La primera noticia que tuve sobre Margo Glantz (México, 1930) me la dio Antonio Cisneros, quien me recomendó vivamente su lectura. “Es autora de textos”, me dijo. “No de libros. No es novelista, no es cuentista, es autora de textos”. Lo remarcó de manera muy vivaz y tajante. En ese momento, confieso, no comprendí muy cabalmente qué quiso decir Antonio. En todo caso, me provocó curiosidad saber cuál sería la diferencia entre una escritora y una autora de textos. La palabra escritora, supuse yo entonces, movía resortes más prestigiosos; autora de textos, en cambio, aparentaba representar una condición menor. Afortunadamente fue solo eso: una apariencia.
Al paso del tiempo, cayeron en mis manos algunos textos de Margo Glantz y entonces comprendí que allí había una voluntad frente al lenguaje que no pasaba por el cumplimiento de recetas de género –tampoco por la renuncia a la belleza–, con lo cual la expresión “autora de textos” cobraba pleno sentido. No era una ironía sino una marca de personalísima escritura.
Desde ese momento admiré a Glantz. Y lo hice, como hasta hoy, sin reservas. Hija de inmigrantes judíos ucranianos llegados a México, Glantz ha desplegado una obra vasta que se prolonga, incluso, en los breves y afilados comentarios que suele publicar en su página de Facebook. A sus 86 años, Glantz ha transitado tanto por la creación como por la crítica con la misma agudeza, con la misma inteligencia luminosa y tenaz.
Audio de Las genealogías. Fuente: Página de autor Margo Glantz. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
Entusiasta estudiosa del corpus colonial, voraz lectora de Sor Juana y de Bernal Díaz del Castillo; por otro lado, su alerta permanente ante la historia oficial la ha llevado a revisar varias veces la figura de la Malinche; conocedora minuciosa de la literatura mexicana de los siglos XIX y XX, creadora de un mundo ficcional –y a veces no tanto–marcado por la reflexión, la paradoja, el humor, la desacralización como actitudes ante la existencia. Quien revise, incluso con alguna ligereza, los cuatro volúmenes de sus Obras reunidas, editadas en años recientes por el Fondo de Cultura Económica podrá darse cuenta rápidamente de esto.
La única vez que la vi en persona fue el año pasado, en Lima, entre los tumultosos pasillos de la Feria Internacional del Libro de Lima. Venía del brazo de Germán Coronado, quien al verme se detuvo y me la presentó con una velocidad que podría haber sido olvidable si se hubiera tratado de otra persona, pero no de Margo Glantz. Todo fue demasiado rápido, pero su energía quedó en el aire, esa mirada intensa de ave curiosa e inquisidora, atenta a cualquier cosa a cada paso.
Su obra es vastísima. Incluye por supuesto textos de ficción, pero también ensayos históricos, estudios críticos, crónicas personalísimas sobre la cultura y la literatura de México, colecciones de textos breves –"Saña" (2007) es una de ellas– que tampoco se rinden a un solo género ya que incluyen microensayos, microrrelatos y aforismos. Se trata de una obra de poderoso aliento reflexivo y ánimo lúdico y cuestionador, muchas veces cargada de cruda ironía: “Desde la pica donde llevaban su cabeza guillotinada, la princesa de Lamballe gozaba de una vista privilegiada de La Bastilla”, nos dice en “Cuestión de óptica”, breve apunte que forma parte, precisamente, de "Saña".
Glantz descree de la idea conservadora según la cual la historia y su interpretación tienden a la invariabilidad. Muy por el contrario, reconoce en la historia y en las diversas lecturas y relecturas de esta una operación fundamental para entender el flujo de las mentalidades en el mundo moderno y el verdadero sentido que hay que dar a los relatos históricos.
Por eso, por ejemplo, en un volumen en el que reunió a numerosos académicos en torno a la figura de Maliche, Glantz anotó en la introducción: “Si se empieza un texto como este y se dice que la Malinche es un personaje controversial, se cae en la conversación plana o el pleonasmo, cuando menos. Otro problema grave cuando se habla de ella es la aparente escasez de las fuentes y su poca confiabilidad y la muy probable ocurrencia de que todos digamos lo mismo. Más grave aún es su evanescencia. Y sin embargo, estoy convencida de que como cualquier personaje mítico y a la vez histórico (…) debe ser periódicamente revisado y quizá descifrado”[1].
Antes de consultarle a Margo Glantz sobre la posibilidad de sostener este diálogo acababa de terminar "Las genealogías", suerte de autobiografía y memoria basada en un método nada ortodoxo: una conversación con sus padres a través de la cual se van desilvanando los recuerdos, desde la llegada de sus progenitores a México, en calidad de inmigrantes, hasta la precoz formación de Margo como escritora. Ya que la lectura estaba muy fresca y había dejado una profunda impresión en mí, decidí que ese era el tema propicio para romper el hielo.
En una entrevista mencionó haber escrito "Las genealogías" como una novela de folletín. Imagino que eso se debe a que su primera circulación fue por entregas, en el diario Unomásuno. Pero uno podría decir, además, que hay la necesidad o la ansiedad por fijar una filiación, por establecer una narrativa histórico-íntima de esos lazos. ¿Concuerda con esta idea?
–Decir que "Las genealogías" es una novela de folletín es más bien subrayar su carácter fragmentario y periódico. En efecto, el libro surgió de un conjunto de textos publicados semanalmente en un diario mexicano. Un libro hecho por entregas, reestructuradas y completadas añadiendo nuevos fragmentos y nuevas experiencias. Un libro en donde manejé también la técnica periodística de la entrevista, es decir, gran parte del material proviene de las conversaciones que sostuve con mis padres y transcribí primero para el periódico y luego, corrigiéndolas, para el libro. Mi padre compraba periódicos donde aparecían semanalmente los clásicos del folletín decimonónico francés. Allí leí por entregas en la década del cuarenta del siglo pasado a Ponson du Terrail, a Eugenio Sue y algunas novelas de Alejandro Dumas, si mal no recuerdo. Otra de las características del folletín es obviamente su carácter melodramático, que atraía a un gran número de lectores poco interesados en la llamada gran literatura. Se juega con el suspenso y con la posibilidad de disiparlo en los capítulos siguientes, para recrearlo de nuevo con el objeto de mantener el interés y la morbosidad de los lectores. Un género que privilegia el melodrama pues su estructura misma lo convoca.
De ahí la idea del expósito o del abandonado, de la sospecha de bastardía, tan presentes en el texto.
–En mi caso, y como lo digo en algunos de los capitulitos del libro, me atraía mucho la figura del niño expósito, figura clave del folletín. Cuando niña dudaba de ser hija legítima, por el color de mi cabello oscuro frente al color claro del cabello de mis hermanas y el de mi padre, y nunca tomaba en cuenta que mi madre tenía la misma coloración capilar que yo. Mi hermana mayor hizo de mi infancia un infiernito cuando se peleaba conmigo y para maltratarme aseguraba que me habían recogido del camión de la basura, reforzando así esa sensación de orfandad.
Sensación de orfandad que la escritura, de algún modo, conjura.
–Yo manejo este dato dándole un tono irónico y es evidente que la ironía cancela en gran medida el melodrama. Asimismo, cuando escribía el libro impartía cursos en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, donde soy maestra desde hace más de 55 años, y estaba muy compenetrada con y entusiasmada por esa modalidad literaria. Casi todas las novelas importantes de la literatura mexicana del siglo XIX y aún de principios del XX se publicaron como folletines y solo mucho tiempo después fueron recopiladas como libros, incluida una novela tan importante como Los de Abajo de Mariano Azuela.
Otro asunto central en "Las genealogías" es la identidad, una palabra muy cara e incluso diría sagrada para muchos latinoamericanos. ¿Cuál es, en qué consiste la identidad de Margo Glantz?
–No sé muy bien qué es la identidad. Es un término que se maneja con frecuencia y que nunca acaba de definirse cabalmente. Si la identidad define la procedencia y la pertenencia, mi identidad era frágil y vacilante, la identidad de una hija de emigrados judíos nacida en un país católico, la identidad de una niña de tez clara en un país en donde la gente es más bien de tez oscura, en un país donde la religión imperante es el catolicismo y la comida picante, mientras que en mi casa comíamos como comían los judíos de Ucrania, aunque poco a poco empezaron a aparecer también las tortillas y tímidamente el chile.
La presencia de su padre en "Las genealogías" es definitivamente más frecuente y me temo que más poderosa que la de su madre. ¿Eso significa necesariamente algo?
–De niña no me llevaba muy bien con mi madre y era muy cercana a mi padre, quien también me tenía mucho cariño y podría decirse que predilección por mí. Mi padre era muy original, muy divertido, vital, un verdadero artista. Se dedicó a la poesía toda su vida pero escribía en yiddish, su idioma materno, un idioma aniquilado por el nazismo. Empezó a pintar y a hacer esculturas cuando tenía 60 años. Con mi madre me llevé muy bien y me identifiqué a partir del nacimiento de mi primera hija, cuando cumplí veintinueve años. Mi madre fue una bella mujer, elegante, misteriosa, discreta, muy inteligente, le costaba trabajo expresar sus sentimientos, al contrario de mi padre que era muy expresivo y querendón. Desde niña supe intuitivamente que iba a dedicarme a la literatura, a su enseñanza y a su ejercicio, aunque ese ejercicio –sobre todo como productora de ficciones–, fue tardío. Quiero suponer que esa vocación tiene algo que ver con mi padre.
No sé muy bien qué es la identidad. Es un término que se maneja con frecuencia y que nunca acaba de definirse cabalmente. Si la identidad define la procedencia y la pertenencia, mi identidad era frágil y vacilante.
Este libro pertenece a una especie no muy usual, la del escrito autobiográfico en progreso (algo que parecería ser de dominio excluyente del diario) y lo digo por las varias ediciones y cambios que ha sufrido el texto desde su aparición por entregas en el diario Unomásuno. ¿Podemos decir que el texto de Las genealogías ha quedado fijado o le espera alguna otra mudanza?
–El libro fue escrito cuando advertí que mis padres estaban ya viejos, que podrían morir de un momento a otro (como realmente sucedió, pues mi padre murió a los dos meses de haberse publicado "Las genealogías") y yo no sabía realmente quiénes habían sido, aparte del hecho de que eran mis padres. A mitad del libro empecé a darme cuenta de que también era mi autobiografía y empecé a volverme protagónica. Para la segunda edición del libro que se publicó en "Lecturas mexicanas" añadí varios capítulos más, debido a la muerte de mi padre. En la tercera edición incluí un postfacio donde hablaba de mi madre y del dolor que me causó su muerte cuando ella había cumplido 95 años. Luego murió mi hermana Lilly y añadí unos capítulos, in memoriam. En la séptima edición incluí varios textos aparecidos en el periódico no utilizados antes para la primera versión ni para las versiones sucesivas. Soy la segunda de las hijas de un conjunto de cuatro mujeres y no quisiera que mis hermanas menores muriesen antes que yo. Por eso pienso que ya he acabado de escribir ese tipo de autobiografía, por lo menos la folletinesca, aunque no la fragmentaria.
La autobiografía, en cualquiera de sus variantes, debe enfrentar la condena al fragmento, pues frente a la imposibilidad de abarcar toda la experiencia se hace necesario escoger unas escenas y desechar otras. ¿Cómo se completa la imagen del ser autobiográfico?
–Yo creo que no todas las autobiografías recurren al fragmento. Basta leer las "Confesiones" de Jean Jacques Rousseau, el libro autobiográfico por excelencia. Ese tipo de autobiografía podría ser fragmentario solo en el sentido obvio de que no completa la historia de la propia vida, simplemente porque quien la escribe no ha muerto aún. Hay múltiples formas de enfrentar ese reto. Yo decidí hacerlo en ese primer libro en forma de folletín ficticio. Me he dedicado largo tiempo al periodismo y en varios de mis libros utilizo el material en bruto que he publicado en los periódicos, como por ejemplo en "Coronada de moscas", crónica, autobiografía, libro de viajes a la India. Cuando empecé a publicar por entregas "Las genealogías" no pensaba que conformarían un libro. Martín Casillas fundó una pequeña editorial independiente y decidió publicarlo, siguiendo el consejo de un amigo escritor, José María García Ascot. Reestructuré, corregí, agregué, dejé el libro en imprenta y me lancé a un viaje a la entonces Unión Soviética, especialmente a Ucrania, para terminarlo. Creía que mi libro no estaría completo sin visitar antes el país donde habían nacido y vivido mis padres durante sus primeros 23 años de vida.
"Yo también me acuerdo" (2014) continúa la exploración de la memoria personal. ¿Es una adenda a Las genealogías?
–No, no es de ninguna manera una adenda. Es otro libro, un libro que puede ser autobiográfico si se quiere, pero una autobiografía pulverizada, desincronizada. Como en "Saña", libro de textos breves, pero no tanto como los de "Yo también me acuerdo", y antecedente en cierto modo de su estructura, se maneja un amontonamiento de imágenes fragmentadas, donde lo descriptivo y lo reflexivo se empalman sin transición. "Saña" contiene textos que podrían ser pequeños ensayos, hilvanados por lo que implica el título del libro, ensamblados por una preocupación dominante, la escatología, en su doble acepción. En "Yo también me acuerdo" el fragmentado ha llegado a su mínima expresión, no es una entrega como podría serlo un texto de cuatro o cinco mil caracteres que se manda a un periódico. Se escribe a veces una línea o a lo sumo seis líneas o diez que tienen la densidad de un aforismo, lo suficientemente válidos –creo– como textos en sí mismos, o como textos que se van hilvanando y organizan una historia que hay que reconstruir, una historia que puede leerse al arbitrio de quien la lea y quiera leerla como quiera hacerlo. Me inspiré en el modelo acuñado por Joe Brainard en su libro "I remember", proseguido por Georges Perec en "Je me souviens"; en ambos, el texto se organiza de manera anafórica y también epigramática en torno a una frase recurrente, es decir: Me acuerdo, frase que inexorablemente remite a la memoria. Fue muy importante para mí igualmente la lectura de David Markson y de Lydia Davis: me importa sobremanera incluir, en mi textualidad, mi propia genealogía literaria. Utilicé también la experiencia que me proporcionaba escribir diariamente tuits. Se trata entonces de una autobiografía personal, íntima, literaria, una autobiografía donde se rememora la época, la familia, la ciudad, las ciudades, los libros, los objetos y los amigos por los que mi vida ha transcurrido.
¿Se han superado los malentendidos por su novela "Apariciones"? ¿Fue quizá un homenaje en voz baja a Sor Juana?
–No sé si hubo tanto malentendidos como incomprensión y, quizá –lo cual me parece extraño todavía–, el hecho de que fuera una mujer (latinoamericana) quien escribía sobre “cosas sucias”, como dice mi amiga la poeta peruana Rocío Silva en un inteligente ensayo dedicado a "Apariciones". El libro es un homenaje a Sor Juana, a las monjas de su época y las del medioevo y a Georges Bataille, así como a la pintura, a la música barroca y al cuerpo del deseo y sus fantasmas.
Cada vez que pienso en escribir un ensayo, el primer tema que se me ocurre es el cuerpo. Estoy escribiendo sobre el Quijote y el título de mi texto será: “Cuerpo contra cuerpo”.
El cuerpo aparece como una preocupación central en su escritura y hablamos del cuerpo en relación con el ámbito del dolor tanto como con el del placer. ¿Qué sentido tiene para usted esto? ¿Es una forma de afirmar la feminidad o es también otra manera de encarar el goce estético o de situar el campo de sus reflexiones artísticas e intelectuales?
–En una entrevista sobre "Apariciones", aparecida en Página Doce, el periódico argentino, decía yo, “Tengo textos en donde el pelo es el protagonista; en otros, los senos, los pies, el corazón, la nuca. ¿Por qué esa obsesión con el cuerpo, con la fragmentación del cuerpo? No lo sé explicar muy bien". Ahora que está a punto de salir Por breve herida, un libro mío cuyo tema tiene como pretexto a la dentadura, reitero que el cuerpo, esa obsesión, no es un tema nuevo en mi escritura, pero tampoco en la de muchos otros autores, empezando por el Divino Marqués, Bataille, Barthes. Cada vez que pienso en escribir un ensayo, el primer tema que se me ocurre es el cuerpo. Estoy escribiendo sobre el Quijote y el título de mi texto será: “Cuerpo contra cuerpo”: el cuerpo escatológico ligado, primero, a lo excrementicio y, luego a las intercalaciones de otros cuerpos textuales dentro del texto principal. Trabajo no sólo el cuerpo erótico sino también el cuerpo enfermo, el cáncer en los senos, los pies y el calzado, la cabellera, el infarto del corazón y el cuerpo martirizado de las monjas y de las modelos. Alguna vez “Las palabras”, un poema de Octavio Paz, me sirvió como punto de partida para elaborar un cuento llamado “Palabras para una fábula”, las palabras que quizá podríamos usar las mujeres para construir un texto, esas palabras materia-prima que, antes de transformarlas y darles “dignidad” poética, se comportan como un cuerpo femenino degradado, el cuerpo de la puta que al violentarse chilla. Pretendí devolverles a las palabras-putas su más flagrante literalidad, dejarlas a flor de piel. Me parecía relevante que en un poema el poeta les otorgara una corporeidad femenina negativa para retrabajarlas como si se manipulara un cuerpo real, a fin de liberarlas y purificarlas de ese tipo de corporeidad. Paz trabaja las palabras como si manipulara un cuerpo, por un lado negativo, dedicado a una profesión nefanda, al tiempo que las identifica con un cuerpo animal, al torcerlas: “dáles la vuelta/ cógelas del rabo (chillen putas)”, y luego masculinizarlas en un acto malabar –“písalas, gallo galante”– y por fin, emascularlas: “sécalas, cápalas”.
Trabajo en un libro que he ido escribiendo en Facebook. En esa red social se ha acuñado una terminología muy curiosa que a mí me parece arbitraria. La examino, intento ponerla en crisis y trato de sacarle partido.
Hace poco, durante la última Bienal Vargas Llosa de novela, en Lima, una de las finalistas, la escritora dominicana Rita Indiana dijo que “para ser escritor latinoamericano había que ser hombre, blanco y heterosexual”. ¿Está usted de acuerdo con esa afirmación?
–Sigue habiendo prejuicios, pero no tan evidentes. La literatura escrita por mujeres es cada vez más numerosa e importante en Latinoamérica. Espero que pronto se naturalice la escritura de mujeres simplemente como lo que es, una escritura, buena o mala, de la misma manera en que los varones tienen ese derecho.
Y si hiciéramos una lista de escritoras reconocidas en los últimos treinta años, no sería una lista corta, ¿no le parece?
Así es.
Otro aspecto que me parece necesario subrayar es que su literatura está teñida del contacto con otras artes. Es decir, su literatura no es una literatura confinada en sí misma.
En efecto, así es. Digamos que es una voluntad de estilo.
Permítame citar una declaración suya: “Siento que soy lo que he leído y escrito”. ¿Diría usted que reconocer esa identidad es esencial para entender su literatura?
–Puede ser.
LA MALINCHE
Usted es una destacada estudiosa de la tradición colonial. En ella, asoma un personaje de indudable importancia cultural en el contexto mexicano: la Malinche. A estas alturas del siglo XXI, ¿quién es y qué significa la Malinche?
–Incorporo aquí para contestarle el final de un texto mío sobre este personaje tal y como lo deduzco de las "Crónicas de Indias". Lleva el título de "La Malinche", la lengua en la mano: “Y en su papel de intermediaria, de faraute, la Malinche ha logrado atravesar esa lengua extraña apretada, la de los invasores, aunque para lograrlo se sitúe entre varios sistemas de trasmisión, los de una tradición oral vinculada con un saber codificado, inseparable del cuerpo e ininteligible para quienes prefieren la escritura de la palabra, para quienes han trasferido la lengua a la mano, o en palabras de Bernal: «Antes que más meta la mano en lo del gran Moctezuma y su gran México y mexicanos, quiero decir lo de doña Marina”.
Maldecida, demonizada, ningún exorcismo parece haber surtido efecto frente a esta figura. ¿Cuándo empieza la maldición de la Malinche en la historia intelectual mexicana?
–A partir sobre todo de la Independencia.
¿Perdura todavía la interpretación que hizo Octavio Paz de esta figura?
–Su libro sigue siendo un clásico. No sé si su interpretación se siga tomando demasiado en cuenta. Ha habido mucha polémica al respecto, es significativa la posición de varias escritoras mexicanas nacidas en los Estados Unidos que la reivindicaron a finales del siglo XX y la consideraron una figura fundacional. Yo coordiné un libro –"La Malinche, sus padres y sus hijos"– en donde se pasa revista al personaje desde la época de la Conquista hasta nuestros días.
LITERATURA MEXICANA
Alguna vez le pregunté a Carlos Fuentes qué era, significaba o representaba Rulfo para él. Me contestó que era una suerte de gran padre, de cacique literario. ¿Comparte usted esa mirada? ¿En todo caso, qué representa Rulfo para usted?
–Un gran escritor, uno de los más grandes de todos los tiempos. Lo leo y lo releo y nunca salgo de mi asombro.
Otra figura cenital sería, ciertamente, Sor Juana Inés de la Cruz. ¿Si un joven sin experiencia previa en Sor Juana le preguntara por qué debería leerla, qué le diría?
–Que la leyera y no se preocupara de los chismes que han enturbiado su figura y parecieran ser lo único importante de su obra. Esas interpretaciones morbosas que contribuyen a su fridificación, esa operación tan a la moda.
¿Qué escritores de su generación le parecen indispensables?
–Pues, Sergio Pitol, Carlos Monsiváis, Carlos Fuentes, Amparo Dávila, José Emilio Pacheco, Salvador Elizondo, Elena Poniatowska, Juan García Ponce. Puede que haya olvidado a alguien.
¿Qué le suscita la actualidad literaria mexicana? ¿Qué obras o escritores le interesan más en este momento?
Muchas. Demasiadas como para hacer un inventario ahora.
LA LECTURA
Le voy a preguntar algo muy tramposo. ¿Recuerda su primer deslumbramiento literario con un libro? Me refiero no al primer libro leído en la infancia, sino al libro, a ese libro que le reveló la vocación. ¿Existe o existen esos libros en su vida?
–Muchos libros me han acompañado a lo largo de mi vida, y de mi escritura. Siempre pensé que cuando fuera grande escribiría y durante mucho tiempo me contenté con sólo leer y analizar y enseñar literatura. No sé cuál libro fue mi camino de Damasco. ¿Serían los folletines, los libros de Julio Verne, los de Dostoievski, Faulkner, Kafka, Herman Hesse, Dos Passos, que leí en la adolescencia. ¿O Proust que leí a los 17 años y me aburrió y me deslumbró para siempre después de cumplir 28 años? ¿O Stendhal, Choderlos de Laclós, Rousseau, Balzac, Flaubert, Barbey d’Aurevilly, Constant, Potocki, Agamben? ¿O Borges, Onetti, Felisberto, Schnitzler, Primo Levi, Martín Luis Guzmán, Thomas Mann, Bernhard, Arlt, Arguedas, Ribeyro, Vallejo, Nellie Campobello, Broch, Musil, Elena Garro, Sade, Quignard, Simenon, Sor Juana, Quevedo, Garcilaso, Shakespeare, Racine, Buchner, Calderón, Lope, Tirso, Guimaraes, Machado de Assis, Eca de Queiros, Dante, Rulfo, Gadda, Bataille, Sebald, Markson, Kraznohorkai, Barthes, Walser, Foucault, Benjamin, Arendt, Dalbo, Duras, Martin du Gard, Sergio Pitol, Bellatin,Payno, Inclán, Kawabata, Jozef Roth, Gombrowics, Fumiko Enchi, Inoué, Dazai, Abe, Oé, Pessoa, Cortés, Bernal, Garcilaso de la Vega el Inca, Ribeyro, Arguedas, Delmira, Darío, Tanizaki, Akurosaua, Romain Rolland, Camus, Lydia Davis, Virginia Woolf, Dickens, de Quincey, Poe, Dashiel Hammet, Jean Rhys, Conrad, Chandler, Arreola, y un largo larguísimo etcétera más?
¿La lectura es un momento ritual en usted? ¿Hay necesidad de preparar una atmósfera, quizá?
–Mi autobiografía no sería sin la lectura, tan simple como eso.
¿Leer o releer, qué resulta más placentero ahora?
–Ambas cosas.
¿El crítico también lee por placer?
–A veces. Es otro tipo de lectura.
LA ESCRITURA
¿En qué proyectos está trabajando ahora, cuáles son sus próximos pasos?
–Trabajo en un libro que he ido escribiendo en Facebook. En esa red social se ha acuñado una terminología muy curiosa que a mí me parece arbitraria. La examino, intento ponerla en crisis y trato de sacarle partido; sacarle partido a un contrasentido o a algo que ya se ha asimilado, pues los usuarios utilizan ese vocabulario como algo natural, pero que en el fondo no tiene verdaderamente sentido, o por lo menos no hace sentido para mí tal y como se ha traducido al español. Se habla por ejemplo del perfil de una persona, y ese perfil consiste en un retrato representado de frente. Cada quien tiene su propio “muro” que es como un reducto cibernético donde se acurruca un ego. Y en ese muro se pretende que el feisbuquero publique sus “estados”. Entonces, yo he ido publicando diariamente mis estados y con ellos pienso confeccionar un libro: con los estados, los míos y los de las noticias que me llaman la atención, las cotidianas, comunes y corrientes, las noticias frívolas, las políticas, cuando las vivo, leo la prensa, oigo la radio, veo la televisión o reviso los tuits que van apareciendo en la página que frecuento, o reelaborando mis propios tuits, actividad que practico diariamente, importante para la elaboración de ciertos textos míos, por ejemplo, algunos de "Yo también me acuerdo". Reconfiguro o reestructuro asimismo una larga crónica de viajes –el viaje como otra forma de autobiografía– que he venido escribiendo hace más de veinte años. Ya lo empecé a corregir y espero terminarlo pronto. Es un libro donde el espacio y el tiempo se comprimen, se vuelven uno solo. Otro libro que ya escribí hace varias décadas y espera una corrección definitiva se enfoca en varias obras de teatro de Calderón de la Barca, donde el pelo es determinante, un libro sobre los múltiples Segismundos concebidos por el gran dramaturgo español. Será un texto crítico, pero también un texto que se organizará como ficción. Tengo pendiente, asimismo, un comic sobre Sor Juana que se ha ido rezagando.
¿Piensa en el momento en que dejará de escribir o eso no forma parte de su horizonte?
–No. Acabo de entregar un libro a la imprenta, un libro que me costó mucho trabajo escribir, un libro en el que me demoré más de quince años.
¿Qué le gustaría que dijera su epitafio?
–No quiero pensar en mi epitafio.
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