ANÁLISIS. Los desafíos del empleo en el sector cultura durante y después de la emergencia sanitaria.
Aaron Loayza (32) es piurano. Se dedica a la producción de videos de cumbia peruana desde hace 8 años. Una de sus realizaciones, el video de la canción Mix Juan Gabriel de los Hermanos Yaipén, tiene 125 millones de visitas en YouTube. La cuarentena lo cogió con pasajes y visa en mano, listo para irse de gira por Estados Unidos con Ruth Karina y Ada Chura. La pandemia frustró el viaje y lo dejó sin ingresos. Al no poder sostenerse con las grabaciones, ahora comparte con su esposa la gestión de la librería que tienen en Piura. Estos días los útiles escolares que venden lo rodean como antes lo hacían las cámaras.
Experiencias como las de Aaron son comunes. Los trabajadores culturales están en paro y tienen muy incierto el futuro. Según una encuesta aplicada durante la emergencia sanitaria por Max Hernandez y Carlos Zevallos a profesionales de las artes visuales, el 70% reconoció no haber tenido un pago asegurado durante marzo. La misma respuesta dio el 80% de los músicos encuestados por la Asociación Peruana de Managers Musicales. La asociación PlayBill (organización dedicada al teatro musical) sondeó también el sector de las artes escénicas y encontró que 2.310 personas fueron afectadas por la cuarentena debido a la cancelación de 3.142 funciones, la gran mayoría dependiente de los ingresos de la taquilla. Sin público no hay dinero.
La cuarentena ha operado como guillotina sobre la nuca del empleo cultural. Al hacerlo quedaron expuestos sus precarios cimientos, normalmente ocultos detrás de la fama de los artistas. Dimensionar el problema y explorar respuestas exige dar un paso atrás y revisar la información existente sobre el tamaño, composición y características del mercado laboral de la cultura en el Perú. Los datos que hay son parciales o antiguos, pero permiten despejar la niebla que cubre los bastidores de la “clase creativa”.
Caleidoscopio ocupacional
Existen dos maneras de calcular el empleo: recolectando información de los empleadores (la demanda) o de los empleados (la oferta). La primera opción permite, a partir de encuestas a los establecimientos productivos, identificar los puestos de trabajo aportados por las distintas actividades económicas. La segunda utiliza las declaraciones de los individuos sobre su condición laboral registradas en las encuestas o censos a hogares.
Desde la perspectiva de la demanda, el estudio más importante que se ha realizado es el encargado por el Instituto Nacional de Defensa de la Competencia y de la Protección de la Propiedad Intelectual (Indecopi) a un grupo de investigadores de la Pontificia Universidad Católica del Perú.
La cuarentena ha operado como guillotina sobre la nuca del empleo cultural.
El reporte concluye que las industrias basadas en derechos de autor habrían generado 595.500 mil puestos de trabajo en el 2005, el 4,5% del empleo nacional. Fuera de actividades como el comercio y la fabricación de insumos, el 46% (276.225) corresponden a empleos asociados directamente a la creación, producción y distribución de contenidos. De ese total, la mayoría proviene de la prensa y literatura (53%), música (16%) y publicidad (13%). En la lista le siguen el cine (9%), la radio y televisión (4%), la industria del software (3%), la fotografía (2%) y las sociedades de gestión colectiva (0.1%).
Desde la otra óptica, la de los empleados, hay dos investigaciones importantes, ambas realizadas por el Ministerio de Cultura, una junto con el Instituto Nacional de Estadístia e Informática-INEI y la otra con la UNESCO. La primera es la que desarrolló la Cuenta Satélite de Cultura, metodología de amplio uso a nivel internacional. Su cálculo indica que ocho segmentos culturales sumaron 105.235 empleos en el 2007.
En los resultados predominan las personas ocupadas en cuatro industrias: audiovisual (24.055), editorial (18.897), de diseño (14.746) y musical (17.082). En la retaguardia se ubicaron la formación cultural (13.348), las artes plásticas y visuales (11.377 ), las artes escénicas (3.628) y los juegos y juguetería (2.302).
La segunda investigación hecha desde la perspectiva de los trabajadores fue la elaborada a partir de los Indicadores UNESCO de Cultura para el Desarrollo. Utilizó la Encuesta Nacional de Hogares del 2007. Según sus hallazgos, el 3,3% (135.605) de la población ocupada tenía ocupaciones culturales, siendo el 90% de ellas (121.809) de tipo netamente cultural y el 10% de equipamiento y apoyo (13.796). El estudio también identificó que el 63% de los trabajadores culturales se identificó como mujer, que el 81% residía en zonas urbanas y que las ocupaciones con mayor contribución al empleo cultural fueron dos ligadas a la artesanía textil.
Para completar el panorama, siguiendo la clasificación de ocupaciones utilizada por los Indicadores UNESCO de Cultura para el Desarrollo, actualizamos la información en base a los Censos Nacionales del 2017. El número de personas que indicaron tener como ocupación principal categorías culturales y de equipamiento y apoyo llegó a 176.292, el 1,4% del total. Las ocupaciones culturales más numerosas son las de diseñadores y decoradores (37.356), arquitectos (19.893) y tejedores a mano en telares (11.834). En el otro extremo, los categorías con menos personas ocupadas son las siguientes: actores (355), archivistas y curadores de museos (234) y bailarines y coreógrafos (171).
Como sucede con los caleidoscopios, por la información compilada pareciera que el empleo cultural cambia de apariencia en cada movimiento estadístico. El uso de diferentes metodologías, fuentes y sectores analizados lo explica.
Igual, de la maraña de datos pueden extraerse tres conclusiones, entre otras. La primera es que aún está pendiente identificar el número total de puestos de trabajo y de personas ocupadas en actividades culturales. Los estudios realizados arrastran subregistros. No abarcan integralmente ni el empleo informal (correspondiente al 60,8% del total en el 2007 y al 52,4% en el 2017, según el INEI), ni las ocupaciones secundarias (donde muchas veces son ubicadas las culturales) ni las ocupaciones no culturales (técnicos de iluminación, administradores o comunicadores de un teatro, museo o concierto, por ejemplo). Gran parte de los trabajadores culturales están en la sombra.
Menospreciar el peso del empleo en cultura y referirse solo a los “artistas” para hablar del trabajo cultural son reduccionismos extremos.
Otra conclusión es que, a pesar de las restricciones señaladas, el aporte registrado de la cultura al empleo nacional no es marginal: en el 2007 (siguiendo los cómputos del Ministerio de Cultura) fue mayor al de de la minería e hidrocarburos (1,1%, según el Ministerio de Trabajo y Promoción del Empleo). En el 2005, según el estudio encargado por el Indecopi, superó al de Australia y Jamaica.
Por lo tanto, la demora en responder al sismo económico motivado por la pandemia afecta a muchas personas, gran parte de ellas ajenas a la creación. Menospreciar el peso del empleo en cultura y referirse solo a los “artistas” para hablar del trabajo cultural son, en ese sentido, reduccionismos extremos.
La tercera conclusión está relacionada a la composición del empleo cultural. Excluyendo las ocupaciones de la economía creativa (diseño, arquitectura, publicidad) y las existentes en la prensa, radio y televisión (gran parte de ellas desvinculadas de la producción artística), la mayor fuerza laboral bajo responsabilidad del Ministerio de Cultura está en las artesanías. Le seguiría la música, protagonizada por la cumbia y música andina, los dos géneros con mayor preferencia entre los peruanos, tal como lo demuestra un estudio del Instituto de Opinión Pública de la PUCP. La industria editorial también registra un número importante de personas ocupadas. A su vez, las artes visuales y escénicas conformarían los mercados laborales de menor tamaño.
El lumpencreador: trabajadores marginados
Mientras que el número de empleos divide las ocupaciones culturales, la precariedad y las desigualdades las juntan bajo un mismo techo. No solo en el Perú las relaciones informales de trabajo, los contratos temporales, la incapacidad para generar ahorros, la carencia de seguros de salud o pensiones, el peso significativo de los trabajadores independientes o el predominio de los hombres blancos de clase media dentro de su estructura ocupacional tienden a ser características comunes del empleo en los distintos sectores que componen la cultura.
En el teatro, donde los “costos son crecientes y los ingresos constantes (como sostenían Bowen y Baumol, padres de la economía de la cultura), los actores suelen ensayar sin recibir remuneraciones y obtienen ingresos que dependen de la taquilla y la duración de la temporada. Además, rotan de proyecto en proyecto, de una obra a otra, manteniendo una alta volatilidad. Algo parecido sucede en el cine. Las películas son producidas por empleados de productoras que, terminado el rodaje, se separan para componer otros equipos. Ambas son industrias líquidas: se expanden y contraen permanentemente. Por eso no tienen la visibilidad de la línea de montaje de la industria automotriz.
El trabajador cultural promedio suele estar subempleado y desprotegido (al no contar con acceso a seguros ni jubilación).
La inestabilidad suele venir acompañada, además, de sueldos medianos o bajos, en su mayoría. Según la Cuenta Satélite de Cultura la remuneración promedio mensual de los ocho segmentos analizados llegó a ser de 1.514 soles en el 2007. La cifra es mayor al ingreso promedio mensual por trabajo registrado ese mismo año a nivel de todas las actividades económicas (1.147 soles) pero no llega a ser tan alto como asumen los críticos a cualquier apoyo público a los trabajadores culturales. El estereotipo del artista famoso con casa en la playa que no merece ningún subsidio es eso: una pirueta imaginaria que generaliza una realidad solo evidente en la cúspide de la pirámide de estrellas.
Al mismo tiempo, múltiples desigualdades atraviesan a la cultura. Las tendencias, registradas también en otros países, indican que las actividades productivas ligadas a las tecnologías, la comunicación y uso funcional de la creatividad (prensa, televisión, diseño, publicidad) son las de mayor impacto económico. En el otro extremo se ubican las inclinadas a priorizar valores simbólicos: artes escénicas, edición de libros, artes visuales, filmación de películas, artesanía y música. Por eso, en países como el Reino Unido, son varios los investigadores que proponen desagregar las industrias “culturales” de las “creativas".
Las oportunidades de participación en las ocupaciones culturales también está desigualmente distribuida sea por razones de género, nivel socieconómico o etnicidad.
Los Censos Nacionales del 2017 dan algunos indicios sobre esto último. En aquellas ocupaciones que demandan tener acceso a la educación superior para desarrollarlas (actores, artistas plásticos, autores y escritores), las personas autoidentificadas como “blancas” están sobrerepresentadas porque su proporción es mayor a la población con la misma identidad a nivel del total de la población (5,7%). No pasa lo mismo entre las dedicadas a la artesanía, quienes adquieren sus habilidades a través de la transmisión oral (ver gráfico 2). En esos casos la “autoidentificación” predominante es “indígena”. La antigua estratificación social que ha dividido a “artistas” y “artesanos” mantiene vigencia.
A la vez, dentro de cada sector existen grandes inequidades económicas. La Asociación de Exportadores estimó que en el 2017 las exportaciones de artesanía sumaron US$43 millones. Ese mismo año, la ONG italiana Asociación Solidaridad Países Emergentes (ASPEM) encontró que de una muestra de 164 artesanas textiles de la provincia de Canchis, el 57% ganaban menos de 300 soles mensuales y solo el 2% alrededor de 1000 soles. En la cumbia y música andina los recursos que circulan no benefician a todos por igual. Los dueños de agrupaciones trabajan con músicos, técnicos y animadores sin contratos de por medio y mediante pagos diarios.
El trabajador cultural promedio, en consecuencia, suele estar subempleado (por tener empleos estacionales, ocasionales e inadecuados) y desprotegido (al no contar con acceso a seguros ni jubilación). A eso se le suma la subvaloración que tiene la profesión, incluso entre periodistas dedicados al rubro. Para la mayoría de personas involucradas en el sector, hacer cultura no es hacer grandes sumas de dinero.
Una de las lecciones que deja el coronavirus es la necesidad de ampliar las capacidades del Estado para garantizar la calidad de vida de los ciudadanos.
La migración a Internet no garantiza revertir la tendencia. La concentración de los mercados digitales alrededor de Netflix, Spotify y las empresas GAFA (Google, Apple, Facebook y Amazon) limita las oportunidades para monetizar la oferta creativa y redistribuir las ganancias. Un estudio de SoundCharts calculó que Spotify, en promedio, pagaría $0.00318 por transmisión, es decir, $3.18 por cada 1000 transmisiones. Dentro o fuera de la red, el ecosistema cultural está poblado por artistas lumpenproletario o lumpencreadores, como denomina Esteban Henrández a los trabajadores culturales más marginados.
Sin políticas, mayor precariedad
Los investigadores Ioannis Tsioulakis y Ali FitzGibbon, entre muchos otros, destacan que la fuerza laboral en cultura “es más vulnerable a una “insolvencia pandémica”. La lentitud y escasa convicción del gobierno para impulsar un plan de emergencia y reactivación sectorial confirma esta condición. El Estado se vuelve así en un vector para la reproducción de inequidades cuando su misión pasa por hacer lo contrario. Las consecuencias no solo las sufren los trabajadores culturales sino también el resto de peruanos, quienes terminan teniendo menos oportunidades para tejer sus vidas con los relatos y experiencias que ofrecen los libros, canciones o películas.
Cambiar de ruta debería implicar, al menos, atender la emergencia y reactivación con una inyección de recursos suficientes para beneficiar tanto a los artistas como al resto de trabajadores de la cultura (técnicos, gestores). A la vez, será necesario reorientar las políticas públicas para que prioricen promover la igualdad a través de, entre otras medidas, el reparto de los recursos y el poder en las cadenas de valor, la creación de marcos legales favorables a la creación de empleo de calidad y la eliminación de las barreras que limitan la participación de algunos grupos poblacionales en las ocupaciones culturales.
Una de las lecciones que deja el coronavirus es la necesidad de ampliar las capacidades del Estado para garantizar la calidad de vida de los ciudadanos. Eso es tan cierto en el campo de la salud como en el de la cultura.
*El artículo fue elaborado con el apoyo de Jean Raúl Carlos Vásquez en el procesamiento de la información estadística de los Censos Nacionales 2017.
Referencias bibliográficas:
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Asociación de Managers Musicales. Propuestas para resistir el impacto ante el COVID-19 y la posterior reactivación económica del sector musical independiente, acceso el 12 de mayo del 2020.
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Campbell, Peter, Dave O´Brien, Mark Taylor. “Cultural engagement and Economic Performance of the Cultural and Creative Industries: an Occupational Critique”, Sociology, vol. 53 (2): 2019 ( 347-367).
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Convenio Andrés Bello. Cuentas satélite de cultura. Manual para su implementación en Latinoamérica. Bogotá: Convenio Andrés Bello, 2009.
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Hernández, Mas y Zevallos, Carlos. Impacto económico del estado de emergencia por pademia (COVID-19) en los trabajadores y trabajadoras de las artes visuales en el Perú (marzo 2020). (Sin publicar)
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Ministerio de Cultura-UNESCO. Indicadores UNESCO de Cultura para el Desarrollo. Resumen analítico Perú: Lima: Ministerio de Cultura-UNESCO, 2015.
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Morales Rosa, Raúl Solórzano, José Távara y Eduardo Villanueva. Contribución económica de las industrias basadas en los derecho de autor en el Perú, acceso el 2 de mayo del 2020.
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PlayBill. Resultados de la encuesta “Impacto económico del COVID-19 en el teatro peruano”, acceso el 16 de mayo del 2020.
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Tsioulakis, Ioannis y Ali FitzGibbon. Performing Artists in the age of COVID-19: A moment of urgent action and potential change, Queen´s Policy Engagement, acceso el 4 de mayo del 2020.
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