FUERZA. Para el 2018, las mujeres ya representaban el 45% de la PEA.
Uno de los grandes logros del feminismo occidental del siglo XX es el ingreso al mercado laboral vinculado a la producción de bienes y servicios. De hecho, uno de los íconos de este acceso es el famoso cartel “We can do it” (o “Nosotras podemos hacerlo”) elaborado por la industria estadounidense en plena II Guerra Mundial para fortalecer su compromiso e incentivar su productividad en tiempos difíciles.
Hoy, en tiempos de pandemia del Covid-19, de aislamiento social, de teletrabajo para algunos, de aprendizaje a distancia para muchos, y de muchas actividades cotidianas de cuidado, cabe preguntarse si las mujeres diremos al final de esto que “pudimos hacerlo”.
Para el 2018 se calculaba que las mujeres conformaban el 45% de la PEA (Mintra, 2018). De este grupo, casi un 30% eran empleadoras o empleadas en el sector público y privado; y el 32,7% tenía estudios superiores. Estas reflexiones están pensadas sobre este sector que podríamos llamar las “privilegiadas” dentro del precario aparato laboral peruano.
Es muy probable que, en estos días de cuarentena, aquellas cuyos trabajos no están vinculados a las actividades priorizadas durante la cuarentena estén cubriendo de manera sincrónica las actividades de la economía de la producción y de la economía del cuidado. Teletrabajo, cuidado de menores y mayores, preparación de alimentos, cuidado del hogar y acompañamiento escolar son partes de las tareas actuales.
Tomemos en cuenta que, en tiempos normales, las estadísticas disponibles sobre uso del tiempo señalaban que las mujeres peruanas ocupan más del doble de horas que los hombres en actividades domésticas no remuneradas y casi el triple en la preparación de alimentos (ENUT, 2011); y un cuarto menos de “tiempo libre” para la realización de otras actividades. Hoy, esas horas adicionales coinciden inevitablemente con el horario de oficina.
CARGA. las mujeres peruanas ocupan más del doble de horas que los hombres en actividades domésticas no remuneradas.
Foto: Andina.
Escenario inminente
En términos de “productividad”, es muy probable que la de las mujeres en trabajo remoto disminuya frente a la de sus pares masculinos justamente porque la doble o triple jornada es ahora en tiempo real. No sólo hay más tareas, sino que las tradicionales tareas de casa como la limpieza, acompañamiento escolar o la realización del propio trabajo son más complejas.
Más aún, una vez pasada la emergencia, es probable que haya despidos, reducción de contratos, de salarios o de jornadas laborales. A eso se suma que muchos enfrentaremos problemas de salud mental producto de esta emergencia, no podremos volver a la vida tal como la conocimos en mucho tiempo (eso incluye el funcionamiento de las escuelas) y es muy probable, además, que por un tiempo las cuarentenas producto del Covid-19 (o sus mutaciones) sean cíclicas.
¿Cómo podrán responder las mujeres a los retos de mantenerse en un mercado laboral, de por sí muy competitivo, sin conciliaciones trabajo-casa y con cuidado 24/7? Todo parece indicar que las mujeres… no podremos. Históricamente, la escuela y la guardería han sido las instituciones que permitieron a las mujeres salir al mercado de trabajo.
Añadamos a la ecuación a las mujeres que decidieron tener proyectos autónomos de vida y dejar la vivienda de familia nuclear original para emprender una vida autónoma con sus hijos. En tiempos de pandemia, con escuelas y guarderías cerradas, las mujeres trabajadoras están más solas que hace 50 años.
No se trata de volver al subempleo, sino de pensar en políticas que protejan derechos.
Propuestas urgentes
Abordar este problema no es un asunto sólo de trabajo doméstico compartido, recordemos que más de un tercio de los hogares son monoparentales encabezados por mujeres. Urge, entonces, el diseño de acciones afirmativas que alienten la preservación del empleo femenino de corto y mediano plazo. Acá algunas ideas que podrían ser útiles.
En el corto plazo, políticas de mantenimiento de los puestos y salarios de las mujeres asalariadas, en particular, de aquellas que son jefas de hogar. Esto supondría también que los empleadores puedan hacer una redistribución de funciones en los casos en que el trabajo remoto no sea posible, y la disponibilidad de acceso a Internet y dispositivos en los casos en que no hubiere.
En el mediano plazo, será necesario contar con políticas de acción afirmativa, que pueden ir desde incentivos para la contratación de mujeres hasta elegir mujeres de manera preferencial en los casos donde haya un puntaje igual en los procesos de contratación. En paralelo, acelerar los procesos judiciales pendientes en temas de alimentos. No hacerlo es condenar a las mujeres a quedarse fuera del ámbito laboral que tanto esfuerzo ha tomado por generaciones y perder un capital humano fundamental en la reconstrucción de todo lo que está por venir. Un tema aparte son las miles de jefas de hogar con trabajo independiente o incluso informal, quienes tienen, más que antes, la necesidad de proyectos productivos en cadenas de valor.
Asimismo, será importante que, en las consideraciones para la reactivación, se tome en cuenta el impacto de las medidas en el trabajo del hogar y cuidado de menores y mayores remunerado, un peligro para las ya débiles economías de los hogares de las mujeres que se dedican a estas actividades, muchas, a su vez, jefas de hogar.
No se trata entonces de volver al subempleo doméstico en condiciones de semiesclavitud, sino de pensar en serio políticas de conciliación trabajo-casa que protejan derechos y una vida digna para todos y todas, con equidad. La historia de tener una política pública del cuidado está aún por escribirse y esta puede ser una oportunidad.
Carmela Chávez Irigoyen es investigadora y docente universitaria. Es doctoranda en sociología de la PUCP y cuenta con una maestría en derechos humanos en la Universidad Carlos III de Madrid.