El año pasado vi una obra de teatro con un gato en la sala. Fue un lunes en el Teatro Larco, en una función de “Un fraude epistolar”. En algún lugar, debajo de los asientos posteriores de la sala, un gato comenzó a maullar minutos después de que se abrió el telón y continúo así en varios momentos hasta el final. No supe si ya estaba allí cuando nos acomodamos en las butacas, o si vino de la calle, cruzó la taquilla y en un veloz movimiento burló a la señorita que recibía los boletos. El personal de la sala no detuvo la obra para encontrar una solución, los actores continuaron en sus papeles y los espectadores estaban confundidos, pero tampoco se movieron. Cuando todos esperaban que los maullidos cesaran, el gato volvía a la carga. Yo lo imaginaba tanteando en la oscuridad, moviéndose a sus anchas por una simple razón: había gente solo hasta la primera mitad del teatro. El resto eran butacas vacías.
Hoy existe en Lima una oferta mayor de obras en escena, pero el público que va al teatro no ha crecido al mismo ritmo. Aunque el sector teatral no maneja cifras anuales de asistencia para todo lo que se estrena, un espectador frecuente, que asiste tanto a obras pequeñas como a grandes producciones, lo puede notar. Pocos teatros tienen con regularidad una asistencia importante. Vemos más obras que hace una década, pero no es para pensar que hay un ‘boom’ teatral. Quizá solo es el comienzo. El teatro comercial sigue en los mismos lugares: solo hay funciones en Miraflores, San Isidro, Barranco, Jesús María y en el Centro de Lima. Y aunque Los Productores inauguró el año pasado una sala en el centro comercial Plaza Lima Norte, en Independencia, esta iniciativa aún está tratando de encontrar su público en un espacio que, si se le compara con otros, no tiene las mismas comodidades. Hay sillas en lugar de butacas y la sensación de que es todavía una prueba. Al menos en los primeros meses del 2015 no ha habido nuevas obras y el lugar ha sido empleado como set de un programa de TV.
Pocos teatros tienen con regularidad una asistencia importante. Vemos más obras que hace una década, pero no es para pensar que hay un ‘boom’ teatral..
Claro que hay un nuevo público, pero no arriesga tanto y va a lo seguro. Prefieren las comedias que los dramas, o las obras con actores que salen en la tele, las obras con caras conocidas. No se guían por el nombre de los directores, no conocen a los autores ni siquiera los buscan en Wikipedia, no tienen suficientes referencias. Hay quienes eligen recién en el módulo de Teleticket lo que van a ver: ¿Y esa de qué trata? ¿Se puede ir con niños?
El espectador promedio no puede ver tanto teatro a la vez y tiene que elegir. Quizá solo una obra en el mes, quizá solo un par en el año. Más que como espacio de interés cultural, el teatro compite en el gusto de las personas como alternativa de evasión o de entretenimiento, como ir al cine, salir a tomar un café, darle vueltas a un centro comercial. Y compite también con la siempre atractiva decisión de la gente de quedarse en casa y no hacer nada. No es difícil darse cuenta: ¿Cuántas personas asiduas al teatro conoces?
Conviven en la cartelera propuestas diversas, algunas pequeñas en inversión pero fuertes en contenido, otras con gran presupuesto y que privilegian el espectáculo. Pero también el mayor entusiasmo por estrenar, entre aquellos que no tienen un teatro propio, hace que las temporadas duren menos tiempo. Las temporadas que duraban de 8 a 10 semanas son menos frecuentes. Las funciones de ahora van por un mes, por uno o dos días a la semana o por solo una e irrepetible vez.
Hasta hace poco pensaba que era mejor ver las obras en sus últimas semanas, cuando la puesta, luego de acumular funciones, seguramente había ganado un mayor peso, resuelto inconvenientes, y tanto el texto como las actuaciones fluían. Pero creo que hoy no es algo que ayude a la difusión de las obras. Cuando uno se entera, por comentarios de los amigos o de lo medios, de que la obra es muy buena, ya está de salida y hay poco tiempo para ir. Creo que pasó esto con “Sobre Lobos”, de la dramaturga y directora Mariana Silva. La vi el primer lunes de su primera semana en el Teatro de la Alianza Francesa de Miraflores y éramos menos de 30 personas en la sala. Pero en su cuarta y última semana, luego de que se compartieron elogiosos comentarios en las redes sociales, la obra agotó sus entradas. Supongo que algo similar ocurrió con “Katrina Kunetsova y el clítoris gigante”, que cuando fui a verla el año pasado tenía no más de 40 espectadores, pero los buenos comentarios hicieron que hace poco volviera por un breve lapso a cartelera.
Aunque lo parezca, el problema para asistir no parte solamente del costo de las entradas: los lunes de precios populares va menos público al teatro que un sábado. Es un asunto de costumbres, de sensibilidad por el arte y de curiosidad. ¿Cómo se aprende a ir al teatro? ¿Cómo se gana un espectador más? En un ambiente en el que ni en la escuela ni en la casa de la mayoría se habla del tema, y donde ni las instituciones públicas ni la empresa privada –salvo excepciones– se han sumado con determinación a promover iniciativas culturales, lo que puedan hacer solamente las productoras teatrales suena a una tarea titánica.
El problema para asistir no parte solamente del costo de las entradas: los lunes de precios populares va menos público al teatro que un sábado. Es un asunto de costumbres, de sensibilidad por el arte y de curiosidad.
El mayor problema no es que el público acostumbrado a ir al teatro sea insuficiente para la oferta, sino también que quienes hacen las obras sepan venderlas mejor. Sobra entusiasmo, pero hace falta una buena gestión empresarial –a excepción quizá de La Plaza, Los Productores y una o dos más–. También hacen falta maneras ingeniosas primero para atraer y luego para premiar al espectador frecuente, y como consecuencia de eso que la obra tenga ganancias, que todos los involucrados sean recompensados y se sigan haciendo más proyectos. Si ha habido tantos dolores de cabeza antes del estreno y si ha costado un gran esfuerzo aprenderse la letra de la obra o asumir los costos de la producción, ¿por qué hay menos creatividad cuando se trata de difundirlas y de llegar al público? Se pegan en cafés, bares y centros culturales afiches que no dicen nada de la obra, se crean eventos en Facebook que no se actualizan y se comparten fotos en lugar de poner también parte de una escena en video, un minuto al menos. Las personas en el ambiente teatral parecen ser tan amigos y tener mucha confianza entre ellos, sin embargo no trabajan en equipo para difundir lo que hacen. Cada uno hace lo que puede por mover su obra, cuando en realidad existen las condiciones para que se genere un plan donde prime la colaboración y el teatro sea un verdadero ‘boom’.
Creo que alternativas como el microteatro, y otras similares que han aparecido desde el año pasado, son una buena opción de congeniar con el nuevo espectador: pequeñas dosis en un espacio mínimo en el que se capta por completo la atención, y también por un precio menor. Por otro lado, la preventa de entradas que lanzan casi todas las obras ayuda a que la producción sepa que tendrá gente en sus primeras funciones, pero no es un gran incentivo para el espectador si al final el boleto va costar lo mismo que la función popular de los lunes. Con tanto ajetreo de la vida cotidiana, es hoy más difícil programar lo que harás de aquí a 15 días cuando se estrene la obra. Así que prefieres esperar a que ya esté en cartelera para ir directamente un lunes que tengas tiempo.
Hace falta también un día del espectador, como sucede con el cine. No un día de entradas populares, sino un día de la semana que sea el día que no puedes dejar de ir al teatro. Un mensaje potente que convenza y que use diversos canales. Ustedes -actores, productores y directores- tienen toda la energía y la creatividad para hacerlo. Los espectadores de siempre estaremos allí y los nuevos llegarán. No seremos cuatro gatos.
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Foto abridora: MALI
Foto de escena: "Astronautas", Colectivo Teatral Vía Expresa