En el barrio coreano de Los Ángeles se habla predominantemente el castellano. Allí los restaurantes coreanos se mezclan con mexicanos, salvadoreños e hispanos en general. Entre la Octava Avenida y la calle Santa Catalina, se ubica el edificio de Robert F. Kennedy Community Schools, donde me tocó votar en las lecciones presidenciales peruanas del 10 de abril pasado, en lo que terminó siendo la primera vuelta electoral. Recorrí 160 kilómetros y dos horas para llegar hasta allí. Pero después de otras dos horas y media haciendo colas no pude depositar mi voto. Mi mesa, como tantas otras, no estaba habilitada. Otro ciudadano, a quien le tocaba votar en la misma mesa, se tomaba selfies que tal vez colgaría más tarde en su Facebook. Otros se angustiaban con la idea de las multas, mientras yo, sin ocultar mi fastidio, preguntaba al personal del consulado dónde estaban los padrones con nuestros nombres y qué había pasado con nuestra mesa.
La organización fue caótica. Cuando llegué al local de votación, cerca de las diez de la mañana, había una cola de varias cuadras que no avanzaba. El resguardo policial era impresionante, pero adentro el colegio se veía vacío. Empecé a sospechar algo extraño al ver casi nadie adentro y afuera multitudes sin poder entrar. Entonces, mientras mis acompañantes guardaban mi sitio en la cola, me acerqué a las puertas del local, que encontré cerradas con una reja, y expresé a los custodios mi preocupación por que la cola no avanzaba. Un señora se acerco a la reja desde dentro y me explicó que estaban dejando entrar sólo las personas con discapacidad, y preguntó, sin ocultar su molestia, si yo tenía una enfermedad. Me resultaba difícil entender la lógica de no dejar entrar a nadie mientras no apareciera alguna persona con discapacidad. Otros ciudadanos también empezaron a preguntar qué pasaba y la respuesta de los celadores fue acusarnos de querer colarnos. La indignación me llevó a simular una llamada telefónica a periodistas en el Perú y sólo así empezaron a dejar entrar a la gente y la cola comenzó a moverse.
A juzgar por la hora, el tamaño de la cola y las mesas clausuradas, es posible que cientos, y tal vez miles, se quedaran sin votar.
Cuando por fin logré ingresar al local tuve que hacer otra cola, junto con otras personas que hacían colas paralelas formando una suerte de embudo hacia otra sección del colegio resguardada con una reja. Cuando después de unos cuarenta minutos logré pasar esa reja me esperaba otra cola más larga en un patio donde habían dividido las colas por letras, según la mesa en que nos tocara votar. Se trataba de otro embudo innecesario porque todas las colas conducían finalmente a la misma zona del colegio donde estaban las mesas de votación, con lo que las múltiples colas no hacía sino detener innecesariamente el flujo de la gente. Así llegué a mi zona de votación para encontrar varias mesas casi sin gente y otras clausuradas, como la mía. ¡Tanta lucha para esto!
Luego de recibir explicaciones poco convincentes de un agente consular, me quejé con la misma embajadora, Liliana Cino, Cónsul General, que estaba en el local. Ella me repitió lo que me acababa de decir aquel agente: que varias mesas no se abrieron porque no se presentaron los miembros de mesa y nadie se ofrecía de voluntario. Cuando le dije (eran aproximadamente las 12:30 pm) que me ofrecía, reafirmando lo que le había dicho a ese otro representante consular un poco antes, replicó que tenía disposiciones de la ONPE para no abrir mesas después del mediodía. Además, agregó, al ver que una persona que ya había votado también se ofrecía de voluntaria, que igual no se podría hacer nada porque los voluntarios sólo podían ofrecerse para miembros de mesa en las mesas en que les tocaba votar. Entonces le pregunté por qué no se juntaban varias mesas cuando no había voluntarios suficientes en todas las mesas, como se hizo en la votación de hace cinco años, y replicó que sólo podían juntarse mesas de números consecutivos.
EE.UU. La organización tuvo deficiencias en la apertura de mesas y el ingreso de votantes.
Estas razones, o quizá, más bien, sinrazones, nos dejaron a muchos sin poder ejercer nuestro derecho al voto. Algunos quedaron preocupados por las posibles multas. Otros, como yo, porque no pudimos votar por nuestros candidatos. En una elección con un segundo puesto tan reñido la sensación fue de impotencia. Al salir le sugerí a otra representante consular poner algún tipo de anuncio en las afueras del local informando a los cientos de personas que hacían cola afuera sobre las mesas clausuradas. Ella asintió que era una buena idea, pero eso fue todo. Al salir del local no vi ningún aviso sobre mesas clausuradas, ni a nadie que estuviera anunciando el problema, pero sí una cola mucho más larga que la que yo hice al entrar, con gente de todas las edades: jóvenes y viejos, niños y ancianos. A juzgar por la hora, el tamaño de la cola y las mesas clausuradas, es posible que cientos, y tal vez miles, se quedaran sin votar.
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Afuera del local se habían apostado vendedores improvisados que ofrecían desde quepíes con logo de Marca Perú (probablemente hechos en China) hasta chocolates Sublime (que ahora son de Nestlé) Inca Kola, causa, papa rellena, cebiche, y otras comidas típicas. Pero no tuve ganas de probar nada ni hablar con la gente, como me gusta hacer.
Volví a casa pensando que si esto pasa en una de las ciudades más grandes de Estados Unidos, donde vive una enorme cantidad de peruanos ¿cómo habrá sido la votación en otros lugares? En el lado positivo, los votantes se portaron con ejemplar paciencia y, hasta donde pude observar, no hubo ningún incidente de cuidado.
El modelo económico no está más en cuestión, pero sí lo está un modelo político.
Entiendo que organizar una votación no es fácil. Pero ninguno de los problemas de los que fui testigo en esta ocasión en Los Ángeles se dieron en la votación presidencial del 2011, hasta donde puedo dar fe. Entonces, las puertas del local (que era otro colegio) permanecieron abiertas de par en par todo el tiempo y las únicas colas eran las que se formaban en cada salón de clase donde estaban las mesas, y eran pequeñas. Si tardé media hora en votar, fue mucho. Pese a que en entonces fui personera, no escuché a nadie quejarse de no poder votar a causa de una mesa clausurada.
Por ello cabe preguntarse ¿qué está pasando con los organismos electorales este año? ¿Y por qué el consultado peruano en Los Ángeles no pudo organizar una votación más eficiente? ¿Por qué no se permite abrir una mesa después del mediodía cuando hay voluntarios y harta gente haciendo cola? ¿Cuál es la lógica de prohibir que se junten mesas de números no consecutivos cuando no se presentan suficientes voluntarios para miembros de mesa? ¿Es necesario terminar el proceso exactamente a las 4 p.m. cuando hay tanta gente que todavía hace cola para votar?
LOGÍSTICA. La autora demanda explicaciones tanto del Consulado Peruano en Los Ángeles como de la ONPE.
Espero que tanto el Consulado Peruano en Los Ángeles como la ONPE nos den las explicaciones del caso y hagan las enmiendas necesarias para que estos problemas no se repitan en la segunda vuelta. Asimismo, creo que los analistas tendrían que considerar más matices cuando interpretan el ausentismo electoral. Habría que establecer qué parte del “no voto” es producto de la desorganización y mesas clausuradas contra la voluntad de los electores, y qué parte es producto del ausentismo propiamente dicho. Cuando los números están desprovistos de historias pueden llevar a interpretaciones que no reflejan la realidad. Eso es lo que me ha motivado a dar mi testimonio sobre mi “no voto”.
Y aún cuando todo lo dicho es importante en cualquier elección, lo es más en la próxima segunda vuelta en que lo que está en juego no es poca cosa, aunque sé que muchos no lo ven así. El modelo económico no está más en cuestión, pero sí lo está un modelo político. Si el pasado domingo 10 de abril miles de peruanas y peruanos se movilizaron a distancias incluso más largas que yo en el Perú o en el extranjero, y en condiciones bastante menos favorables, para depositar sus votos, no todos lo hicieron para evitar pagar una multa. Muchos lo hicimos para apoyar una opción política. En mi caso, para respaldar a una candidata que ofrecía una alternativa de cambio con la que me identifico y creo necesaria. Y también para evitar que un gobierno totalitario y corrupto se vuelva a instaurar en el país. Ahora, por esa misma razón, votaré, aunque no muy feliz, por el rival de mi candidata, que quedó segundo, con quien no simpatizo. La lucha será voto a voto. Espero que no clausuren mi mesa esta vez. Espero que no clausuren ninguna otra mesa.
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Cecilia Méndez es doctora en historia por la Universidad del Estado de Nueva York en Stony Brook. Es profesora en la Universidad de California en Santa Barbara desde 1997. Ha publicado extensamente sobre la historia social y política del Perú republicano.
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