EXTREMISMO. Partidarios de Trump en las protestas en el Capitolio durante la semana pasada.
Por Elizabeth Dias y Ruth Graham
Antes de que los miembros autoproclamados del grupo de extrema derecha Proud Boys marcharan hacia el Capitolio de Estados Unidos el 6 de enero, se detuvieron para arrodillarse en la calle y rezar en el nombre de Jesús.
El grupo, cuyos participantes han adoptado mentalidades misóginas y antiinmigrantes, oró para que Dios trajera “reforma y renacimiento”. Dieron gracias por “la maravillosa nación en la que todos tenemos la bendición de vivir”. Le pidieron a Dios la restauración de su “sistema de valores” y el “valor y la fuerza para representarte y representar bien nuestra cultura”. Además, invocaron la protección divina para lo que estaba por venir.
Luego se pusieron de pie. Con un megáfono, el líder del grupo declaró que los medios de comunicación debían “quitarse de mi maldito camino”. Después procedieron a caminar hacia el Capitolio.
La presencia de rituales, lenguaje y símbolos cristianos fue inconfundible el miércoles 6 de enero en Washington. Había una pancarta de una campaña presidencial en broma para “Jesús 2020” de color azul y rojo; un parche que decía “Armadura de Dios” en el uniforme camuflado de un hombre; y una cruz blanca que declaraba, en mayúscula sostenida, “TRUMP GANÓ”. Todo esto intercalado con alusiones a las teorías de conspiración de QAnon, banderas confederadas y camisetas con mensajes antisemitas.
La mezcla de referencias culturales y las personas que las portaban, dejaron en evidencia un fenómeno que se ha estado gestando por años: que los rincones más extremos de apoyo al presidente Donald Trump se han vuelto inseparables de algunas partes del poder evangélico blanco en Estados Unidos. En lugar de tener vertientes de apoyo completamente separadas, estos grupos se han mezclado entre si cada vez más.
Esta potente mezcla de rencor y fervor religioso le ha dado un enorme impulso al apoyo proveniente de un amplio grupo de partidarios de Trump, muchos de los cuales se describen a sí mismos como participantes de una especie de guerra santa, según entrevistas. Y muchos de ellos, inmersos en mentiras sobre las elecciones presidenciales y ahora sobre los mismos disturbios, dijeron que las consecuencias de los eventos del 6 de enero solo han alimentado un sentido más profundo de victimismo y de sentirse incomprendidos.
Lindsay French, una cristiana evangélica de 40 años de Texas, decidió ir a Washington luego de recibir lo que denominó como una señal tipo “zarza ardiente” de Dios para participar en el evento, tras las peticiones de su pastor a los feligreses de “detener el robo”.
“Estamos en una lucha del bien contra el mal, de la oscuridad contra la luz”, dijo, y declaró que se estaba alzando como la reina Ester, la heroína bíblica que salvó a su pueblo de la muerte.
“Estamos cansados de que nos retraten como si fuéramos personas horribles”, dijo, reconociendo que hubo algo de violencia, pero insistiendo en la mentira de que Antifa fue responsable de esos actos.
Como muchos republicanos en el Congreso, algunos líderes evangélicos que han apoyado de gran manera a Trump se distanciaron a ellos mismos y a su fe de los insurrectos. Robert Jeffress, pastor de la megaiglesia First Baptist Dallas, tachó la violencia de “anarquía”. El asedio al Capitolio “no tiene nada que ver con el cristianismo”, dijo. “Nuestro apoyo al presidente Trump se basó en sus políticas”.
Sin embargo, los críticos afirman que ya es demasiado tarde para intentar separar la cultura cristiana conservadora blanca que ayudó a impulsar a Trump al poder de la violencia de la semana pasada en Washington.
“No se puede entender lo que pasó hoy sin lidiar con el nacionalismo cristiano”, señaló el 6 de enero Andrew Whitehead , sociólogo de la Universidad de Indiana-Purdue en Indianápolis, y agregó que los movimientos evangélicos blancos han al menos tolerado el extremismo de ultraderecha, desde mucho antes de Trump. “Ellos proporcionaron los fundamentos políticos y teológicos de esto, lo que ha permitido que reine la anarquía”.
En un video publicado en Facebook, grabado en Washington la noche del 4 de enero, el pastor de Tennessee Greg Locke se refirió a sí mismo como parte del “regimiento de túnicas negras”, una referencia al clero estadounidense que participó de manera activa en la Revolución estadounidense. En un mitin la noche siguiente, Locke predicó a una multitud de partidarios de Trump en Freedom Plaza, y predijo “no solo un Gran Despertar, sino el mayor despertar que jamás hayamos visto”.
Los disturbios del 6 de enero, causados por una multitud en su gran mayoría blanca, también ilustraron la división racial en el cristianismo estadounidense.
Horas antes del ataque al Capitolio, el reverendo Raphael Warnock de la Iglesia Bautista Ebenezer en Atlanta, había sido elegido para el Senado de Estados Unidos luego de que muchos cristianos blancos conservadores intentaran retratarlo como un radical peligroso, aunque su campaña estuvo fundamentada en la visión moral tradicional de la iglesia negra. Por años, muchos cristianos negros les han advertido a los creyentes blancos que la retórica racial de Trump iba a terminar mal.
“Nuestras quejas no han sido escuchadas”, afirmó Jemas Tisby , presidente de un colectivo cristiano negro llamado The Witness (el testigo).
“Este es el auténtico cristianismo blanco estadounidense”, dijo sobre los eventos del 6 de enero. “El desafío que tienen los cristianos blancos de Estados Unidos es examinar lo que han forjado en materia religiosa”.
Dentro del Capitolio, los senadores que se opusieron a los resultados de las elecciones fueron algunos de los cristianos conversadores más notorios de su partido, como Ted Cruz, Josh Hawley, y Cindy Hyde-Smith.
Los frutos de la alianza entre grupos de extrema derecha —cristianos y otros— fueron evidentes el 6 de enero, antes de que comenzaran los disturbios, cuando miles de partidarios de Trump se reunieron para protestar la certificación de los resultados de las elecciones presidenciales, en las que Joe Biden derrotó definitivamente a Trump, incluso tras los intentos para desacreditar la votación. Muchos de los asistentes eran evangélicos blancos que se sintieron llamados a viajar cientos de kilómetros desde sus hogares hasta Washington.
La propagación de mentiras sobre la integridad de las elecciones —y ahora también sobre la raíz de los disturbios del 6 de enero— se ha infiltrado profundamente en los círculos cristianos conservadores. Las creencias evangélicas apocalípticas sobre el fin del mundo y el inminente juicio divino se confunden con las teorías de conspiración de QAnon que afirman de manera falsa que el país está dominado por burócratas y pedófilos del “Estado profundo”.
Abigail Spaulding, madre de 15 hijos y ama de casa que viajó al mitin junto con amigos de su iglesia de Carolina del Sur, rompió en llanto mientras hablaba del temor que sentía por sus hijos bajo un gobierno de Biden. Dijo que su esposo les había explicado a sus hijos que cuando Biden sea juramentado como presidente, “ellos pueden tomar la Biblia, llamarla discurso de odio y desecharla”. Spaulding tenía otras preocupaciones sobre Biden, extraídas de Facebook y Twitter, todas falsas.
En Kalamazoo, Míchigan, Laura Kloosterman, de 34 años, asistió a misa el 6 de enero y oró para que el Congreso se negara a certificar la victoria de Biden. Había leído denuncias en línea sobre máquinas de votación defectuosas que le quitaron votos a Trump. No hay pruebas de estas afirmaciones, las cuales han sido promovidas en línea por Trump y otras figuras de la derecha.
Kloosterman sigue al escritor evangélico y presentador de radio Eric Metaxas, quien ha afirmado en repetidas oportunidades que los resultados de las elecciones fueron fraudulentos. Metaxas, quien golpeó a un manifestante frente a la Casa Blanca el verano pasado, le dijo a Trump en una entrevista a finales de noviembre que estaría “feliz de morir en esta batalla”, durante una conversación sobre los intentos de revertir los resultados electorales. “Dios está con nosotros”, agregó.
Desde los disturbios, muchos de los simpatizantes de esta causa afirmaron que estaban enfurecidos por la remoción de Trump y otros de redes sociales como Twitter, y la desactivación del advenedizo sitio conservador de redes sociales Parler. Lo ven como parte de una conspiración más grande para silenciar el cristianismo. Están buscando la manera para garantizar que sus voces sean escuchadas.
Adam Phillips, un contratista de 44 años de Robbinsville, Carolina del Norte, tenía trabajo y no pudo ir a Washington el 6 de enero —“El Señor no lo consideró apropiado”, comentó— pero sí asistió a dos manifestaciones desde noviembre, la marcha “Detengan el robo” y la marcha MAGA del millón.
“Desde hace tiempo es evidente que los cristianos están bajo la represión y el escrutinio de todos”, dijo. “Todas las cosas sobre las que se fundó el país están bajo ataque, están tratando de eliminar el nombre de Dios de todo, en especial el nombre de Jesús”.