Un biógrafo dedica parte de su vida a tratar de contar toda o casi toda la vida de otro. Es en esa paradoja aparente que el biógrafo da forma y sentido a su trabajo. Un trabajo que, hay que decirlo, exige rigores de hormiga, humores de ratón de biblioteca y paciencia de santo. Y es que definitivamente no debe ser fácil dar cuenta de una vida ajena, como si ya la autobiografía no tuviera suficientes problemas con los que lidiar.
Sobre este y otros asuntos trata este diálogo con Gerald Martin (Londres, 1944), uno de los latinoamericanistas más destacados de la actualidad, profesor en varias universidades –entre ellas Pittsburgh– y autor de varios estudios dedicados a la ficción latinoamericana. Su celebrada biografía de Gabriel García Márquez fue publicada en su Londres natal en el 2008 (Gabriel García Márquez: A Life), pero tuvo rápida y amplia propagada en nuestra lengua. No contento con esto, Martin está trabajando ahora en una nueva versión de Una vida que, según se sabe, tendrá tres tomos y más de dos mil quinientas páginas. Pero lo más inquietante es que está por publicar la biografía del también escritor y premio Nobel Mario Vargas Llosa.
Martin va a historiar, de esta manera, dos vidas que tienen tanto de antagónico como de comparable. En este momento muchos lectores recordarán la sólida y entrañable amistad que unió a ambos escritores en los años dorados del boom latinoamericano. También que se trata de dos escritores que antepusieron de modo radical su vocación por la escritura a cualquier otro asunto y que en esa determinación esclavizante pero gozosa tejieron páginas notables para nuestra tradición. Del mismo modo, no debe olvidarse que la enemistad se interpuso entre ambos y que de sus causas nos quedaron, sobre todo, el recuerdo de un soberano puñetazo, un terco misterio, la foto de García Márquez con un ojo morado y finalmente dos trayectorias vitales que fueron distanciándose ideológica e inexorablemente.
GABO TOTAL. La aclamada biografía escrita por Gerald Martin.
Vargas Llosa sobrevivió al episodio y al asedio de los curiosos; García Márquez debe estar contemplando la escena quizá al lado de Remedios la Bella. Dicho esto, aquí la conversación.
Quisiera comenzar pidiéndole una reflexión sobre esta afirmación en la que estuve pensando mientras preparaba mis preguntas: Si bien es cierto que una biografía es una manera de aclarar una existencia, de limpiarla de mitos y depurar malentendidos, ¿no es también una forma de alentar o crear una nueva mitología sobre la persona?
–Mi experiencia en la vida y en la literatura me dice que las mitologías están siempre pululando, están siempre al acecho, que no hay una manera muy efectiva de evitarlas. Por otra parte, narrar supone, de alguna manera, crear mitologías. Para llegar de un párrafo a otro en mi biografía de Gabriel García Márquez he tenido que inventar entre comillas, implícita o explícitamente, algunas conexiones. A veces hay cosas que ni el mismo biografiado sabe con precisión o recuerda con claridad, y entonces hay que inventar, matizando el uso de esta palabra, hay que dar por supuestos pequeños detalles que sin bien es cierto son imposibles de demostrar fácticamente, ayudan a completar los vacíos del relato. Esta es quizá la principal dificultad que tiene que enfrentar un biógrafo y sospecho que algo similar puede ocurrir con los historiadores que tienen que vérselas con temas o asuntos que no cuentan con pruebas documentales suficientes.
¿Serían entonces unas licencias creativas que se toma cada biógrafo sin perjudicar digamos el fondo de su relato?
–Exactamente. Yo las vería de ese modo. Si no, no se puede completar una biografía.
Durante toda mi vida he querido escribir la biografía de Vargas Llosa, pero por muchas razones llegó primero la de García Márquez.
¿Qué tipo de resortes o motivaciones de pusieron en acción para que usted decidiera emprender la escritura de una biografía de García Márquez, teniendo en cuenta que ya tenía algunos competidores, como Dasso Saldívar, entre otros? ¿O fue quizá la materialización de una profunda admiración por García Márquez?
–En ese último punto mi respuesta lo va a decepcionar. Lo siento mucho, pero esa no fue originalmente mi idea. Yo, durante toda mi vida, he querido escribir la biografía de Mario Vargas Llosa, pero por muchas razones y azares llegó primero la oportunidad de escribir esta de García Márquez. Todo comenzó cuando publiqué un libro que era una suerte de introducción a la ficción latinoamericana contemporánea. Mi editor en Londres quedó impresionado porque el lenguaje de ese libro era bastante amigable y él pensó que llegar al gran público era una enorme virtud en un académico. Fue él quien me propuso comenzar la aventura de escribir una biografía de Gabo. Yo, se lo juro, suelo ser una persona bastante modesta y nunca se me habría ocurrido. Cuando recibo el encargo, ciertamente, ya García Márquez era Nobel, un clásico en vida…
Una celebridad completa…
–Absolutamente, sí. Ahora bien, uno podría preguntarse por qué acepté el encargo. Bueno, la gran razón puede ser circular, pero dice mucho: García Márquez es García Márquez (risas). Pero a eso debo añadir que una de las cosas que más me gusta hacer en esta vida es viajar por América Latina y por supuesto este encargo presentaba la oportunidad de realizar varios viajes a distintos lugares, así que eso era muy tentador. Otro atractivo era llegar a conocer a buena parte de las personas más importantes del entorno del escritor. Y por último, porque me pareció en ese momento, y me lo sigue pareciendo ahora, que Cien años de soledad es la gran novela de América Latina.
¿Y cuál fue su intención, su objetivo central, al comenzar este trabajo?
–Lo que me ha fascinado siempre, sin ser pretencioso, es eso que dijo Marcel Schwob sobre Flaubert: que era un gran escritor, que era un escritor burgués y sin embargo lograba escapar de esa clasificación porque llegaba a representar el espíritu de todo un pueblo, de toda una nación. Eso ocurre con García Márquez también. Y a mí me resulta fascinante la relación entre un escritor y su pueblo, ese vínculo tan sólido y a veces tan inexplicablemente armonioso o lleno de tensiones que existe entre una obra y una colectividad. Los otros escritores latinoamericanos que me han interesado mucho, que son Miguel Ángel Asturias y Mario Vargas Llosa, presentan también esa relación. Si algo he pretendido, entonces, ha sido ofrecer al lector la naturaleza de esos vínculos, hacerlos visibles, porque creo que ayudan mucho a entender la obra.
Me resulta fascinante la relación entre un escritor y su pueblo, ese vínculo tan sólido que existe entre una obra y una colectividad.
En los casos que usted ha mencionado, efectivamente, existe ese vínculo. Asturias con su recreación del pasado maya y su trazo del presente guatemalteco; Vargas Llosa con toda la carga política que suponen algunas de sus novelas…
–Sí, y en el caso de Gabo no estoy seguro de haber logrado la demostración de esos vínculos de forma clara y total. De un lado está el nexo entre Gabo y Colombia, algo basado en profundas creencias y convicciones culturales, así como en una vitalidad exuberante. De otro está también la relación entre Gabo y América Latina, que viene a ser la patria grande, así que el asunto se va complejizando cada vez más. Yo he llegado a escribir alrededor de tres mil páginas pero mis editores británicos no se entusiasmaron tanto, de modo que el texto que circula ahora es un poco la versión condensada de la investigación original. No es que no quiera defender esa versión, pero siento que no responde al propósito original que me había planteado al inicio.
CLÁSICO. Alonso Rabí en entrevista con Gerald Martin durante su visita para el Hay Festival Arequipa.
¿Encontró en el camino de construir la vida de Gabo, datos inesperados, cosas que lo sorprendieran sobremanera, que nunca hubiera esperado?
–Muchísimas. Yo comencé a escribir el libro y tenía todavía una visión muy contradictoria de García Márquez…
Perdone la interrupción, ¿en qué sentido contradictoria?
–Lo admiraba mucho como escritor, eso es verdad, pero me daba la impresión de que era una persona como todo el mundo me había estado diciendo: vanidoso, difícil, arisco, algo intratable, arrogante.
¿Y era de ese modo?
–Todo lo contrario. Ni una sola vez, se lo aseguro. Seguro que hay Gabos diferentes con personas diferentes, pero en mi caso no encontré la más mínima dificultad, ni un solo segundo de dificultad, excepto cuando le dije que no me gustaba tanto El otoño del patriarca (risas), fue el único episodio incómodo que tuvimos (risas). Puedo decir entonces que el García Márquez que yo conocí no era el García Márquez de su leyenda. Era una persona muy sencilla.
En los últimos tiempos he tenido la suerte de conversar con algunos escritores colombianos de dos o tres generaciones posteriores a García Márquez y todos parecían estar de acuerdo en ver, pensar y sentir a Gabo como un clásico. ¿No es demasiado temprano para eso? ¿Qué piensa?
–Bueno, hay que ver las cosas con calma. Uno podría no estar de acuerdo con esa etiqueta si a uno el escritor le sigue pareciendo contemporáneo o relevante.
Claro, pero imagino que hay una diferencia entre ser un clásico como Homero o Dickens y otra en serlo con una obra que aún mantiene muchos nexos con la vida contemporánea del país y el continente.
–Sí, claro. Pero los jóvenes son jóvenes, ¿no? (risas). La verdad es que mi propio editor me dijo que pensaba que era necesario publicar pronto mi libro porque García Márquez ya se estaba convirtiendo en un clásico (risas). Y eso parecía ser malo porque los clásicos no necesariamente venden mucho, más venden los contemporáneos. Entonces parece que esta idea no es propiedad exclusiva de los escritores colombianos más jóvenes. Y ciertamente la obra de García Márquez mantiene vivos esos nexos con su país. Si uno va a la costa colombiana es fácilmente constatable que ciertos modos de vida, costumbres y creencias están perfectamente vigentes. Quizá reconocer a García Márquez como clásico sirva para identificar ahora a una nueva narrativa que ha logrado distanciarse de él y recorrer caminos formales y de estilo que son completamente distintos. En ese sentido, creo que están haciendo con Gabo lo mismo que él hizo con sus antecesores: convertirlos en clásicos.
Hay dos temas que parecen interesar mucho cuando se habla de mi biografía: uno es el puñetazo de Vargas Llosa y el otro es Fidel Castro.
Un aspecto que debe haber sido difícil en esta biografía es el de la amistad entre Gabo y Fidel Castro. Más allá de cualquier condena ideológica, usted ha tratado de encontrar una explicación a esta amistad, algo que se ha cuestionado de muchas maneras, pero nadie, y en eso usted es quizá una enorme excepción, ha visto en esa relación una compenetración profunda entre dos personas.
–Hay dos temas que parecen interesar mucho cuando se habla de mi biografía: uno es el puñetazo de Vargas Llosa, un secreto inexpugnable, y el otro es Fidel Castro. Creo que a nivel personal estas dos fueron las relaciones más gravitantes de García Márquez. Yo fui muy consciente de que ese tema era difícil, complejo. Pero al mismo tiempo sabía que era un asunto que podía dominar la recepción de mi libro, como de hecho ocurrió en algunos casos. Ahora vivimos en un mundo en el que la palabra comunismo es casi impronunciable, es una palabra tabú. Cuando yo era joven y estudiaba literatura latinoamericana, tenías a Neruda, a Vallejo, a Guillén, a Asturias, grandísimos escritores latinoamericanos que a su modo fueron comunistas. García Márquez nace a la literatura después de la Segunda Guerra Mundial, nace con la Guerra Fría, su visión del mundo es la de un mundo políticamente corrupto. También hay que considerar que, para García Márquez, Fidel Castro era dos cosas más que un símbolo político: era un ícono de la liberación latinoamericana y era, desde el comienzo, un mito. Gabo de alguna manera con su intuición vio desde muy temprano que Castro iba a ser alguien muy importante. Empezó a estudiarlo de lejos y casi a fines de los 50 intuyó eso. Fidel representaba un deseo para Gabo, un deseo de cambio y transformación. En mi opinión -y esto no les gusta a muchos-, Castro es el político latinoamericano más importante después de Simón Bolívar.
Cuestiones ideológicas al margen…
–Claro, hablo de la trascendencia, de la importancia, de la influencia que representó en su tiempo. Luego podemos discutir o condenar, pero no podemos negar lo otro. García Márquez tiene la intuición de su propia importancia como escritor y tiene la oportunidad de trabar amistad con este monstruo político. No me parece que eso sea tan sorprendente, pero no hay que negar, como muchos hacen ahora, que García Márquez y Castro durante muchos años compartieron la misma visión del mundo. No solamente eran amigos porque eran caribeños y más o menos socialistas en un comienzo, sino también porque deseaban el mismo destino para sus propios países y el continente. Ahora, desde los años 80, García Márquez, que vivía en dos mundos, América y Europa, veía que el mundo estaba cambiando.
Ahí es donde pesa más la idea de la amistad...
–En cierta forma sí, pero no solamente eso. Hay una lealtad no solamente a Castro sino también a la posibilidad de que la revolución triunfara. Yo creo que Gabo, en su fuero más íntimo, seguía deseando que las cosas fueran diferentes y que las cosas no cambiaran para ver un triunfo socialista. Lamentablemente eso no se produjo y Gabo vio con claridad lo que acaso Fidel se negó a ver.
Gabo vio desde muy temprano que Castro iba a ser alguien muy importante. Representaba un deseo de cambio y transformación.
Hace poco en una entrevista usted dijo: “Conozco a García Márquez más que a mí mismo”. ¿El proyecto completo de la biografía de Gabo se va a publicar finalmente?
–Tengo fe en que sí. Creo que con un año más de trabajo todo estará listo. Hay dos o tres editoriales universitarias que están muy interesadas, pero eso se verá en su momento.
¿Qué destino tendrán los materiales que empleó en su escritura, es decir, los documentos, toda la materia prima del proyecto?
–Estuve hace poco en la Universidad de Texas, en Austin. Allí se ha inaugurado el archivo García Márquez. Quizá ese pueda ser un buen destino, no estoy seguro ni tengo certezas ahora. Lo que sí sé es que algún día esas cajas con papeles sobre Gabo no estarán más en mi garaje (risas).
Y luego vendrá la biografía de Mario Vargas Llosa. Me dijo hace un momento que ese proyecto antecedió al de García Márquez.
–Sí, efectivamente. Cuando vine al Perú por primera vez en 1981 hice una especie de viaje fetichista por todos los lugares que hasta ese momento constituían la geografía novelesca de Vargas Llosa, martirizando a mi pobre esposa y mis pobres hijas: Lima, Piura, la selva, en fin. Pero por diversas razones el proyecto no siguió, hasta que en 2010 Vargas Llosa gana el Nobel y entonces pienso que tiene sentido que, luego de escribir la biografía de Gabo, escriba por fin la de Vargas Llosa.
¿Qué debe esperar el lector de esa biografía?
–Sorpresas, muchas sorpresas. Estoy muy contento con el proyecto.
¿La idea de la persona es la misma al comienzo que al término de un proyecto biográfico?
–Al menos con García Márquez, no. En el caso de Vargas Llosa no sé. No soy amigo íntimo suyo, pero creo que lo conozco hace cincuenta años de alguna manera. Lo fascinante de escribir una biografía es que termina pareciéndose a una novela. Cuando uno escribe la versión final, aunque el personaje es alguien cuya existencia es real, este sufre cambios porque uno como biógrafo medita y piensa más.
LA OTRA BÚSQUEDA: Martin anuncia sorpresas en próxima biografìa sobre Mario Vargas Llosa. Foto: Andina.
¿Cuál es para usted la mayor semejanza y la mayor diferencia entre Vargas Llosa y García Márquez?
–La mayor semejanza es que son los dos novelistas latinoamericanos más importantes de los últimos cincuenta años. Eso tienen en común, una grandeza literaria. La diferencia, a riesgo de usar un término algo anacrónico, es que Vargas Llosa es un escritor esencialmente realista mientras que García Márquez simboliza de algún modo el realismo mágico latinoamericano. Políticamente hablando, hubo un tiempo en que ambos tuvieron mucho en común. Sin embargo, mientras Vargas Llosa hizo el difícil camino desde la izquierda hacia la derecha, García Márquez se mantuvo más o menos fiel a sus ideas.
En todo el tiempo que traté a García Márquez recuerdo que solo se refirió con dureza a Vargas Llosa en una oportunidad. Y por ahí alguna ironía.
Son vidas paralelas. Usted va a ser una suerte de Plutarco moderno.
–Bueno, conste que lo dice usted, no yo. Lo que sí puedo decir es que, mirando las trayectorias de ambos, la tentación de la comparación y el contraste es inevitable.
Hay otro tránsito entre ambos, que va de una amistad sólida a una enemistad radical.
–No sé si radical. Hubo una ruptura muy seria, pero no sé si en Gabo esta ruptura tuvo la misma intensidad. En todo el tiempo que traté a García Márquez recuerdo que solo se refirió con dureza a Vargas Llosa en una única oportunidad. Y por ahí alguna que otra ironía, sobre todo cuando Vargas Llosa intentó la presidencia del Perú. Creo que nunca lo hizo con mala intención. Al menos eso creo.
Se habla poco de la biografía como género. Tampoco existe un corpus teórico muy significativo sobre el género, pero imagino que usted debe ser un lector de biografías. ¿Quiénes son sus biógrafos favoritos? El mío sería Zweig.
–Zweig, sí, por supuesto. Obviamente siendo inglés me sigue encantando la biografía de Samuel Johnson que escribió James Boswell (The Life of Samuel Johnson). Y ya que tengo también mi parte de irlandés y admirador de Joyce, la biografía de James Joyce escrita por Richard Ellmann sigue siendo para mí un libro de cabecera. Dos libros magníficos. Y para volver a lo que dijo usted al comienzo, solo si uno es biógrafo sabe lo difícil que es escribir la vida de otro.