LIBERTAD DE PRENSA. Durantes los últimos años se ha socavado la libertad de prensa en el Perú.
No exagero al decir que es el momento más crítico de las últimas dos décadas para ejercer el buen periodismo —por los niveles de violencia, persecución judicial, acoso sistemático desde las más altas autoridades, deterioro democrático, crisis económica y elevados niveles de desconfianza ciudadana—; pero es, al mismo tiempo, el periodo más urgente para el mejor periodismo posible. Por primera vez, en los últimos veinte años, los periodistas tenemos miedo de que un proyectil nos alcance en la cabeza por estar haciendo nuestro trabajo: cubrir las protestas ciudadanas contra el actual gobierno.
La violencia no es solo física. Los defensores de este gobierno, y sus aliados políticos desde el Congreso, hablan de libertad, mientras nos la arrebatan. Impulsan normas que amenazan el derecho a informar sobre las protestas, insisten con aumentar las penas por difamación en redes sociales; desde el gobierno central toman el control editorial de los medios financiados por el Estado, rechazan entrevistas con medios incómodos, no investigan la violencia policial contra reporteros e ignoran los ataques de los grupos extremistas.
Hace nueve años creamos OjoPúblico como una iniciativa independiente que promoviera el derecho a la información de las personas por encima de los intereses particulares de unos pocos. Tomamos nuestros ahorros y nos embarcamos en ese gran sueño de hacer un periodismo desde la más absoluta libertad, sin grandes dueños, ni inversionistas, ni préstamos detrás.
El periodismo trabaja bajo ataque y en medio de un régimen autoritario, porque a esto que atraviesa el Perú de estos tiempos ya no se le puede llamar democracia.
En estos años de infinito y puro periodismo hemos visto a nuestro oficio convertirse en un trabajo de alto riesgo. La libertad de prensa ha sido y continúa siendo socavada. Peligrosamente hemos naturalizado –a punta de colegas heridos y perdigones y bombas lacrimógenas disparados contra el cuerpo– cubrir las marchas protegidos con cascos, chalecos y máscaras antigás.
El periodismo trabaja bajo ataque y en medio de un régimen cada día más autoritario, porque a esto que atraviesa el Perú de estos tiempos ya no se le puede llamar plenamente una democracia. El país asiste a la amenaza de la independencia del sistema de justicia y de los organismos electorales, se afianza el desequlibrio de poderes y se alzan voces que piden el retiro de la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
Siempre me preguntan si el periodismo que hacemos es neutral y si debe serlo. Mi respuesta ha sido y será: por supuesto que no. Así como el periodismo no puede ser neutral mientras vemos cómo se destruye el planeta; tampoco puede serlo cuando hay 49 personas que han muerto por disparos en el tórax, cuello y cabeza en las protestas contra el actual gobierno (siete de ellos tenían entre 15 y 17 años). No hay neutralidad posible con la vulneración de derechos humanos.
Es un falso equilibrio poner en el mismo nivel a los que defienden los derechos con los que los niegan. Es como poner a discutir a un científico de la tierra con un fanático terraplanista, o iniciar un debate sobre las causas de la crisis climática cuando el consenso científico lo atribuye a las actividades humanas. Nuestro periodismo estará siempre del lado de los derechos ciudadanos y de la evidencia.
Los defensores de este gobierno, y sus aliados políticos desde el Congreso, hablan de libertad, mientras nos la arrebatan.
Pero son tiempos recios no solo para el periodismo. La pandemia expuso la desigualdad y resquebrajó la economía de las familias. Luego, la guerra, hizo lo suyo. Actualmente, los tambores de recesión, inflación y desempleo acechan en varias partes del mundo. Hay miedo, y cuando el miedo es utilizado como una herramienta por el poder político, los autoritarismos ganan y la democracia pierde.
“El miedo siempre amenaza el espíritu de discrepancia. El miedo hace que la gente busque cobijo despavorida y trate de encontrar consuelo en el abrazo proporcionado por un líder o grupo homogéneo. El cuestionamiento es una actitud que se antoja demasiado descarnada y solitaria en momentos así”, escribe Martha C. Nussbaum, en su libro La monarquía del miedo. Una mirada filosófica a la crisis política actual (Paidós, 2019).
Además de los legítimos temores ante la incertidumbre política y económica de estos días, hay cascadas desinformativas y una polarización acentuada por las burbujas de las redes sociales. “Cuando una noticia se viraliza es fácil que las emociones se descontrolen”, escribe Martha C. Nussbaum. “¿Cuál es el antídoto –entonces– contra estas cascadas perniciosas?”, se pregunta la autora: “La relación correcta de los hechos, el debate público informado y un espíritu de disconformidad e independencia entre la ciudadanía”, dice Nussbaum.
Uno de los aspectos que más discutimos en el periodismo que hacemos en OjoPúblico tiene que ver precisamente con este punto. Las historias que contamos no van detrás de la viralidad ni las tendencias. Luchan contra la desinformación y buscan interpelar, cuestionar prejuicios e ideas preconcebidas, liberarnos de la caja de resonancia en la que nos quieren mantener secuestrados las redes sociales. Queremos una audiencia crítica y disconforme, pero informada. Esa es la esencia del derecho a la información y de la democracia que queremos defender.
Cuando el miedo es utilizado como una herramienta por el poder político, los autoritarismos ganan.
Hace unos días, en una de las charlas que organizamos por nuestro noveno aniversario con el equipo de la Red Investigativa Regional, hablamos de los temas que se estaban pasando por alto en estos meses en que las noticias políticas han concentrado la agenda en la capital. Los periodistas coincidieron en un hecho que hemos documentado ampliamente: el avance del crimen multinacional y el narcotráfico en los bosques amazónicos. “La Amazonía va camino a ser un narcoestado”, dijo con énfasis uno de los colegas.
La diferencia entre lo que es urgente para los medios nacionales de lo que es en regiones fuera de Lima va más allá. Los periodistas regionales cuestionaron también cómo el racionamiento de agua anunciado por Sedapal en Lima había movilizado a todos los medios y cómo incluso se habían desarrollado aplicativos para organizarse mejor durante el corte, mientras que en el país el 10% de la población no tiene acceso a una red pública de agua y el 50% de peruanos no tiene acceso a agua segura de manera permanente, y esto no forma parte de una agenda en medios de alcance nacional.
Esta distancia entre lo que ocurre y preocupa en las regiones –fuera de Lima– puede ser una de las causas del distanciamiento y la pérdida de confianza de los ciudadanos con los medios. Pero no es, claro está, la única. Las causas son más grandes y estructurales, y tienen que ver con una crisis global de desconfianza hacia las instituciones, con el modelo de negocio de los grandes medios y su apuesta –durante las últimas decadas– por el contenido viral y la priorización de temas menos incómodos para sus anunciantes o entornos políticos.
El periodismo debe asumir el desafío de reconstruir su relación con los ciudadanos. El análisis de las agendas regionales en un contexto global, con voces interculturales y desde el territorio ha sido parte de nuestra apuesta desde que nacimos hace nueve años. OjoPúblico no solo es un sitio web de noticias, es cada uno de sus corajudos periodistas, en Lima, regiones y América latina, es cada una de sus redes y canales de distribución de contenidos. Y es, por supuesto, su comunidad de lectores y aliados que nos sostienen. El periodismo que hacemos no sería posible sin la existencia de cada uno de ellos.
Por eso, cuando pienso en el periodismo de hoy y su futuro me gusta pensar en los árboles, en el impulso para crecer y resistir, a su resiliencia frente a las amenazas, a la fuerza que tienen para comunicarse y coexistir en una perfecta armonía con otras especies. El periodismo en el que creemos tiene la fuerza de la savia de las plantas: puede transportar historias que conecten, que denuncien, puede comunicarnos con otros, como los árboles.