OBLIGATORIO. Ante el rebrote de la Covid-19 impulsado por la variante Ómicron muchos países están exigiendo a sus ciudadanos carnets de vacunación.
Por: Mark Landle
LONDRES — En Inglaterra, el primer ministro habla ahora de la vacunación obligatoria, apenas seis meses después de proclamar el “Día de la Libertad” de las restricciones por el coronavirus. En Alemania, el nuevo canciller ha respaldado prohibir a las personas no vacunadas el acceso a gran parte de la vida pública. Al lado, en Austria, quienes no estén vacunados seguirán encerrados en sus casas, incluso después de que el gobierno levante el confinamiento el domingo.
En todas las democracias europeas, la última oleada de la pandemia está impulsando a los gobiernos a reimponer amplias restricciones a la libre circulación. Solo que esta vez, muchas de las normas distinguen a los que no están vacunados. Esto ha provocado airadas protestas en las calles y ha reavivado el debate sobre hasta qué punto los países deben restringir las libertades individuales en nombre de la salud pública.
Algunos de los cambios más bruscos se están produciendo en países en los que las leyes y la cultura aprecian la inviolabilidad de las garantías individuales. En el Reino Unido, las nuevas medidas del primer ministro Boris Johnson desencadenaron un motín en su partido; legisladores del Partido Conservador calificaron la adopción de los pases de vacuna como “discriminatoria” y una afrenta a los sagrados principios del país. Protestas similares resuenan en Francia y Alemania.
La reacción en contra se manifiesta vívidamente cada fin de semana en las calles de Viena, donde decenas de miles de manifestantes marchan, algunos blandiendo pancartas que dicen: “¡Controlen nuestras fronteras, no a nuestra gente!”. La policía también ha enfrentado manifestantes a causa de las restricciones en Bélgica, Alemania y los Países Bajos.
“El argumento de las libertades civiles ha tenido altibajos”, dijo Adam Wagner, un abogado de derechos humanos con sede en Londres y experto en leyes relacionadas con la Covid-19. “El riesgo con el paso hacia la adopción de los pasaportes de vacunas es que radicalice a los libertarios y a los escépticos de las vacunas”.
El hecho de que la gente siga discutiendo sobre cómo sopesar estos valores contrapuestos, casi dos años después del comienzo de la pandemia, dijo Wagner, sugiere que “no hemos llegado a ninguna gran solución”.
Muchos en Europa han demostrado ser sorprendentemente tolerantes ante la necesidad de sacrificar algunas libertades para frenar la propagación del virus. Pero la repentina amenaza de la nueva variante ómicron está empujando a países como Reino Unido, que apenas el verano pasado había celebrado el fin de los confinamientos, a frenar y volver en dirección a las restricciones.
“El riesgo con exigencia de pasaportes de vacunas es que se radicalice a los libertarios y a los escépticos de las vacunas”.
Johnson y otros líderes europeos se ven impulsados por dos tendencias médicas implacables: la rápida propagación de la variante ómicron, que los científicos británicos creen que se duplica a un ritmo de cada dos o tres días, y una obstinada resistencia a las vacunas en segmentos de sus sociedades, lo que ha dejado a aproximadamente un tercio de la población de toda Europa más vulnerable ante otra ola de infección.
Los defensores de los pases de vacunas señalan que hicieron subir la tasa de vacunación en Francia, otro país que protege celosamente los derechos. Pero para los críticos, el carácter selectivo de estas restricciones impone un estigma a una parte de la sociedad. Esto tiene ecos inquietantes en Alemania y Austria, donde los manifestantes de derecha invocan la opresión nazi para afirmar que el Estado persigue a quienes se resisten a las vacunas.
“Es polarizante y divisivo en el sentido de que crea una sociedad de nosotros contra ellos, lo que me parece que es una propuesta muy peligrosa”, dijo Clifford Stott, profesor de psicología social en la Universidad de Keele en Inglaterra. “Estamos generando una receta para el desorden al amplificar las desigualdades estructurales”.
Las personas que no se han vacunado, o que se resisten activamente a las vacunas, tienden a ser más pobres y menos educadas que las que sí lo han hecho, dijo Stott. Muchos ya desconfían del gobierno. Forzarlos a cumplir confiándolos en casa o privándolos del acceso a bares y restaurantes no hará más que profundizar su sentimiento de agravio, dijo.
En algunos países en los que los dirigentes se esfuerzan por desviar las duras críticas, las sospechas sobre sus motivos son aún más pronunciadas. Johnson impuso nuevas restricciones —incluido el requisito de mostrar una prueba de vacunación para entrar en cines, teatros o estadios deportivos— en medio del furor causado por una fiesta navideña que su personal celebró el año pasado y que podría haber burlado las normas del confinamiento. Fue, dijo un legislador, una “táctica de distracción”.
Impertérrito, Johnson dijo que había llegado el momento de mantener una “conversación nacional” sobre la conveniencia de hacer obligatoria la vacunación, un paso que ya ha dado Austria y que Alemania parece estar dispuesta a seguir. El Reino Unido, dijo, no puede permitirse el lujo de seguir imponiendo confinamientos “solo porque una proporción sustancial de la población todavía, lamentablemente, no se ha vacunado”. Con un 70 por ciento de personas que han recibido dos dosis, la tasa de vacunación británica es comparable a la de Francia y Alemania.
Jonathan Sumption, un ex magistrado del Tribunal Supremo británico que ha criticado abiertamente las restricciones por confinamiento, dijo que era poco probable, dada la tradición de libertades civiles del país, que el Reino Unido siguiera a Austria.
“Hay cosas que los gobiernos no deben hacer, incluso a pesar de que funcionen”, dijo. Pero Sumption dijo que el uso agresivo de pasaportes de vacunas tendría el mismo efecto, ya que “la gente se verá privada de muchos derechos para hacer su vida cotidiana”.
Es divisivo en el sentido de que crea una sociedad de nosotros contra ellos."
En Alemania, el canciller Olaf Scholz, que rechazó la vacunación obligatoria durante su campaña, apoya ahora una ley que la haría forzosa. Alemania se ha visto asolada por la variante delta, con unos 50.000 nuevos contagios diarios. El número de personas vacunadas ha aumentado en los últimos días, en parte por el temor a la variante ómicron, pero la lentitud ha frustrado al gobierno.
“No se puede contemplar insensiblemente la situación tal y como está ahora”, dijo Scholz la semana pasada. “Si tuviéramos una mayor tasa de vacunación, la situación sería diferente”.
Ha sido muy oportuno: el tribunal supremo de Alemania dictaminó recientemente que las suspensiones de actividades ordenadas por el gobierno a principios de este año eran constitucionales. Una encuesta de YouGov realizada a finales de noviembre reveló que el 69 por ciento de la población alemana apoyaba ahora el mandato de vacunación, frente al 33 por ciento de hace un año. El viernes, los legisladores votaron a favor de la obligatoriedad de las vacunas para el personal de la salud.
Sin embargo, hay una ambivalencia palpable en torno a los costos de oportunidad. Karl Lauterbach, un miembro del Parlamento que ha sido muy duro con las restricciones y que ahora es ministro de Salud de Alemania, dijo a Der Spiegel que no se encarcelaría a nadie por negarse a vacunarse. En cambio, dijo, prevé multas para los que se nieguen.
En cualquier caso, es probable que el debate impulse a más gente a tomar la calle. En Sajonia, en el este de Alemania, miles de personas han emprendido “caminatas” nocturnas para protestar tanto por las restricciones como por la vacunación. Las protestas se han vuelto más violentas, y entre los manifestantes hay figuras de la extrema derecha que se aprovechan del descontento.
Un estudio reciente sobre las libertades civiles durante la pandemia, realizado por académicos de Harvard y Stanford, descubrió que las personas que vivían en zonas de Alemania que pertenecían al este comunista antes de la reunificación, como Sajonia, eran menos propensas que otros alemanes a tolerar cualquier infracción de sus derechos.
Lo que no está claro, según los expertos, es si estas protestas se extinguirán, como las anteriores. Ulrich Wagner, profesor de psicología social de la Universidad de Marburgo, argumentó que, paradójicamente, una ley que obligue a vacunarse podría acabar sacudiendo a la gente de su oposición a ellas.
“La vacunación obligatoria es una prescripción clara y, desde el punto de vista psicológico, facilita el cambio de opinión”, dijo Wagner.
La extrema derecha desempeña un papel aún más obvio a la hora de alimentar las protestas en Austria. Herbert Kickl, líder del derechista Partido de la Libertad, es uno de los principales oradores en las concentraciones semanales de Viena. A pesar de estar afectado por los síntomas de la Covid-19 hace dos semanas, prometió encabezar el sábado “la mayor manifestación de la historia”. Algunos manifestantes incluso han fijado una estrella de David amarilla en sus abrigos, sugiriendo que de alguna manera sufren la misma persecución que los judíos durante el régimen de Hitler.
una ley que obligue a vacunarse podría acabar sacudiendo a la gente de su oposición a ellas."
Aun así, dijo Eugen Freund, antiguo miembro del Parlamento Europeo por Austria, “es una mezcla extraña”. También hay “familias con niños pequeños que afirman que la santidad de su cuerpo está amenazada”, dijo, “los que se adhieren al esoterismo y a los medicamentos homeopáticos”.
La tasa de vacunación de Austria, del 67 por ciento, es una de las más bajas de Europa. También está sufriendo su ola de la Covid-19 más grave hasta la fecha, y hay un apoyo silencioso a las restricciones. En noviembre, el mismo día, Austria anunció un confinamiento de 20 días y la vacunación obligatoria.
Algunos países parecen haber logrado un equilibrio irregular entre la libertad y la salud pública. Cuando en octubre Italia exigió a los trabajadores que obtuvieran el Green Pass que certificara su estado de vacunación, estallaron las protestas en todo el país. Cientos de trabajadores portuarios se reunieron para bloquear el paso de los camiones en la ciudad nororiental de Trieste.
Pero los disturbios remitieron al cabo de unas semanas, y la mayoría de los italianos aceptan ahora tener el Green Pass como condición para ir a bares y restaurantes. Algunos expertos afirman que el enfoque gradual de Italia sentó las bases para unas restricciones aún más estrictas.
“El gobierno italiano procedió con círculos concéntricos”, dijo Michele Ainis, experto constitucionalista de la universidad Roma Tre. “Acostumbró a los italianos a tener medidas cada vez más restrictivas. Así que si llegamos al mandato de vacunación es posible que sea más aceptado”.
Christopher F. Schuetze colaboró con reportería desde Berlín, y Emma Bubola, desde Roma.