Boris Johnson y Donald Trump durante una reunión cumbre entre el Reino Unido y EE.UU.
La pandemia del Codiv-19 no conoce fronteras de ninguna clase y aprovecha la globalización de la vida mundial para infiltrarse con rapidez en todos los territorios y en todas las poblaciones. La rapidez y la masividad de los traslados de personas por razones de negocios o turismo de un punto a otro del planeta, de un continente a otro, de un extremo a otro del mundo, y lo mismo de un extremo a otro dentro de cada país, favorecen grandemente a la proliferación del virus.
Más de 160 países ya registran casos, lo que no hace sino confirmar lo que la Organización Mundial de la Salud venía advirtiendo desde hace varias semanas. La declaración de pandemia fue a fin de cuentas ya una simple formalidad. El mundo está amenazado, pero recién empieza a tomar medidas que debieron adoptarse con mayor anticipación, para evitar lo que hoy ya ocurre con graves consecuencias de víctimas en muchos países.
Si la amenaza sanitaria es global, la respuesta a ella también debería serlo. Pero no ocurre así. Al contrario, en plena crisis de salud mundial, nunca se vio mayor desconcierto y aislamiento entre los dirigentes de los diferentes estados del mundo. Las Naciones Unidas, a través de la Organización Mundial de la Salud, trata de coordinar algunas cuestiones muy básicas, pero que resultan absolutamente insuficientes para las dimensiones del desafío.
¿Dónde están, pues, los líderes mundiales? Esos que tanto se jactan de su poder y que, en verdad, disponen de recursos económicos y logísticos cuantiosos que deberían ser puestos a disposición de una lucha global sin tregua contra el enemigo que amenaza a todos, sin distinción? Cada cual, por su lado, actuando según su respectivo y muy particular interés, sin demostrar un compromiso serio y vigoroso con la situación de emergencia que amenaza al mundo.
Si la amenaza sanitaria es global, la respuesta a ella también debería serlo.
Y hay algunos de esos líderes que son una verdadera maldición en tiempos como los que vivimos. Por ejemplo, Donald Trump, el presidente de los Estados Unidos, la potencia más poderosa del mundo. Trump se ha dedicado a emitir mensajes confusos, demagógicos, mentirosos, manipuladores, con la exclusiva finalidad de no hacer nada que afecte los intereses económicos de la élite norteamericana. El resultado es que hace menos de dos semanas Estados Unidos tenía mil infectados. Hoy tiene más de treinta y cinco mil y es el tercer país del mundo con más casos registrados.
En los Estados Unidos, ante la falta de acción efectiva del gobierno federal, son los gobernadores de algunos estados, como los de California y Nueva York, los que han tomado la iniciativa y han dispuesto algunas acciones efectivas, como la prohibición de eventos multitudinarios, el cierre de restaurantes y bares, la recomendación activa a los ciudadanos a hacer teletrabajo, y la activación de una campaña de concienciación ciudadana sobre el peligro que se cierne para todos.
Lo mismo cabe decir del primer ministro inglés, Boris Johnson. Este demagogo, que llegó al poder por la coyuntura que le facilitó el pleito gratuito y absurdo con la Unión Europea, declaró desde un principio que no pensaba hacer nada y declaró que el Reino Unido debería contar con que sufriría un gran número de víctimas. Todo por la misma razón de no afectar los intereses económicos de élite, que representa y defiende. Tras seis mil infectados, la situación le ha obligado a una tardía rectificación. Este lunes decretó tres semanas de confinamiento obligatorio en el Reino Unido y el cierre de las tiendas, con excepción de los supermercados y las farmacias.
Estos líderes [Trump y Johnson] son una verdadera maldición en los tiempos que vivimos
Lo más triste es la situación de la Unión Europea. ¿Existe la Unión Europea? Pues en estos momentos no se nota en absoluto. Cada país se defiende solo, por sus propios medios, sin coordinación, en un desorden general que, si se contrarrestara, podría generar una respuesta más eficiente. Italia ha sido dejada a su suerte, sufriendo las consecuencias de sus propios errores. Ojalá que España pueda controlar y evitar la tragedia que vive Italia.
¿Dónde está el liderazgo mundial, ahora que las papas queman? Ahora se ve con claridad la inutilidad del enorme gasto en armamento e investigación científica para fabricar nuevas armas mortíferas. Si se hubiera gastado en investigación científica con fines de salud una pequeña fracción de lo que se gastó en chatarra para matar, tal vez hoy tendríamos instrumentos eficaces para contrarrestar el virus. Pero eso no importaba, porque las epidemias eran asunto del tercer mundo. Ahora la amenaza es global. Nadie está exento.