RETORNO. Trump ha dejado entrever una posible postulación para el 2024.
Peter Baker y Maggie Haberman
Nota de redacción: El sábado 7 de noviembre se confirmó la elección de Joe Biden como presidente electo de los EE.UU.
Si el presidente Donald Trump pierde su apuesta por la reelección, como parecía cada vez más probable el miércoles, sería la primera derrota de un presidente en ejercicio en 28 años. Pero algo parecía seguro: gane o pierda, no se irá tranquilamente.
A la zaga del exvicepresidente Joe Biden, Trump pasó el día tratando de desacreditar la elección basándose en afirmaciones de fraude inventadas con la esperanza de aferrarse al poder o justificar una derrota. Podría encontrar un camino estrecho a la reelección en los estados que siguen en el conteo, pero ha dejado claro que, si perdiera, no se alejará del escenario político.
Por lo menos le quedan 75 días en el cargo para usar su poder como le parezca y para vengarse de algunos de sus supuestos adversarios. Enfadado por una derrota, puede despedir o dejar de lado a una serie de altos funcionarios que, según su percepción, no cumplieron sus deseos, incluyendo a Christopher A. Wray, el director del FBI, y el doctor Anthony S. Fauci, el principal especialista en enfermedades infecciosas del gobierno en medio de una pandemia.
Y si se ve obligado a abandonar la Casa Blanca el 20 de enero, es probable que Trump demuestre ser más resistente de lo esperado y casi seguro que seguirá siendo una fuerza poderosa y perturbadora en la vida estadounidense. Recibió por lo menos 68 millones de votos (70 millones al sábado), cinco más que en 2016 y ha obtenido alrededor del 48% del voto popular, lo que significa que retuvo el apoyo de casi la mitad del pueblo a pesar de cuatro años de escándalos, reveses, juicio político y el brutal brote de coronavirus que ha matado a más de 233.000 estadounidenses.
Eso le da una base de poder para desempeñar un papel que otros presidentes derrotados tras un periodo, como Jimmy Carter y George Bush, no tuvieron. Trump ha coqueteado durante mucho tiempo con la creación de su propia cadena de televisión para competir con Fox News, y en privado últimamente ha planteado la idea de volver a presentarse en 2024, aunque para entonces tendría 78 años. Incluso si sus días como candidato han terminado, sus 88 millones de seguidores en Twitter le dan la oportunidad de ser una voz influyente en la derecha, convirtiéndolo potencialmente en un hacedor de reyes entre los republicanos en ascenso.
“Si algo queda claro de los resultados de las elecciones es que el presidente tiene un gran número de seguidores y no tiene intención de abandonar el escenario en breve”, dijo el exsenador Jeff Flake de Arizona, uno de los pocos funcionarios republicanos que ha roto con Trump en los últimos cuatro años.
En privado últimamente, Trump ha planteado la idea de volver a presentarse en 2024
Dichos seguidores pueden permitir a Trump ganar un segundo mandato y cuatro años para tratar de reconstruir la economía y remodelar el Partido Republicano a su imagen. Pero incluso desde fuera del cargo, podría intentar presionar a los senadores republicanos que conservan la mayoría para que resistan a Biden en cada momento, obligándolos a elegir entre la conciliación o enfadar a su base política.
Mientras llega una nueva generación de republicanos, Trump podría posicionarse como el líder de facto del partido, esgrimiendo una extraordinaria base de datos de información sobre sus partidarios que a los futuros candidatos les encantaría alquilar o acceder de algún modo. Los aliados del presidente han imaginado a otros republicanos en peregrinación a su propiedad en Mar-a-Lago en Florida, en busca de su bendición.
“No es como si su cuenta en Twitter o su habilidad para controlar el ciclo de noticias vaya a detenerse”, dijo Brad Parscale, el primer director de campaña del presidente en este ciclo electoral. “El presidente Trump también tiene la mayor cantidad de datos jamás reunidos por un político. Esto impactará en las carreras y en las políticas en los años venideros”.
Las encuestas a boca de urna mostraron que a pesar de los prominentes desertores republicanos como el senador Mitt Romney de Utah y los ‘nunca-trumpistas’ del Lincoln Project, Trump gozó de un fuerte apoyo dentro de su propio partido, al ganar al 93% de los votantes republicanos. Y a pesar de su retórica a menudo racista, también le fue algo mejor que hace cuatro años con los votantes negros (12%) e hispanos (32%). Y después de una enérgica campaña en los estados clave en disputa, los votantes que se decidieron a último momento se inclinaron por él.
Trump gozó de un fuerte apoyo dentro de su propio partido
Algunos de los argumentos de Trump tenían un peso considerable entre los miembros de su partido. A pesar de la pandemia del coronavirus y el consiguiente costo económico, el 41% de los votantes dijeron que les iba mejor que cuando él asumió el cargo, en comparación con solo el 20% que dijo que les iba peor. Adoptando las prioridades del presidente, el 35% de los votantes nombró la economía como el tema más importante, el doble de los que citaron la pandemia. El 49% dijo que la economía era buena o excelente, y el 48% aprobó el manejo del virus por parte de su gobierno.
“Si es derrotado, el presidente conservará la lealtad eterna de los votantes del partido y de los nuevos votantes que trajo al partido”, dijo Sam Nuremberg, quien fue estratega en la campaña de Trump en 2016. “El presidente Trump seguirá siendo un héroe dentro del electorado republicano. El ganador de las primarias presidenciales republicanas de 2024 será el presidente Trump o el candidato que más se le parezca”.
No todos los republicanos comparten esa opinión. Aunque Trump sin duda seguirá hablando y haciéndose valer en la escena pública, dijeron que el partido estaría feliz de intentar superarlo si pierde y será recordado como una aberración.
“Nunca habrá otro Trump”, dijo el exrepresentante Carlos Curbelo de Florida. “Los imitadores fracasarán. Se desvanecerá gradualmente, pero las cicatrices de este tumultuoso período de la historia estadounidense nunca desaparecerán”.
De hecho, Trump no logró reproducir su inesperado éxito de 2016, cuando se aseguró una victoria en el Colegio Electoral, incluso cuando perdió el voto popular a favor de Hillary Clinton. A pesar de todas las herramientas que tiene a su disposición como presidente, no consiguió conquistar un solo estado que no hubiera ganado la última vez, y hasta el miércoles había perdido dos o tres, con un par todavía por definir.
Las cicatrices de este tumultuoso período de la historia estadounidense nunca desaparecerán
Otros presidentes destituidos después de un solo mandato o menos —como Gerald R. Ford en 1976, Carter en 1980 y Bush en 1992— tendieron a desvanecerse en las sombras políticas. Ford contempló brevemente un regreso, Carter criticó ocasionalmente a sus sucesores y Bush hizo campaña a favor de sus hijos, pero ninguno de ellos siguió siendo una fuerza política importante dentro de su partido. Al menos políticamente, cada uno de ellos era visto en diversos grados como una fuerza agotada.
El último presidente derrotado que intentó desempeñar un papel de intermediario en el poder después de dejar el cargo fue Herbert Hoover, quien se posicionó para volver a presentarse tras su derrota en 1932 a manos de Franklin D. Roosevelt y se convirtió en un líder declarado del ala conservadora del Partido Republicano. Aunque ejerció una influencia significativa durante años, no volvió a ganar la nominación ni cambió el veredicto de la historia.
Para Trump, a quien le importa “ganar ganar ganar” más que cualquier otra cosa, sería intolerable que se le conociera como un perdedor. El día de la elección, durante una visita a su cuartel de campaña, reflexionó en voz alta sobre el tema. “Ganar es fácil”, les dijo a los periodistas y al personal. “Perder nunca es fácil. Para mí no, no lo es”.
Para evitar esa suerte, el miércoles el presidente buscó convencer a sus partidarios de que se estaban robando la elección simplemente porque las autoridades locales y estatales estaban contabilizando boletas emitidas legalmente. Que eso no fuera cierto, evidentemente le importó poco. Estaba armando una narrativa para justificar las disputas legales que incluso los abogados republicanos habían dicho que no tenían fundamento y que, de fracasar, lo presentarían como un mártir que no fue repudiado por los votantes si no, de algún modo, despojado del triunfo por fuerzas nefastas e invisibles.
“Ganar es fácil”, les dijo a los periodistas y al personal. “Perder nunca es fácil. Para mí no, no lo es”.
Trump tiene un historial de haber estado del otro lado de acusaciones de fraude. Su hermana dijo que consiguió que alguien más presentara su examen de ingreso a la universidad. Las hijas de un podólogo de Queens aseguran que su difunto padre diagnosticó a Trump con espolones óseos para evitar que fuera llamado a servir en la guerra de Vietnam como un favor a Fred Trump, el padre del presidente. Y sus tratos de negocios a menudo lo han involucrado en demandas y denuncias.
El joven Trump pagó 25 millones de dólares a los estudiantes en su Universidad Trump para acallar acusaciones de fraude. Su fundación de beneficencia fue clausurada luego de que las autoridades encontraron un “sorprendente patrón de ilegalidad”. Participó en dudosos esquemas impositivos durante los años noventa, entre ellos algunos casos de fraude descarado, según una investigación de The New York Times. Y Michael D. Cohen, su abogado y encargado de resolverle problemas, escribió en un libro reciente que amañó dos encuestas en línea a favor de Trump.
El presidente ha sobrevivido a todo eso y a una serie de quiebras y otros fracasos a través de una vida de apelaciones célebres y populistas que le dieron el aura de ganador que él alimentó. Desde su época en el sector inmobiliario y en la televisión, ha sido parte del firmamento de la cultura pop del país durante 30 años, una figura recurrente en películas, programas de televisión y en sus propios libros.
Ha sido, para millones, un símbolo de la aspiración y la riqueza soñada. Fue la estrella de una popular serie de televisión durante 14 temporadas, que lo presentó al país mucho antes de que postulara a la presidencia. Y una vez que lo hizo, sus bulliciosos mítines unieron a sus seguidores con él de una manera que subrayó cuánto él es un fenómeno cultural.
Durante meses, a medida que disminuían sus posibilidades de ser reelegido, Trump dijo a sus asesores —a veces en broma, a veces no— que si perdía anunciaría rápidamente que se presentaría de nuevo en 2024. Dos asesores dijeron que prevén que cumplirá con esa declaración si sus recusaciones legales fracasan y es derrotado, una medida que, si no hay nada más, le permitiría recaudar dinero para financiar los mítines de los que vive.
Cuando parecía probable que perdiera su campaña de 2016, él y algunos de los miembros de su familia hablaron de iniciar una empresa de medios de comunicación, vagamente concebida como Trump TV. Algunas de esas discusiones han continuado hasta este año, según gente que las conoce.
“No hay duda de que es una de las mayores figuras políticas polarizantes de la historia moderna”, dijo Tony Fabrizio, uno de los encuestadores de Trump. “Sus partidarios lo adoran y sus oponentes lo vilipendian. No hay término medio con Donald Trump”.