SALUD. La Organización Mundial de la Salud retomó el tratamiento con hidroxicloroquina para combatir al Covid-19.
Hasta hace unos seis meses, muy pocos habían oído hablar de ella. Hoy está en boca de todos: la hidroxicloroquina es una droga amada y odiada por igual. Sin evidencia científica, políticos la promueven como la receta de salvación inmediata, la píldora mágica capaz de cambiar el curso de esta pandemia.
Uno de los que está enamorado de este medicamento originalmente desarrollado para tratar casos de malaria –y que también se usa desde 1956 para la artritis reumatoide y el lupus– es Donald Trump: en abril, indicó que la hidroxicloroquina y sus derivados (como la cloroquina) se convertirían en “una de las grandes revoluciones de la historia de la medicina”. “¿Qué tienes que perder?”, dijo el presidente estadounidense al sugerir tomar esta droga en una rueda de prensa. Al día siguiente, se había producido un desabastecimiento en medio planeta.
Fuente de esperanzas y de preocupaciones por igual, la novela de la hidroxicloroquina se actualiza semana a semana con nuevos episodios. El 18 de mayo pasado Trump reveló en un evento de la Casa Blanca que, como medida preventiva, estaba tomando una pastilla por día, pese a que este tratamiento aún no se había aprobado y organizaciones como la Agencia Europea de Medicamentos y la FDA de Estados Unidos alertaban sobre sus efectos secundarios como anormalidades peligrosas en el ritmo cardíaco en pacientes con coronavirus, además de problemas oculares que involucran la retina o enfermedad hepática o renal.
La expectativa alrededor de este fármaco puso al controversial Didier Roault en el ojo del huracán: este microbiólogo francés antiestablishment –de larga melena y look desarreglado– se convirtió en el más vehemente promotor dentro de la comunidad científica de este medicamento conocido y barato vendido en muchos sitios bajo la marca Plaquenil, sin contar con los resultados de ensayos a gran escala que apoyen sus recomendaciones de usarlo en casos de covid-19.
La esperanza solo estaba soportada por pequeños estudios de laboratorio, como uno realizado en China que encontró en febrero pasado que la cloroquina bloqueaba al coronavirus en células cultivadas. Se sabe, sin embargo, que muchas veces los medicamentos que funcionan en tubos de ensayo o en placas de Petri no siempre son efectivos en el cuerpo humano. Por lo que no se puede tomar estos resultados como concluyentes.
Las declaraciones vehementes de Trump y las proyecciones del negocio, bastaron para entusiasmar a emprendedores de Silicon Valley, a figuras como Elon Musk, y a cadenas de noticias como FOX News, que promocionan continuamente la hidroxicloroquina tanto para prevenir la infección como para tratar a pacientes con coronavirus. Esto tuvo todo tipo de consecuencias: un hombre de unos 60 años de Arizona, por ejemplo, murió en marzo después de tragar un producto de limpieza que tenía cloroquina en su etiqueta.
Para demostrar que estaba en lo cierto, Raoult condujo su propia investigación en el Instituto Hospitalario Universitario de Marsella en febrero. Además de aparecer en la portada de toda clase de revistas como "el salvador", buscaba comprobar que el uso de una combinación de este anti-palúdico conocido desde hace décadas y un antibiótico (azitromicina) efectivamente funcionaba.
Sin embargo, la revista donde el científico francés publicó sus resultados el 20 de marzo detectó una larga lista de problemas serios como, por ejemplo, datos confusos: “No cumple con el estándar esperado de la [Sociedad Internacional de Quimioterapia Antimicrobiana], especialmente en relación con la falta de mejores explicaciones de los criterios de inclusión y el triaje de pacientes para garantizar la seguridad del paciente", indicó la junta del International Journal of Antimicrobial Agents.
El debate alrededor de la hidroxicloroquina no hacía más que calentarse.
Grandes anuncios y sospechas
La cloroquina fue sintetizada por primera vez por científicos alemanes en la década de 1930 para tratar la malaria. En 1945, investigadores de la Fundación Rockefeller testearon su toxicidad en poblaciones quechuas que vivían y trabajaban en una plantación de azúcar del Perú, así como en niños. También se probó en presos en Estados Unidos y en pacientes psiquiátricos infectados deliberadamente con malaria.
Recién en 1950, se consiguió una versión mejorada y más segura, la hidroxicloroquina. En la actualidad, India es el mayor fabricante mundial de este fármaco.
Debido a la emergencia de la situación, se están probando cientos de medicamentos conocidos para ver cuál es el más eficiente contra el coronavirus. La hidroxicloroquina es uno de ellos.
Para inspeccionar a fondo sus efectos el cirujano cardíaco Mandeep Mehra de la Universidad de Harvard, el cirujano vascular Sapan Desai, Frank Ruschitzka del Hospital Universitario de Zúrich y Amit Patel, miembro adjunto de la facultad de la Universidad de Utah, reunieron los resultados de más de 96.000 pacientes en 671 hospitales que recibieron hidroxicloroquina sola o en combinación con antibióticos. Y en un paper publicado el 22 de mayo en la revista médica inglesa The Lancet revisado por pares expusieron que la tasa de mortalidad entre todos los que tomaron las drogas fue mayor que entre las personas a las que no se la habían suministrado.
"Este es el primer estudio a gran escala que encuentra evidencia estadísticamente sólida de que el tratamiento con cloroquina o hidroxicloroquina no beneficia a los pacientes con Covid-19", dijo Mandeep Mehra. "En cambio, nuestros hallazgos sugieren que puede estar asociado con un mayor riesgo de problemas cardíacos graves y un mayor riesgo de muerte".
El artículo tuvo un impacto inmediato: alteró drásticamente el curso de la investigación científica en el tema. Por ejemplo, hizo que se detuvieran los ensayos realizados sobre la hidroxicloroquina por parte de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Los días pasaron y la sospecha sobre los datos recolectados comenzó a crecer. Expertos en bioestadística y ética médica y cientos de investigadores externos plantearon rápidamente inquietudes después de notar inconsistencias en los datos (por ejemplo, la inclusión de casos muy tempranos en la pandemia, incluso en África, donde pocos hospitales tienen registros médicos electrónicos).
Y le solicitaron a la compañía que compiló y analizó los datos, Surgisphere, que explicara cómo había recopilado y analizado decenas de miles de registros de pacientes de cientos de hospitales. En una auditoría independiente, esta pequeña empresa con sede en Chicago se negó a responder con el argumento de que eso violaría los requisitos de confidencialidad.
Una investigación realizada por el periódico The Guardian reveló errores en la información recolectada por esta compañía de análisis de salud y en la que se basaron múltiples estudios. Incluso, uno de los directores ejecutivos de esta firma es Sapan Desai, co-autor del estudio publicado en The Lancet.
Varios de los directores de los hospitales cuyos datos se habían incluido en la base datos nunca habían oído hablar de Surgisphere, una misteriosa compañía de al parecer solo 11 empleados sin antecedentes científicos o estadísticos. “Surgisphere salió de la nada para llevar a cabo quizás el estudio global más influyente en esta pandemia en cuestión de unas pocas semanas", señaló James Todaro de Medicine Uncensored.
“Dadas las preguntas planteadas sobre la confiabilidad de los datos recopilados por Surgisphere, hoy hemos emitido una 'Expresión de preocupación', en espera de una investigación adicional", expresó el miércoles 3 de junio el editor de The Lancet, Richard Horton. Al día siguiente, el artículo fue retractado por los propios autores.
Otro artículo que usó la misma base de datos de Surgisphere para estudiar en medicamentos para la presión arterial en pacientes con Covid-19 y que fue publicado en The New England Journal of Medicine corrió la misma suerte.
Se trata del primer gran escándalo de investigación de la era COVID-19.
Las consecuencias del error
Las retractaciones son parte del proceso científico. Son un elemento de la continua autocorrección de la ciencia. En su naturaleza, está en admitir errores.
Se estima que el número de retractaciones está aumentando: de menos de 100 anualmente antes de 2000 a casi 1000 en 2014. En 2019, el sitio Retraction Watch registró 1400. Las razones son varias: puede ser porque los datos han sido fabricados, falsificados o plagiados. O también por errores o porque los resultados de un experimento no se pueden replicar.
Según el Comité de Ética de Publicaciones, un artículo debe ser retractado si se encuentran evidencias de que se trató de una investigación poco ética, si es poco confiable o si los datos se publicaron previamente.
La primera retractación en inglés de la que se tiene constancia ocurrió el 24 de junio de 1756 en la revista Philosophical Transactions de the Royal Society de Inglaterra. En una carta, el físico Benjamin Wilson escribió: "Creo que es necesario retractarse de una opinión sobre la explicación del experimento de Leyden, con el que molesté a esta Sociedad en el año 1746, y luego publiqué más en general en un Tratado sobre la electricidad, en el año 1750; ya que recientemente he hecho algunos descubrimientos adicionales en relación con ese experimento, y la electricidad negativa del Sr. Franklin, lo que demuestra que me equivoqué en mis nociones al respecto".
Síntoma de una mala conducta científica, las publicaciones con datos dudosos o fraudulentos pueden erosionar la confianza en la investigación. "La atención es un predictor clave de retractación", señalan Jeffrey L. Furman, Kyle Jensen y Fiona Murray, quienes analizaron el universo de artículos científicos revisados por pares retraídos de la literatura biomédica entre 1972–2006. "Los artículos retractados surgen con mayor frecuencia entre los artículos altamente citados.
El sistema de retractación es rápido para descubrir el conocimiento que se determina que es falso (el tiempo medio de retracción es inferior a dos años) y democrático (la retracción no se ve afectada sistemáticamente por la importancia del autor)".
Además de sacudir la confianza del público en la investigación, estos artículos sospechosos pueden tener amplias consecuencias sociales, en especial cuando no se identifican rápidamente. En 1998, un artículo publicado en The Lancet por el médico Andrew Wakefield afirmó haber identificado un vínculo entre la vacuna MMR (contra sarampión, las paperas y la rubéola) y el autismo.
El artículo alentó a los movimientos antivacunas: contribuyó a disminuir las tasas de vacunación en el Reino Unido y Europa continental, causó varias epidemias de sarampión y continúa inhibiendo los esfuerzos de vacunación en todo el mundo. El paper fue retirado recién en 2008. The Lancet dijo que sus conclusiones eran "totalmente falsas".
El sitio Retraction Watch lleva la cuenta de 15 papers relacionados con la Covid-19.
Un día después de la retractación de los artículos en The Lancet, la OMS reanudó sus estudios sobre hidroxicloroquina.
Uno de los coautores del paper, Mandeep Mehra, admitió que la prisa por publicar durante la crisis de Covid-19, lo condujo al error: “No hice lo suficiente para asegurar que la fuente de datos fuera apropiada para este uso", le dijo a The New York Times. "Por eso, y por todas las interrupciones, tanto directa como indirectamente, lo siento mucho".
Estas retractaciones despiertan preguntas sobre el estado de la investigación científica en el marco de la pandemia. Con poca o casi ninguna revisión por pares, miles de artículos se publican en sitios de pre-impresión. Este evento demostró que incluso las revistas más prestigiosas han bajado los umbrales de calidad a la hora de examinar la información en esta época de gran necesidad de certezas.
La novela de la hidroxicloroquina, sin embargo, no ha terminado. Un importante estudio de miles de pacientes, dirigido por la Universidad de Oxford, mostró el 5 de junio que el fármaco no funciona contra la Covid-19 y que no debe administrarse a más pacientes hospitalarios.
"Si ingresa en el hospital, no tome hidroxicloroquina", señaló el epidemiólogo Martin Landray, quien dirigió este estudio llamado RECOVERY que incluyó a más de 11000 pacientes de 175 hospitales en el Reino Unido. "No funciona".