser extraordinariamente libres, pero ya no alzamos la cabeza de unas tabletillas que hoy lo dominan todo.
Es un texto que es muchos textos: ensayo, autoficción, narración detectivesca, investigación, en fin, para emplear una ironía benévola, podemos decir que su libro es, a su modo, un poco Frankenstein.
Cierto. Yo lo sentí así a partir de algún momento, porque noté que estaba tratando de ensamblar varias cosas a la vez, como fragmentos de cuerpos con los que trataba de construir algo, con la diferencia de que yo, como el Dr. Frankenstein, no podía apelar a la electricidad para darle vida (risas). Me pregunté muchas veces cuál sería el método para que esta historia llena de cosas dispersas y a veces fragmentarias tuviera un poco de unidad y un poco de vida. Pienso que la poesía, que la magia del lenguaje era la llamada a cumplir ese papel. No sé si lo logré. Otra cosa que debía lograr era que el lenguaje, que el idioma estuviera muy vivo en cada página si yo quería que se sostuviera.
Es el relato de una noche fundadora. Y quisiera poner énfasis en la palabra “fundadora” porque parecemos vivir ahora, por contraste, una época huérfana de mitos. ¿Esa orfandad estaría en capacidad de explicar su fascinación por lo valores que defendieron los románticos?
La verdad es que algunas reflexiones y fascinaciones en relación con el romanticismo me han acompañado a mí durante décadas. Yo he sido un entusiasta lector de Hölderlin, de Novalis, de los poetas románticos ingleses. Y puse en juego no solo esa nostalgia de edades silvestres, esa melancolía por las nuevas de esos reinos, de las criaturas fantásticas o de los seres de la naturaleza, sino además comparto la ansiedad frente a la pregunta de si lo divino se ausentó para siempre del mundo o si todavía lo sagrado y lo divino podrían tener un lugar, un papel que jugar en el orden de nuestra civilización.
Eso sin contar el riesgo que supone escribir una novela erudita en una época en que todo se banaliza groseramente.
Ese riesgo existe y hay que hacerle frente. Sin embargo, he vivido con asombro la evidencia de que algunos de los lectores más entusiastas de este libro han sido jóvenes para quienes la erudición no es una preocupación ni un hecho que los espante. Me parece que el libro ha logrado ofrecer a los lectores una historia en la que no es indispensable estar lleno de referencias eruditas, históricas o enciclopédicas. Yo lo defino como un libro lleno de referencias literarias, sí, pero que puede ser leído por alguien que no posea esas referencias.
Narrativas. El autor de la entrevista, el periodista y crítico Alonso Rabí, con el escritor colombiano William Ospina.
COLOMBIA EN EL CORAZÓN
El año 2013 usted dijo: “La nueva Colombia aún no ha nacido”. ¿Qué le falta? ¿Cómo sería esa nueva Colombia?
Hace un tiempo escribí un libro sobre Colombia, titulado "Pa que se acabe la vaina", que es un intento de explicar las causas de la situación colombiana a la luz de la historia del último siglo. Resumiría el argumento de ese libro diciendo que todos nuestros países fueron fundados bajo el supuesto de una revolución liberal que no ocurrió en la independencia. Las castas criollas heredaron las repúblicas, fingieron fundar repúblicas liberales y en realidad perpetuaron de muchos modos distintos el orden colonial, de modo que cada país nuestro necesitó de una reforma liberal para ser un poco más verosímil su democracia. Muchos países lograron, perfecta o imperfectamente esa reforma. México la hizo temprano, en la segunda mitad del siglo XIX y los indígenas mexicanos asumieron ese desafío; en Ecuador, Eloy Alfaro; en Argentina, Roca e Yrigoyen, etcétera. Cada país hizo el esfuerzo. En Colombia, en cambio, jamás se abrió camino la reforma liberal. A mí me parece que lo que estamos viendo hoy es un país asfixiado por una mentalidad medieval, por los dueños de la tierra, los dueños de las oportunidades y los dueños de los privilegios. Ellos son los que asfixian al país con todos los recursos imaginables, desde los más violentos hasta los más letárgicos, en términos de manipulación mediática. Eso ha logrado mantener el poder sobre Colombia, que es como un barril a punto de explotar porque las reformas que se debieron hacer a finales del siglo XIX no se han hecho todavía a comienzos del siglo XXI.
Nuestros países fueron fundados bajo el supuesto de una revolución liberal que no ocurrió en la independencia. Las castas criollas heredaron las repúblicas, fingieron fundar repúblicas liberales y en realidad perpetuaron de muchos modos distintos el orden colonial.
La frase “Nosotros de rumba y el país se derrumba” parece describir muy bien el actual estado de cosas.
Así es.
¿Qué futuro le ve al proceso de paz? ¿Hay algo que no estén tomando en cuenta los negociadores?
Creo que sí. Las élites colombianas siguen pensando que es posible hacer una paz en Colombia basada en ponerle fin al conflicto armado pero sin eliminar las causas de ese conflicto, de esa violencia, de esa guerra que lleva ya cincuenta años y que tiene unas causas políticas y sociales muy profundas que es preciso derrotar también. Me extrañaría mucho que se pudiera poner fin a la violencia colombiana sin pasar por una solución de esas causas profundas de injusticia, de exclusión, de racismo, de acallamiento de la voluntad popular que Colombia ha vivido durante tanto tiempo. Al mismo tiempo, veo con mucha esperanza el armisticio entre las partes, pero solo como el comienzo de un proceso que significará paz si esas reformas tan postergadas se abren paso finalmente.
¿La literatura no redime en algo al país?
La literatura sirve en todos los países para lo mismo y es un trabajo muy grande. Guillermo de Humboldt diría que cada lengua es distinta de otra pero que todas las lenguas son iguales, que todas las lenguas son la misma lengua porque todas sirven para lo mismo y eso explica, entre otras cosas, la existencia de las traducciones, ¿no?, porque cada lengua dice las mismas cosas con distintos recursos. Es apasionante entonces ver cómo la literatura, que puede ser un acto tan privado y personal, de solución de necesidades y aspiraciones personales, de conocimientos, de búsquedas y asombros personales, se haga con un instrumento tan colectivo como el lenguaje y obre, en esa medida, transformaciones sobre una herramienta colectiva. Ezra Pound decía que la labor del poeta y el escritor era mantener la salud del lenguaje; eso significaría que cada escritor y cada poeta están trabajando para la comunidad, aunque no lo sepan o no se lo hayan propuesto. Si no fuera así, cada escritor tendría que inventarse un lenguaje personal para escribir sus libros y nadie sería capaz de leer esos libros. La literatura mantiene la salud de los pueblos. Y así como un escritor muy a menudo se salva de enloquecer gracias a sus creaciones, los pueblos se salvan de enloquecer, al menos un poco, gracias a su literatura y a sus artes.
[Sobre Colombia] A mí me parece que lo que estamos viendo hoy es un país asfixiado por una mentalidad medieval, por los dueños de la tierra, los dueños de las oportunidades y los dueños de los privilegios.
BREVE RADIOGRAFÍA DE UN LECTOR
He leído por algún sitio que sus libros viven en un desorden interrumpido de vez en cuando por una amiga que va a su casa para ordenarlos. ¿Es usted un lector de gestos azarosos?
Yo carezco de disciplina, pero me sobra el apasionamiento. No veo en mí alguien disciplinado, sino alguien entusiasta y obsesionado. Hay un poco de locura en esto. Creo que toda labor artística, poética o creativa necesita de un grado de locura. Pero me gustaría que se dijera de mí lo que alguien dijo de un personaje de Shakespeare: “está loco, pero hay método en su locura”. En algún momento pensé que necesitaba tener mis libros ordenados, pero ya sabemos que el orden alfabético puede ser arbitrario y caprichoso como cualquier otro orden. Por otro lado, las bibliotecas muy ordenadas suelen ser bibliotecas muertas. Y si algo sé es que mi biblioteca, que leo fragmentariamente y por ráfagas, se mantiene desordenada porque está viva.
¿Por qué libros tiene usted una probada fidelidad?
Hay libros que mantengo abiertos en alguna página en mi casa. Desde el primer libro que leí y que aún siento que me falta leer…
…cuyo título es…
…Odisea, de Homero. Otros serían La divina comedia, todo Shakespeare, todo Borges, la poesía de Hölderlin. No puedo vivir lejos de estos libros, lejos de la Enciclopedia de Novalis ni lejos de una gran cantidad de poetas de los que sigo nutriéndome y en ese caso no tengo los libros abiertos porque por fortuna tengo buena memoria para la poesía.
¿Cómo imagina el día que deje de escribir?
Será un día en que entre a un reino recóndito y lejano, como dicen algunas canciones.