LIBERALISMO. Las elecciones del 2021 han resaltado la prevalencia de un liberalismo basado, principalmente, en compartir una misma fe antes que ideas.
Como todo pensamiento político, el liberalismo es hijo de su tiempo. Es una respuesta, afirma el británico John Gray, a los problemas sociales y económicos específicos de la modernidad temprana y de sus crisis posteriores, caracterizada por sostener la primacía moral de la persona frente a cualquier colectivo, que todos los seres humanos merecen igual consideración moral -cualquiera será la época o el lugar del cual hablemos-, y que las instituciones sociales y políticas son siempre perfectibles. Sin embargo, el liberalismo contemporáneo parece dividido en dos.
El mexicano Jesús Silva-Herzog Márquez, en su breve ensayo “La duda y la fe”, contrapone un tipo de liberalismo escéptico a otro dominado por la certeza. El primero aspira a una “convivencia liberal que no pretende sellarse en doctrina y que, en el fondo, resiste la tentación de adoctrinar”, un heredero de la prudencia que desconfía “del teorema que demuestra la verdad”. Un liberalismo de la duda, “renuente a enclaustrarse en la cercana teoría liberal como en cualquier dogma. Liberalismo blando quizá –pero no dócil”. Al frente está el liberalismo de la fe, uno “que se viste con trajes de ciencia para trazarse una misión planetaria. Está convencido de que sus coordenadas han resuelto el misterio de la sociabilidad: un impenetrable paquete de derechos y un poder sometido a restricciones institucionales bastan para una prosperidad feliz”. Es un liberalismo simple, más propenso a adoptar posiciones autoritarias.
El autoritarismo, plantea Anne Applebaum, en “El ocaso de la democracia”, atrae por igual a personas de izquierda y de derecha que no toleran la complejidad y recelan de las personas con ideas distintas.
En estas últimas elecciones en Perú ha sido notorio el predominio del liberalismo dogmático. Es lo que Eduardo Dargent denomina “libertarismo criollo” en su ensayo “El páramo reformista”. No obstante, el liberal peruano contemporáneo más ilustre, Mario Vargas Llosa, estuvo más cerca del liberalismo escéptico, más allá del juicio que podamos tener sobre sus opiniones ante distintas cuestiones de interés nacional o internacional. En su libro “El llamado de la tribu” indica que la doctrina liberal “ha representado desde sus orígenes las formas más avanzadas de la cultura democrática y es la que ha hecho progresar más en las sociedades libres los derechos humanos, la libertad de expresión, los derechos de las minorías sexuales, religiosas y políticas, la defensa del medio ambiente y la participación del ciudadano común y corriente en la vida pública”.
El liberalismo dogmático puede conformar una nueva tribu, una burbuja en donde se comparte una misma fe antes que ideas.
En muchos momentos, esta convicción lo llevó a oponerse a los liberales locales que adoptaban posturas autoritarias o conservadoras en nombre de la defensa de las libertades económicas.
No obstante, el literato peruano ha ido acercándose cada vez más al liberalismo de la fe. “El llamado de la tribu” también traza una línea entre los valores liberales y su oponente: el espíritu tribal. Este último encarna lo irracional, las pulsiones ocultas detrás de la “civilización”, una rémora del pasado, de lo tradicional, un momento de la historia en la cual el ser humano “era aún una parte inseparable de la colectividad, subordinado al brujo o al cacique todopoderosos, que tomaban por él todas las decisiones, en la que se sentía seguro, liberado de responsabilidades, sometido, igual que el animal en la manada, el hato, o el ser humano en la pandilla o la hinchada, adormecido entre quienes hablaban la misma lengua, adoraban los mismos dioses y practicaban las mismas costumbres, y odiando al otro, al ser diferente, a quien podía responsabilizar de todas las calamidades que sobrevenían a la tribu”. El individuo se ve tentado constantemente por ese canto de las sirenas que es, según Vargas Llosa, el llamado de la tribu. El liberalismo democrático y sus valores centrados en la libertad del individuo, sostiene el Nobel, nos liberan de él. Y esto, señala, es una “verdad histórica”.
Resuena en estas palabras una profunda fe, en donde parece haber poco lugar para las dudas.
El principal problema de una visión dogmática es que va anulando la capacidad de aceptar los hechos que cuestionan nuestras ideas. Poco a poco, puede ir construyéndose un mundo de ficción en donde vemos un castillo en donde hay una sencilla casa del campo. Como pasó con Alonso Quijano (don Quijote), las ideas que construyen el muro que nos aísla de la realidad pueden ser nobles, ser anhelos de justicia, prosperidad y orden. Como describe magistralmente en “Una novela para el siglo XXI”, un ensayo sobre la genial obra de Cervantes, la desconexión con la realidad hará al Quijote provocar y padecer pequeñas catástrofes. Pero, “él no saca de esas malas experiencias una lección de realismo. Con la inconmovible fe de los fanáticos, atribuye a malvados encantadores que sus hazañas tornen siempre a desnaturalizarse y convertirse en farsas”.
En estas últimas elecciones en Perú ha sido notorio el predominio del liberalismo dogmático.
El drama es que las ficciones pueden tener impacto en la vida real. En “La verdad de las mentiras” Vargas Llosa explica que los seres humanos no están contentos con su fortuna y, más allá de sus circunstancias personales, quisieran una vida diferente. Las ficciones nacieron “para aplacar -tramposamente- este apetito”. Como pasa en la novela de Cervantes, la ficción puede contaminar lo vivido y “la realidad se va gradualmente plegando a las excentricidades y fantasías de don Quijote”.
En su novela “Tiempos recios”, el peruano relata la forma en que las noticias falsas y la propaganda aprovechan con perversidad de este gusto por las buenas mentiras, imponiendo “una afable ficción sobre la realidad” que llevó a muchos periodistas norteamericanos a escribir crónicas sobre una Guatemala irreal en donde lo autoritario era democrático y viceversa, sin advertir la manipulación que sufrían. ¿Qué hace esto posible? “Contribuyó mucho a que esa ficción se volviera realidad -explica la novela- que aquéllos fueran los años peores del maccarthismo y de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética”, es decir un tiempo de polarización, en donde el adversario era presentado como el enemigo mortal que ponía en riesgo la propia forma de vida. El resultado puede ser fatal para la democracia y para la vida de los más débiles.
El liberalismo dogmático puede conformar una nueva tribu, una burbuja en donde se comparte una misma fe antes que ideas, con brujos -a veces literalmente tales- que afirman que lo que dice la realidad no es tal, y en donde se ven amenazas hasta en las apacibles aspas de los molinos de viento, distrayendo la mirada de los peligros reales que nos acechan. De ahí la importancia de liberales capaces de ser escépticos frente a las verdades en el campo de lo humano y dispuestos a contradecir las mentiras en el plano de los hechos.
Como sostiene Anne Applebaum, son necesarias personas como el secretario de Estado de Georgia, Brad Raffensperger, quien ante las infundadas alegaciones de fraude de Donald Trump respondió: “Bueno, señor presidente, el problema que enfrenta es que los datos que tiene son incorrectos”. Y frente a los relatos simplificadores necesitamos ser capaces de narrar historias complejas que nos ayuden a educar nuestras pasiones, en las que -como ha escrito David Brooks en una reciente columna- los actores de bandos contrarios tienen parte de la verdad, “en las que todos los personajes estén incrustados en el tiempo, en cierto punto de su proceso de crecimiento, historias arraigadas en la complejidad de la vida real y no en el dogma de la abstracción ideológica”.