SALUD SOCIAL. La mejora de la salud pública no solo depende de los avances científicos, sino también de la lucha contra la desigualdad, afirma el historiador Jorge Lossio.
Enfermedades como la viruela, la peste bubónica, el cólera, la influenza o el VIH-Sida no solo han ocasionado gran mortandad, sino también importantes cambios sociales y culturales. Por ejemplo, las epidemias de cólera y fiebre amarilla en el siglo XIX impulsaron una mejora de las condiciones de vida en las ciudades. La aparición del VIH-Sida, a finales del siglo XX, provocó el desarrollo de una serie de estigmas y violencias contra la comunidad LGTBI, además del cambio de hábitos de protección en las prácticas sexuales.
“La salud pública no solo es un asunto médico-biológico, sobre todo en un país diverso y desigual como Perú”, dice el historiador Jorge Lossio, quien desde hace años estudia la historia de la salud pública peruana desde un enfoque social. En su reciente libro “Pandemias y salud pública: historia de cuarentenas y vacunaciones”, el primer lanzamiento de la serie Nudos de la República, disponible en la Biblioteca Bicentenario, el autor analiza las repercusiones de la presencia, en distintos momentos históricos, de la viruela, la fiebre amarilla, el cólera, la malaria, la polio, el sida, el AH1N1 y la Covid-19.
Una de las conclusiones de esta investigación, explica Lossio, es que el real cambio en la salud pública se dará únicamente cuando se acorten las desigualdades entre las poblaciones: “Tenemos que lograr reducir la inequidad, mejorar la calidad de la educación pública y privada, invertir más en investigación y disminuir o eliminar la precariedad en empleo y vivienda, si realmente queremos mejorar las condiciones en las que las personas nacen, viven y mueren en el Perú”.
NOVEDAD. El libro de Jorge Lossio es el primero de los dieciséis de la serie Nudos de la República de la Biblioteca Bicentenario, colección que busca analizar los principales desafíos sociales que aún no se han resuelto.
Foto: Difusión
La historia se ha encargado, menciona en su libro, de estudiar las revoluciones o las guerras, pero no ha ocurrido lo mismo con las pandemias, que son hechos que nos pueden decir mucho sobre la humanidad, ¿a qué se refiere con esto?
Algunos de los cambios que hemos vivido en la historia, incluso la caída de algunos imperios o cambios culturales o políticos se han debido al efecto de las pandemias. Sin embargo, en la enseñanza de la historia en los colegios o universidades se enfatiza el estudio de conflictos bélicos, como la Primera o la Segunda Guerra Mundial para explicar las transformaciones en el siglo XX, o el rol de las revoluciones para explicar los cambios políticos. Y, por supuesto, está bien, pero se ha olvidado que también las enfermedades han sido un agente de cambio. Por ejemplo, la viruela y el sarampión fueron un factor importantísimo para explicar el colapso del incanato. La influenza española de 1918-1920 fue muy importante para explicar por qué los Estados comenzaron a convertirse en actores centrales en salud. El sida es una pandemia que explica muchos de los cambios en las vidas sexuales de fin del siglo XX. Las enfermedades, sobre todo las que se convirtieron en epidemias y pandemias, han tenido un rol importante como agentes de cambio histórico.
Las epidemias y pandemias han tenido un rol importante como agentes de cambio histórico.
¿En Perú qué cambios han ocasionado estas enfermedades?
Las epidemias de cólera y de fiebre amarilla de mediados del siglo XIX, por ejemplo, alentaron una serie de reformas urbanas. ¿Por qué? En esa época, la explicación para las epidemias era la teoría miasmática. Había la idea de que las enfermedades se producían por efluvios venenosos que surgían por focos infecciosos de cuerpos en descomposición, basurales o aguas estancadas. Desde ahí, supuestamente, surgían estos miasmas que transmitían las enfermedades por el aire y generaban epidemias. Estas explicaciones llevaron a que, por ejemplo, se establecieran sistemas de recojo de basura municipales o un sistema de distribución de agua y se cubrieran las acequias que recorrían toda Lima.
Si nos remontamos un poco más atrás en el tiempo, la construcción de cementerios extramuros o fuera de las ciudades -antes los entierros se daban dentro de las iglesias, al interior de las ciudades- se debió a las mismas teorías miasmáticas y a las epidemias de viruela. Y, si nos acercamos al siglo XX, las epidemias de peste bubónica y la influenza española hicieron que el estado asumiera el cuidado de la salud como su deber.
La presencia de estas epidemias o pandemias, menciona en el libro, dio cuenta de las respuestas, muchas veces insuficientes, del Estado. ¿Por qué considera que no han sido eficientes?
Cuando surgen estas epidemias o pandemias, las respuestas del Estado muchas veces son urgentes, incluso drásticas. Por ejemplo, en el caso de la Covid-19 se decretó una cuarentena estricta como respuesta inicial. Era necesario, pero insuficiente porque ese 70% de la población que trabaja en el sector informal tendría que salir a las calles igual, pues le era imposible permanecer en casa por muchas semanas. Si no hay un comercio electrónico bien desarrollado, será imposible que muchas personas puedan comprar vía virtual o usar fondos virtuales, y tendrán que ir a los mercados o al banco. Si las viviendas están hacinadas, no hay donde aislar a los enfermos.
Lo que nos muestra la historia es que lo que realmente ayudaría sería una inversión sostenida en educación, vivienda, transporte público y condiciones laborales. Esos factores amplios son los que permiten mejores respuestas cuando viene una crisis sanitaria. Eso es algo que la Covid ha hecho evidente, pero algunos salubristas vienen diciéndolo desde hace décadas o siglos.
Usted ha explicado que el Estado hasta finales del siglo XX no tenía un rol central en el manejo de la salud pública. Desde entonces ¿cuáles han sido los avances cruciales?
Definitivamente uno de los cambios más importantes en salud es la mayor presencia del Estado. Hasta fines del siglo XIX el Estado no consideraba a la salud como un deber suyo, de esta se encargaban las órdenes religiosas o las sociedades de beneficencia, que actuaban bajo la lógica de la caridad. Es un cambio central que se da a lo largo del siglo XX. Pero, a finales de ese siglo, se empieza a cuestionar este rol. En los ‘90 empieza un discurso muy agresivo, de cuestionar la eficiencia del Estado, argumentando que lo privado es mejor, y ahora estamos viendo ese legado.
Otro cambio central fueron los avances científicos. La rapidez con la que se han desarrollado las vacunas para el caso de la Covid-19 ha sido mucho más de lo que uno se podría haber imaginado hace 60, 70 o incluso 20 años. Sin embargo, aunque se ha avanzado mucho en ciencia y tecnología para la salud, esto no se ha acompañado con divulgación científica. Creo que ahí falta mucho: hay mucho temor, desconfianza y teorías conspirativas alrededor de los avances científicos. Eso puede convertirse en un problema
Se ha avanzado en ciencia y tecnología para la salud, pero no en divulgación científica.
La salud pública dejó de ser un asunto de caridad y espiritualidad, pero ahora vemos que, ante las acciones insuficientes del Estado, la solidaridad o ideas como la colectividad han sido importantes.
El sistema de salud peruano tiene varias herencias coloniales aún vivas: incluye sistemas de salud privado, público y también la herencia de las beneficencias, la herencia religiosa, una herencia prehispánica en cuanto a saberes y actores no científicos occidentales, como curanderos y demás. Es decir, es un sistema múltiple.
Lo otro es que la solidaridad ha sido un componente importantísimo en todas las luchas contra las pandemias. Cuando hubo la gran epidemia de la fiebre amarilla de 1878, un sector de la clase alta, a través de la Sociedad de Beneficencia de Lima, financió hospitales y visitaba enfermos. Cuando fue la campaña para erradicar la polio en el Perú, a fines de los 80, se involucraron enfermeras, maestros y escolares. Cuando hubo la pandemia del sida, al inicio había mucho estigma y mucho temor, entonces los activistas fueron un actor central para cuidar de los pacientes y borrar estigmas.
En el caso de la Covid-19 también se han visto muchas manifestaciones de solidaridad, pero además está el otro lado, el más individualista, de reclamar por soluciones individuales, y no pensar tanto en el colectivo.
¿Cómo se desarrolló ese aspecto negativo en otras pandemias? ¿Hubo, por ejemplo, un afán de lucro con la salud, como ahora?
Siempre ha habido un mercado médico que ha buscado beneficiarse económicamente, pero nunca había visto este afán de exaltar lo privado por sobre el rol del Estado en una campaña de vacunación. Por ejemplo, durante las campañas contra la viruela o la polio se entendió desde un inicio que las vacunas eran un bien público. Antes eso se asumía como algo obvio: las vacunas se tenían que repartir de forma gratuita y se debía seguir un cronograma establecido por el Estado. La idea era acabar con la enfermedad a nivel nacional.
En el caso de la Covid-19 existe ese esfuerzo, pero también está ese otro discurso bien agresivo del "sálvese quien pueda", de la búsqueda de solución individual versus lo colectivo.
Justamente sobre las vacunas, ¿en otras épocas de crisis qué recibimiento les dio la población?
Las primeras vacunas para la Covid-19 las recibió el presidente de la República junto al ministro de Salud, y hubo mucha presencia de la prensa y alegría nacional. Eso me recordó a cuando llegó la vacuna contra la viruela en 1810, durante la primera campaña de vacunación en el Perú.
La viruela era la enfermedad más temida, la que más mataba y, de pronto, llega desde España su vacuna. El virrey y las autoridades eclesiásticas la recibieron, se hicieron discursos, homenajes. Había la expectativa de que la vacuna acabaría con ese mal. Ahora veo una gran similitud, en cuanto a esa expectativa por lo que algunos historiadores llaman "la bala mágica", la herramienta o la tecnología que va frenar la crisis.
Yo sí creo que la vacunación masiva va ser lo que nos saque de esta crisis. Pero un problema que ha existido en otras experiencias es que, ante la llegada de la tecnología que nos permite salir de la crisis, nos olvidamos de los problemas estructurales. Sería una pena que salgamos de esta crisis con la vacunación masiva y, luego, nos olvidemos del tema del empleo, de la precariedad del transporte público, del hacinamiento de las viviendas o de la falta de infraestructura sanitaria.
La solidaridad ha sido importantísima en todas las luchas contra las pandemias.
A lo largo de su libro, afirma que la salud pública no es sólo un asunto médico biológico, sino también cultural y social. En Perú, un país diverso y desigual, ¿cómo considera que se está manejando este asunto?
Al comienzo de la pandemia se decía que la Covid-19 era democrática, pues estaba afectando por igual a ricos y pobres. Pero, a medida que iba pasando el tiempo, se hizo cada vez más evidente que no es tan democrática, que las personas más acomodadas pueden aislarse, trabajar desde su casa sin salir y algunos se están yendo a vacunar a Estados Unidos. En cambio, los sectores menos acomodados han tenido que salir y exponerse al contagio y enfermarse, y no pueden ir a Estados Unidos a vacunarse.
Entonces, es importante reconocer que la inequidad tiene un impacto en el acceso a la salud y en la capacidad de respuesta a la enfermedad. Luego, como dijiste, somos un país con múltiples realidades, en cuanto a los recursos y las formas de entender la salud y la enfermedad. Las campañas de información deben partir de esta realidad. Ha estado bien informar desde la lógica científica, es lo que debe hacer el Estado y eso se entiende. Pero siempre hay que tener en cuenta que la lógica científica no es la que todos usan o aceptan en el Perú.
Los efectos que tendrá la Covid-19 todavía no se pueden calcular, pero hasta el momento ¿qué aprendizaje cree que nos dejará esta pandemia para el futuro?
Creo que el Estado se debería empoderar en lo referido a la salud. Debería reconocer, como a inicios del siglo XX, con mucha fuerza y claridad, que la salud es su deber y que debe invertir más en esta, mejorar su infraestructura, desarrollar una industria médica local y no depender solo de las importaciones. Eso va a ser un legado importante. Otro legado importante es que creo que se ha revalorizado el rol de la ciencia. En el Perú nos hemos descuidado muchísimo, somos uno de los países que menos invierte en el desarrollo de ciencia y tecnología, hemos abandonado ese sector por décadas. Esos dos legados van a ser valiosos: la revaloración de la ciencia y un Estado que va a sentir la necesidad de empoderarse en salud.