EQUIPO. Fortunata Palomino, Daniela Silva, Valerie León, Roy Riquelme y Nicolás Galán representan a quienes luchan contra el hambre en Perú.
El Perú enfrenta una grave crisis alimentaria con 16,6 millones de habitantes que no pueden solventar el costo de una canasta básica para asegurar su adecuada alimentación y nutrición, alerta el informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Los casos se han duplicado en la pandemia: hace tres años, la cifra alcanzaba a 8’000.000 de personas.
Además, la guerra entre Ucrania y Rusia ha generado el desabastecimiento de fertilizantes químicos a nivel mundial. En Perú, esta situación ha puesto en riesgo la producción agrícola en diversas regiones, lo que se suma al aumento de los precios de los alimentos.
Este domingo 16 de octubre, la FAO ha establecido que se celebra el Día Mundial de la Alimentación bajo la consigna de “no dejar a nadie atrás” ante el empeoramiento de la crisis de la seguridad alimentaria en el mundo y ha llamado a que, desde la sociedad civil, se evite el desperdicio de alimentos, se consuman alimentos nutritivos y estacionales, y se cuiden los suelos y las aguas.
En este difícil contexto mundial, hay personas que dedican sus esfuerzos para que más peruanos tengan a su alcance alimentos asequibles, seguros y nutritivos. OjoPúblico relata en este artículo el trabajo de una agricultora de Huánuco, un cocinero en Madre de Dios, un pescador de Lambayeque, una dirigente de ollas comunes de Lima y una activista social que luchan contra el desabastecimiento de alimentos y promueven el cuidado del ambiente, fuente de todo lo que nos nutre y da vida.
El heredero de los mochicas
Nicolás Galán Díaz
Pescador artesanal en caballitos de totora en Lambayeque
CUIDADO. Los pescadores artesanales, como Nicolás Galán, apuestan por la pesca sin el uso de motores con combustibles que contaminan el agua.
Ilustración: OjoPúblico / Claudia Calderón
A los siete años, Nicolás Galán Díaz aprendió a nadar en el mar. Su padre lo llevó a la isla Lobos de Afuera, que se ubica en la localidad de Pimentel, en Lambayeque, y lo arrojó al agua junto con un patachito —una embarcación de tres cuerpos elaborada con tallos y hojas de totora—. Al año siguiente, empezó a elaborar caballitos de totora y se inició en la pesca artesanal. A los 12 años ya era un experto y construía solo estas embarcaciones.
“Es una tradición que se pasa de padre a hijos. Mis siete hermanos y yo aprendimos la técnica de los mochicas, somos sus descendientes”, afirma. La pesca en estas embarcaciones es realizada por un maestro y un aprendiz, cada uno en un caballito de totora, quienes lanzan sus redes al mar en busca de especies marinas. “Nosotros no contaminamos el mar, nuestra técnica está basada en el cuidado del ambiente”, agrega el pescador de 68 años. Las grandes embarcaciones de pesca generan residuos de combustible y aguas servidas.
En 1991, Nicolás Galán construyó durante tres meses un caballito de totora de 18 metros con la capacidad de trasladar a siete personas. La embarcación llevó a científicos noruegos en un viaje de ocho días desde el puerto de Pimentel hasta la isla de Galápagos. Por esa labor, que contribuyó con estudios sobre especies marinas, recibió la medalla de la ciudad.
A los 12 años, Nicolás Galán construía solo sus embarcaciones de caballito de totora".
En sus 60 años como pescador artesanal, Galán Díaz —que representa a 64 pescadores de la Asociación de Pesca Artesanal en Caballitos de Totora de Pimentel— dice que no ha visto una crisis de escasez de especies marinas tan grave como ahora. Hasta hace cinco años, podía extraer entre 60 a 100 kilos de peces por día, pero en el último año apenas ha conseguido de 10 a 20 kilos de la especie cachema. En el mercado este pescado cuesta S/10 el kilo. “Apenas nos alcanza para comer”, señala.
La principal causa para la disminución de las especies es la depredación a gran escala, advierte, porque no hay un control efectivo de las autoridades en las costas ni en altamar a los grandes buques, quienes extraen indiscriminadamente. A esto se suma la contaminación por derrames de petróleo y plásticos en el mar, refiere.
Además, no hay ayuda estatal a los pequeños pescadores artesanales porque sus embarcaciones de caballitos de totora están valorizadas en S/4.000, lo que no les permite acceder a créditos bancarios. “Pese a los obstáculos seguiremos transmitiendo los conocimientos de los mochicas, es nuestro legado cuidar el mar y alimentar a nuestras familias con pescado”, refiere.
La lideresa que multiplica la comida
Fortunata Palomino Barrios
Presidenta de la Red de Ollas Comunes de Lima Metropolitana
LUCHADORA. En los últimos 12 años, Fortunata Palomino ha trabajado en defensa de los derechos de las mujeres y el acceso a la alimentación.
Ilustración: OjoPúblico / Claudia Calderón
El 23 de marzo del 2020, en plena crisis de la pandemia por la Covid-19, Fortunata Palomino Barrios salió de su casa en el distrito limeño Carabayllo con miedo a contagiarse, pero con la seguridad de que ayudaría a alimentar a decenas de familias al instalar la primera olla comunal en su distrito. De ese día recuerda la alegría de compartir un plato de comida con sus vecinos.
Ese fue el inicio de la Red de Ollas Comunes de Lima Metropolitana, pero la historia de lucha en defensa de mujeres y niños de Fortunata inició años antes. En el 2006 llegó a Carabayllo junto con sus cuatro hijos y su esposo luego de adquirir un terreno a través del programa estatal Techo Propio. Tres años después se sumó al programa Vaso de Leche como coordinadora de base y luego asumió la administración del programa en su distrito.
“Ese trabajo social me llevó a visitar casa por casa, a escuchar las historias de las mujeres que sufrían maltrato en sus hogares”, cuenta. En el 2014, integró la Red de mujeres organizadas previniendo la violencia de género. Su función era brindar charlas y talleres de sensibilización a mujeres y varones. Además, acompañaba a las víctimas a denunciar maltrato o violencia física.
Fortunata trabaja con más de 2.000 ollas comunes activas en Lima Metropolitana".
La situación de muchas de estas mujeres se complicó en la pandemia, ya que se quedaron sin trabajo y no podían llevar alimentos a sus hogares. “Nos confinaron para protegernos del virus, pero el hambre nos estaba matando”, recuerda. Fue entonces cuando Fortunata junto a otras mujeres empezaron a cocinar en las calles para dar alimentos a los más necesitados. Salió incontables veces en medios de comunicación para solicitar ayuda en la dotación de alimentos e implementación de las ollas comunes.
La necesidad de alimentos llevó a que se formaran más de 4.000 ollas comunes durante la pandemia en toda Lima Metropolitana, de las cuales hay 2.095 activas a la fecha. En abril de este año se publicó la Ley que reconoce a las ollas comunes y garantiza su sostenibilidad, financiamiento y el trabajo productivo de sus beneficiarios.
Fortunata señala que si bien hay un reconocimiento oficial a las ollas comunes no es adecuado que las municipalidades distritales sean las encargadas de abastecer a las madres porque ello puede ser usado de manera política. Ella propone que se modifique el reglamento de la ley para establecer que las madres tengan una tarjeta de compras para productos específicos.
“Esa metodología la usamos con las empresas que nos apoyaron durante la pandemia, es transparente y no se politiza. La alimentación es un derecho básico, no debe ser usado con tintes políticos”, afirma.
La mujer que recicla los alimentos
Valerie León Pardo Figueroa
Coordinadora general de Slow Food Perú
CONCIENCIA. Valerie León promueve el uso de todos los alimentos, sin excepción, a fin de que cumplan su función de nutrir a las personas.
Ilustración: OjoPúblico / Claudia Calderón
Cuando Valerie León Pardo Figueroa tenía ocho años acompañaba a su abuela Victoria Salas Ticona al mercado a comprar los alimentos para la semana. Recuerda que todas las madres llevaban sus bolsas y envases. “No existían refrigeradores, así que todo lo que sobraba lo transformaban en mermelada o postres”, cuenta. La pequeña Valerie estaba maravillada con las recetas que le enseñaba su abuela y eso la motivó a estudiar cocina y luego la carrera de administración de turismo y hotelería.
Para su tesis de pregrado estudió el aporte económico de la gastronomía en el Perú. Sin embargo, sentía que le faltaba explorar el sentido social y los cambios culturales que genera la alimentación. “Con los años me di cuenta que podemos generar cambios positivos en la salud y el bienestar social de las personas a través de la alimentación”, dice. En su búsqueda por profundizar en esta visión, Valerie se unió en 2019 al movimiento Slow Food Perú, que se dedica a promover la alimentación buena, limpia y biodiversa.
Así empezó a realizar acciones para concientizar y luchar contra el desperdicio de comida generalmente refrigerada o sobrantes de mercados y agricultores. Según ella, desperdiciar la comida es impedir que cumpla con su función de alimentar y nutrir a las personas. “Esto lo aprendí de mi abuela”, agrega.
Durante la pandemia, su labor se intensificó en la recolección de alimentos sobrantes de mercados y centros comerciales para luego ser derivados a las ollas comunes. En la actualidad, todos los lunes las madres de las ollas comunes acuden a los mercados de la Empresa Municipal de Mercados (Emmsa) —que está en los distritos de Rímac, Comas, San Juan de Lurigancho, Villa El Salvador, Pachacamac (Manchay) e Independencia— para recolectar alimentos. Desde diciembre del 2021 a la fecha han recolectado 50 toneladas de alimentos que han servido para cocinar 130 mil platos.
El trabajo de Valerie ha permitido recolectar más de 50 toneladas de alimentos para las ollas comunes".
El trabajo de Valerie junto con otros miembros de la sociedad civil impulsó que el Congreso de la República promulgue la Ley que promueve acciones para la recuperación de alimentos en mayo de este año. La norma establece realizar campañas de sensibilización y coordinación entre gobiernos locales, organizaciones sociales y empresariales para la recuperación de alimentos en buen estado. Sin embargo, aún falta la reglamentación que está a cargo del Ministerio de Desarrollo Agrario y Riego.
La crisis de escasez de alimentos se incrementará en los próximos meses afectando principalmente a las personas en pobreza y extrema pobreza que no podrán comprar alimentos de calidad, advierte, ante la falta de urea para sembrar los productos. “Dependemos de los derivados del petróleo para alimentarnos”, lamenta.
Para ella, el camino para mejorar la alimentación y la agricultura en el país es apostar por la agroecología, ya que los campesinos trabajan con el compost elaborado a base de desperdicios de heces de animales y microorganismos de la tierra. “Es agricultura limpia y sin tóxicos”, señala.
Este año, la FAO en Perú reconoció a Valerie León, Nicolás Galán Díaz y Fortunata Palomino Barrios como héroes de la alimentación por su contribución en el abastecimiento de alimentos para las personas vulnerables durante la pandemia y la crisis alimentaria.
La promotora de la agroecología
Daniela Silva Cisneros
Agricultora en Huánuco
ENSEÑANZA. Las técnicas de agroecología que usa Daniela Silva no contaminan el suelo. Ella se encarga de enseñar este sistema a sus vecinos.
Ilustración: OjoPúblico / Claudia Calderón
A las 5 de la mañana de todos los días, Daniela Silva Cisneros se levanta, alimenta a sus cuyes, riega sus pastos y cultivos de hortalizas para luego preparar el desayuno para su hija de cinco años. “Debe estar bien alimentada”, dice al darle una sopa de cuy.
Su prioridad es que su niña se nutra consumiendo productos agroecológicos —sistema de conocimientos que produce alimentos sin depender de compuestos químicos— y ayudar a sus vecinos del caserío Puquio, ubicado en el distrito de Yarumayo en la región Huánuco, a aprender técnicas ancestrales de agricultura.
En el 2016, Daniela, de entonces 23 años, conoció a unos agrónomos de la ONG Islas de Paz Perú que llegaron a Puquio para enseñarles a los agricultores a trabajar sus sembríos a través de la agroecología para evitar el uso de fertilizantes y monocultivos que dañan el medio ambiente.
Los dos primeros años de trabajo no les prestó mucho interés porque los procedimientos que los expertos recomendaban eran más extensos que en la agricultura convencional donde se limitaba a comprar abono sintético y fungicidas. En cambio, en la agroecología debía trabajar de 15 a 20 días para elaborar sus abonos orgánicos, diversificar sus cultivos, criar animales menores, sembrar frutales y trabajar la tierra con técnicas ancestrales para cuidar la tierra. “No le tenía mucha fe, pero con el paso del tiempo me di cuenta que los alimentos sembrados con técnicas agroecológicas duraban más y eran más rentables”, explica.
Daniela supervisa la correcta aplicación de las técnicas agroecológicas en Puquio".
Daniela lleva seis años aplicando las técnicas de la agroecología en sus parcelas. Tiene hortalizas, maíz y pastos; estos últimos sirven para alimentar a sus decenas de cuyes que usa para alimentarse y vender a compradores locales.
La diversificación de sus cultivos —sembrar en una misma parcela diversos productos para evitar consumir todos los nutrientes de la tierra— le permite tener variedad de alimentos para el consumo de su familia y los excedentes son enviados a un mercado de productos orgánicos en la ciudad de Huánuco. “Si nuestros productos son sanos, nuestra alimentación es mejor. No uso químicos, hace años que dejé de consumir tóxicos”, agrega.
A sus 29 años, Daniela es evaluadora del Sistema de Garantía Participativo —que certifica el cumplimiento de la agroecología en la parcela de cultivo— en Puquio. Además, enseña a otros agricultores todo lo que ha aprendido y gestiona proyectos de riego para las comunidades vecinas que aún no cuentan con agua para sus sembríos en la Municipalidad distrital de Yarumayo.
Con la actual crisis de fertilizantes muchas familias tienen dificultades para producir sus alimentos porque los precios de estos insumos se han duplicado, dice. En el 2016, Daniela compraba una bolsa de urea a S/60, mientras que ahora está a S/200. “Muchas familias están interesadas en aprender de la agroecología, aún es un camino largo, pero estoy convencida que es el camino para alimentarnos mejor y cuidar nuestra tierra”, dice.
El cocinero que cuida la sabiduría amazónica
Roy Riquelme Romero
Chef de Madre de Dios
ORGULLO. Roy Riquelme trabaja con comunidades indígenas para enseñarles a preparar comidas con sus productos tradicionales.
Ilustración: OjoPúblico / Claudia Calderón
En enero de este año, Roy Riquelme Romero se encontraba en la comunidad Puerto Nuevo, ubicado en el distrito de Tambopata, en Madre de Dios, enseñando a indígenas asháninkas y yines a elaborar platos de comida nutritivos en base a sus productos tradicionales, cuando un hombre le pidió su apoyo para asistir a su esposa a dar a luz de su bebé. Riquelme emocionado ayudó a la familia y al finalizar el trabajo de parto le preparó un plato de caldo de gallina a la joven madre indígena para que “recupere sus fuerzas”. Es un convencido de que los alimentos adecuadamente balanceados son nuestra mejor medicina.
Su sonrisa y su mirada se iluminan cuando está en la cocina, es su razón de vivir. A los 13 años ya preparaba solo sus platos de comida. Dice que aprendió a amar a la Amazonía por tradición familiar. Sus abuelos fueron indígenas amahuacas y él creció en medio de bosques en Madre de Dios. Con el paso de los años vio cómo la minería ilegal afecta la selva, deforesta y mata todo a su alrededor. Fue entonces que decidió luchar desde su trinchera por la conservación de conocimientos y concientizar a las familias en la preservación ambiental a través de la cocina.
Roy, de 40 años, trabaja desde hace siete años en el proyecto Cocinando y Conservando, que busca revalorar el conocimiento de los pueblos yines, asháninkas y amahuaca a través de la cocina. “Les enseñamos a las madres y niños a usar los productos que siembran, como la yuca y los plátanos, o peces y la carne de monte en la elaboración de sus alimentos sin necesidad de depender de productos procesados”, explica.
Roy Riquelme promueve la alimentación saludable para preservar la Amazonía".
El chef es consciente de que el uso de productos procesados genera contaminación en las comunidades al venir en empaques de plástico y que su inclusión en programas sociales ha cambiado las dietas de los indígenas, debilitando sus sistemas alimenticios. “El bosque nos brinda medicinas, alimento, paz y vida. Quiero que la gente aprenda a conservar su bosque desde la cocina”, refiere.
Trabaja con las familias de las comunidades Monte Salvado, Puerto Nuevo, Santa Teresita, La Victoria, Pishca y Boca Pariamano en la provincia de Manu. Los visita cada dos meses para darles clases prácticas de preparación de alimentos y charlas nutricionales, con lo que busca disminuir los problemas de anemia y desnutrición de los niños indígenas.
La labor de la familia Riquelme Romero en defensa del medio ambiente es conocida en Puerto Maldonado, pues se han opuesto a la minería ilegal y fueron atacados en marzo del 2020. Sin embargo, pese a las amenazas y agresiones, continúan promoviendo la conservación ambiental a través del turismo, la cocina y la correcta alimentación a los pueblos indígenas de la Amazonía.