SOBREEXPOSICIÓN. El consumo excesivo de información ha generado desde un incremento en los sentimientos de estrés, incertidumbre y soledad, hasta casos de ansiedad y depresión.
La población infantil es un grupo especialmente vulnerable ante la infodemia, la sobreabundancia de información real y falsa, que se propaga en medio de datos no confirmados, teorías conspirativas y discursos estigmatizantes. Pese a ello, poco se discute sobre las consecuencias de la sobreexposición a este tipo de noticias en la salud mental de niños y niñas.
El consumo excesivo de información, sin filtros ni guía de los padres, acompañado de la falta de interacción social y actividades de recreación durante el aislamiento físico por la pandemia; han generado una serie de problemas psicoemocionales en los infantes, desde un incremento en los sentimientos de estrés, incertidumbre y soledad, hasta casos de ansiedad, depresión y suicidio.
“Si la información está siendo recibida sin la figura de un cuidador que pueda brindar una sensación de seguridad y aclarar dudas o temores, puede generar estrés y culpa en niños y niñas”, dice Edson Pacheco Zuel, psiquiatra infantil del Hospital Goyeneche de Arequipa.
Por ejemplo, durante estos meses, los menores pasaron de ser invisibles, en el inicio de la pandemia, a ser catalogados como agentes supercontagiadores de la Covid-19. Todo ello ocurrió, en medio del fracaso de los mecanismos de comunicación adecuados para su edad, advierten los investigadores ecuatorianos Doménica Cevallos Robalino, Nicolás Reyes Morales y Mario Rubio Neira, en un reciente artículo publicado en la Revista Panamericana de Salud Pública.
Hay tres momentos claves en el impacto de la epidemia de la desinformación en los niños y niñas: mitos, estigmas y crisis. Ahora, ¿hacia dónde nos debe llevar la nueva normalidad? De acuerdo a los especialistas, es momento de proponer un empoderamiento infantil con información real y clara, para combatir las mentiras y el exceso de consumo de información.
Así evolucionó la infodemia
Confinados en sus casas, lejos de la escuela, puestos al cuidado de terceros y, muchas veces, sin más compañía que una pantalla de televisión o internet, niños y niñas han sufrido cambios radicales en sus estilos de vida durante la pandemia. Muchos de ellos, incluso, enfrentaron la pérdida de padres y familiares cercanos, a causa del nuevo coronavirus.
Sin embargo, en los primeros meses de la emergencia sanitaria, esta realidad quedó opacada por un mito: la Covid-19 no afecta a la población infantil. Bajo esta creencia, que fue replicada por medios de comunicación y agentes de noticias, se minimizó la importancia de otros aspectos de su desarrollo.
Así, aparecieron deficiencias nutricionales (en los niños que ya no recibían alimentos en sus colegios) se alteró la interacción social y las rutinas de recreación, se incrementó el sedentarismo y el tiempo frente a las pantallas de computadoras, celulares u otros equipos digitales, y se registró un aumento en los casos de violencia física, psicológica y sexual.
“Si la información es recibida sin la figura de un cuidador, puede generar estrés y culpa", advierte el psiquiatra infantil Edson Pacheco.
“Mientras, (durante los primeros meses de la pandemia) los medios difundían información de que a los niños no les afectaba la pandemia, la realidad a nivel mundial fue marcada por la interrupción en los sistemas de protección infantil”, sostienen los autores del artículo “Evolución e impacto de la infodemia en la población infantil en tiempos de Covid-19”.
Según esta publicación, en un segundo momento, la divulgación pasó del mito al estigma, cuando se señaló a los niños como agentes supercontagiadores de la Covid-19. Aunque esta discusión aún se mantiene vigente, especialistas como los investigadores Alasdair Munro y Saul Faust, en una editorial para el British Medical Journal, han advertido que no existe suficiente evidencia científica para catalogarlos como agentes propagadores del virus. No obstante, a su paso, esta información ampliamente divulgada dejó sentimientos de preocupación, pánico y culpa entre los más pequeños.
Los niños y niñas han adoptado preocupaciones que, en otras condiciones, no serían propias de su edad. Por ejemplo. un estudio realizado por Edupasión y Unicef, en octubre de 2020, mostró que las principales inquietudes en niños y adolescentes eran el temor a que sus familiares enfermen o mueran por Covid-19, seguido del miedo a la pérdida de empleo sus padres o familiares, y el temor a que falte comida y servicios básicos en el hogar.
Todas estas condiciones han conducido a un tercer momento, de incremento en los problemas psicológicos y emocionales en niños y niñas. En Perú, una investigación realizada entre octubre y noviembre de 2020, por el Ministerio de Salud (Minsa) y Unicef, concluyó que 3 de cada 10 menores presentaron algún un problema vinculado a la salud mental como depresión, irritabilidad o dificultad para concentrarse durante la pandemia.
“El abordaje de una pandemia y de la infodemia como una experiencia infantil adversa, se vuelve imprescindible, a fin de generar estrategias que consideren este aumento de potenciales adversidades, a través de programas de soporte y sistemas de resiliencia”, proponen Cevallos, Reyes y Rubio.
RECOMENDACIÓN. Para mitigar el impacto de la infodemia, los especialistas proponen fomentar la comunicación entre padres e hijos.
¿Cómo mitigar el impacto de la sobreinformación?
La población infantil tiene la necesidad de acceder a información veraz y adecuada para su edad. Pero ¿cómo hablar del impacto de la Covid-19 con los niños y niñas? “De una manera honesta y sin disfrazar la información, porque eso puede generar más dudas. Con un lenguaje claro y positivo. Es importante buscar fuentes veraces para confirmar toda la información que transmitimos”, propone Pacheco Zuel.
Asimismo, ante sentimientos de culpa, el especialista en psiquiatría infantil, recomienda a los padres y cuidadores reforzar los mensajes de alivio. “En muchas ocasiones, preguntarán varias veces si son responsables del fallecimiento de un ser querido o la pérdida de un trabajo. Debemos hacerlos sentir seguros, ser una fuente de cobijo y resguardo emocional para los niños, y transmitir confianza para que puedan compartir sus emociones, ya sea tristeza, enojo, culpa o vergüenza. Lo que más va a ayudar, es que estemos disponibles”, dijo a OjoPúblico.
Lo fundamental durante los procesos de comunicación es reconocer la importancia de la expresión de las emociones de niños y niñas. Y eso pasa por fortalecer el control del acceso a la información, del uso del internet, y de la protección de los datos de sus hijos e hijas.
“La crisis abre camino a la oportunidad de generar nuevas políticas que beneficien integralmente a la niñez”, indican Cevallos, Reyes y Rubio.
Los autores del artículo publicado en la revista de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), también hacen un llamado de atención también a los gobiernos: como parte de las políticas públicas de cada país, se deben implementar estrategias para facilitar la atención psicológica y el reconocimiento de las emociones de los niños y niñas, así como incorporar programas de educación emocional, en la malla curricular.
También recomiendan establecer alianzas estratégicas con medios de comunicación, influencers digitales y prensa, para difundir información acorde a la edad de los niños. Esta no solo debe emplear recursos animados y didácticos, sino también tener en cuenta a las lenguas originarias e indígenas, para lograr un abordaje intercultural de la crisis.
“La crisis desencadenada por la pandemia abre camino a la oportunidad de generar nuevas políticas que beneficien integralmente a la niñez”, plantean Cevallos, Reyes y Rubio. Como también señala la comunicadora e investigadora argentina María Soledad Segura, la información es clave para cuidar la salud física. Esta debe ser transmitida “con alerta pero sin pánico”.