QUIULACOCHA. Marco Garro usa los efectos de la minería en Cerro de Pasco para precisamente exponer el impacto en la salud de las personas.
Nos encontramos ante un libro desgarrador. Lo es porque Quiulacocha revela todo lo que desconocemos, todo lo que el discurso público oculta, todo lo que los medios nunca ponen en titulares. Lo es por su experimentación formal y por una estética que ha sido completamente tomada por el horror. Finalmente, lo es porque nos impacta, porque nos conmueve, porque nos exige tomar posición.
En este libro hay varios libros. Lo que quiero decir es que se trata de un texto construido a partir de la confluencia de varios tipos de discursos: el discurso científico, el discurso periodístico, el discurso documental, el discurso político y el discurso estético. Todos ellos, sin embargo, han sido notablemente orquestados al interior de una edición muy bien cuidada en la que unos con otros se interconectan y se tensan con la realidad.
El discurso el documental está dado por el registro de lo que sucede en la ciudad de Cerro de Pasco, el científico por las pruebas de laboratorio que revelan cómo el poder (la contaminación) ha penetrado en el cuerpo de los habitantes, el discurso fotográfico (como Barthes nos los explicó) revela ese intento por neutralizar a la muerte, el estético por la presencia de la naturaleza como agente en la producción de la imagen y el discurso político por la impostergable protesta ante un modelo extractivista que no se cansa de justificar lo injustificable.
Concentrémonos solo en la dimensión artística del proyecto. Está dado porque aquí no es solo la voluntad del fotógrafo la que produce la imagen, sino que es la naturaleza la que deja además un conjunto de marcas en el papel. Digamos entonces que su radicalidad pasa por la manera en la que distintos materiales tóxicos han incidido de manera protagónica en la producción de la imagen. Seamos más claros: no se ha tratado solamente de representar el acontecimiento de la contaminación de la naturaleza y la muerte de personas a causa de ella, sino que se ha buscado, como se ha dicho, que la imagen sea un acontecimiento ella misma.
DESGARRADOR. Quiulacocha muestra todo lo que el discurso público oculta sobre los impactos de la minería en los vecinos de Cerro de Pasco.
Foto: Raúl Benua
Subrayemos que Cerro de Pasco no es solo la ciudad minera más contaminada del Perú, sino también la fuente de una de las riquezas familiares más grandes de las que existen en el país. Hay que decir que la empresa que ahí funciona es la responsable de las dramáticas historias de vida que cuenta este libro. César Vallejo no solo escribió que la injusticia se multiplica “en la solapa, en la cartera, en el vaso, en la carnicería y en la aritmética” sino que además sintetizó su visión del capitalismo con una imagen contundente: “la cantidad de dinero que cuesta ser pobre”, escribió alguna vez.
Subrayamos también que la laguna de Quiulacocha ha sido ya motivo de varios trabajos en el arte peruano actual. El primero fue el de la artista Elizabeth Lino cuya intervención titulada “la última Reyna” es una de las mejores performances de las que se han producido en los últimos años. Elizabeth es natural de Cerro de Pasco, vivió ahí toda su infancia y, durante años, ha venido denunciando el horror que vive esa ciudad y la condición indignante en la que se encuentra la laguna. Otro artista, Ishmael Randal, organizó hace algunos años el llamado “Museo de Relave”, una intervención en la que mostraban diversos objetos encontrados en la laguna. Cada uno de ellos centellaba ante los visitantes en su propio horror.
Aquí no es solo la voluntad del fotógrafo, sino que es la naturaleza la que deja marcas en el papel"
El sociólogo Ulric Beck nos hizo notar que las dinámicas modernizadoras producen un conjunto de efectos que no vemos y frente a los cuales nunca somos del todo conscientes. Desde ahí, definió la sociedad contemporánea como una donde “lo visible queda a la sombra de las amenazas invisibles” pues sustancias nocivas (en el aire, en el agua, en los alimentos) pertenecen ya a nuestro habitat y se constituyen como una amenaza permanente. Vivimos, en efecto, en un tipo de sociedad (al interior de un modo de producción) donde parecería que solo lo tóxico tiende a ser sólido y perdurable.
Si me apropio de una frase de la investigadora argentina Mónica Bernabé, diría que cada una de las imágenes de este libro no solo emerge como un “antimonumento” del progreso, sino que además parecería estar declarando ante algún tipo de tribunal invisible o ante un juez que hemos perdido. Por eso, una publicación nunca es suficiente. Tenemos que idear nuevas formas de producción y circulación de valiosísimos trabajos como lo es este libro donde cada una de sus páginas revela una verdad incuestionable. “Intente ver lo que realmente ve”, es la máxima ética que el filósofo Alan Badiou ha propuesto para transformar el cinismo actual e intentar vivir la vida con un mínimo de dignidad. En estas páginas, cada imagen cuenta una historia que la cultura peruana sigue sin querer ver y asumir. Mostrarlas en distintos circuitos es nuestro gran reto.
** Este texto fue leído durante la presentación del libro del fotógrafo Marco Garro.