TEMOR. Las mujeres afganas que trabajaron con Estados Unidos están borrando cualquier rastro de esos vínculos por miedo.
Millones de mujeres y niñas afganas recibieron educación en las últimas dos décadas. Ahora, el futuro que les prometieron está peligrosamente cerca de desaparecer. Los talibanes —quienes mientras tuvieron el poder hace veinte años prohibían que casi todas las niñas y mujeres asistieran a la escuela y aplicaron castigos draconianos a quienes los desafiaron—, han vuelto a tener el control. Como muchas mujeres, temo por mis hermanas en Afganistán.
Es inevitable pensar en mi infancia. Cuando los talibanes tomaron mi ciudad natal en el valle Swat en Pakistán en 2007 y poco después prohibieron que las niñas recibieran educación, escondí mis libros bajo mi largo y grueso chaúl y caminé a la escuela con miedo. Cinco años después, cuando tenía 15 años, los talibanes intentaron matarme por alzar la voz sobre mi derecho a ir a la escuela.
Tampoco puedo evitar sentirme agradecida por mi vida ahora. Después de graduarme de la universidad el año pasado y comenzar a hacer mi propia carrera, no puedo imaginar perderlo todo y volver a una vida definida para mí por hombres armados.
Las niñas y mujeres jóvenes afganas están de nuevo en una situación en la que he estado: desesperadas por la idea de que otra vez no se les permita estar en un salón de clases o sostener un libro. Algunos miembros de los talibanes han dicho que no le negarán a las mujeres y las niñas la educación o el derecho al trabajo. Pero dados los antecedentes de los talibanes de reprimir violentamente los derechos de las mujeres, los temores de las afganas son bien fundados. Ya estamos escuchando reportes de estudiantes que han sido rechazadas por sus universidades y trabajadoras expulsadas de sus oficinas.
Cuando tenía 15 años, los talibanes intentaron matarme por alzar la voz sobre mi derecho a ir a la escuela.
Nada de esto es nuevo para el pueblo de Afganistán, que ha estado atrapado durante generaciones en guerras indirectas de potencias globales y regionales. Los niños han nacido para la batalla. Las familias han vivido durante años en campos de refugiados; miles más han huido de sus hogares en los últimos días.
Los rifles kalashnikov que llevan los talibanes son una carga pesada para el pueblo afgano. Los países que han utilizado a los afganos como peones en sus guerras de ideología y codicia los han dejado llevar solos esa carga.
Pero no es demasiado tarde para ayudar al pueblo afgano, en particular a las mujeres y los niños.
Durante las últimas dos semanas, hablé con varios defensores de la educación en Afganistán sobre su situación actual y lo que creen que va a suceder. (No los nombro aquí por razones de seguridad). Una mujer que dirige escuelas para niños en zonas rurales me dijo que había perdido el contacto con sus maestros y estudiantes.
“Normalmente trabajamos en educación, pero ahora nos estamos concentrando en carpas”, dijo. “Miles de personas están huyendo y necesitamos ayuda humanitaria inmediata para que las familias no mueran de hambre o por falta de agua potable”. Ella hizo eco de una súplica que escuché de otros activistas: los poderes regionales deben ayudar de manera activa en la protección de las mujeres y los niños. Los países vecinos —China, Irán, Pakistán, Tayikistán y Turkmenistán— deben abrir sus puertas a los civiles que huyen. Eso salvará vidas y ayudará a estabilizar la región. También deberían permitir que los niños refugiados se inscriban en escuelas locales y que organizaciones humanitarias creen centros de aprendizaje temporales en campamentos y asentamientos.
Las mujeres y niñas afganas piden protección, educación y la libertad y el futuro que se les prometió.
Otro activista dijo que, respecto al futuro de Afganistán, anhela que los talibanes sean claros sobre lo que permitirán: “No es suficiente decir vagamente: ‘las niñas pueden ir a la escuela’. Necesitamos acuerdos específicos para que las niñas puedan terminar su educación, para que puedan estudiar ciencia y matemáticas, ir a la universidad y unirse a la fuerza laboral y dedicarse al trabajo que elijan”. Los activistas con los que hablé temían un regreso a la educación exclusivamente religiosa, lo que despojaría a los niños de los conocimientos que necesitan para cumplir sus sueños y dejaría a su país sin médicos, ingenieros y científicos en el futuro.
Tendremos tiempo para debatir qué salió mal en la guerra de Afganistán, pero en este momento crucial debemos escuchar las voces de las mujeres y niñas afganas. Piden protección, educación y la libertad y el futuro que se les prometió. No podemos fallarles de nuevo. No tenemos tiempo que perder.