EE.UU. Joe Biden asume una nación fracturada por su antecesor y con una frágil proyección de poder

Nueva administración demócrata en Washington tendrá que lidiar con un mundo en plena batalla cultural desde América Latina hasta Europa. Un panorama acentuado por el impacto por la Covid-19, la crisis económica y la desaparición de los empleos, y el creciente aumento de sociedades desiguales y polarizadas.

EE.UU. Y RUSIA. Trump y Putin durante una reunión del G-20 en Japón en 2019.

EE.UU. Y RUSIA. Trump y Putin durante una reunión del G-20 en Japón en 2019.

Foto: Erin Schaff / The New York Times.

Por Roger Cohen

 

PARÍS.— La mayoría de los países perdieron la paciencia hace tiempo. Los aliados consideraban inaceptables, cuando no sencillamente insultantes, los arrebatos erráticos del presidente Donald Trump. Hasta rivales como China y Rusia se sorprendieron ante los bandazos de las políticas volátiles del presidente. Trump declaró en 2016 que Estados Unidos debe ser “más impredecible”. Y lo cumplió.

La repentina manía por el gobernante estalinista norcoreano, Kim Jong-un, la sumisión ante el presidente de Rusia, Vladimir Putin, la obsesión con el “virus chino”, el entusiasmo por la fractura de la Unión Europea y el aparente abandono de los valores democráticos fundamentales de Estados Unidos fueron tan impactantes que casi todos ven la salida de Trump de la Casa Blanca del miércoles con alivio.

A Estados Unidos se le quitó el brillo, los ideales democráticos están desprovistos de fondo. La huella de Trump en el mundo permanecerá. Aunque abundan las denuncias apasionadas, hay un legado del trumpismo que no se desvanecerá con facilidad en algunos círculos. Mediante su obsesión con “Estados Unidos primero”, incitó a otras naciones a ponerse primero también. No volverán a alinearse con Estados Unidos en el corto plazo. La fractura al interior del país que Trump avivó permanecerá y debilitará la proyección del poder estadounidense.

“Trump es un delincuente, un pirómano político que debería ser enviado a un tribunal penal”, comentó Jean Asselborn, ministro de Relaciones Exteriores de Luxemburgo, en una entrevista de radio. “Es una persona que fue electa democráticamente, pero a la que la democracia no le interesa en lo más mínimo”.

El uso de ese tipo de lenguaje por parte de un aliado europeo para referirse a un presidente estadounidense habría sido impensable antes de que Trump hiciera de la indignación el tema central de su presidencia, junto con el ataque a la verdad. Su negación de un hecho —la derrota en las elecciones de noviembre— fue vista por gobernantes como Angela Merkel, la canciller alemana, como lo que desató el asalto del Capitolio el 6 de enero por parte de los seguidores de Trump.

Una turba frenética en el santuario interno de la democracia estadounidense fue para muchos países como ver a Roma saqueada por los visigodos. Para los observadores extranjeros, Estados Unidos ha caído. Los desatinos imprudentes de Trump, en medio de una pandemia, le heredan a Joe Biden, el presidente entrante, una gran incertidumbre mundial.

“La era posterior a la Guerra Fría ha llegado a su fin tras 30 años y ahora se desarrolla una era más compleja y desafiante: ¡un mundo en peligro!”, dijo Wolfgang Ischinger, presidente de la Conferencia de Seguridad de Múnich.

El talento de Trump para los insultos innecesarios se sintió en todo el mundo. En Mbour, una población costera en Senegal, Rokhaya Dabo, administradora escolar, dijo: “No hablo inglés, pero me sentí ofendida cuando dijo que África era una pocilga”. En Roma, Piera Marini, quien elabora sombreros para su tienda en Via Giulia, dijo que se alegró de saber que Trump se iría: “Tan solo la manera en que trataba a las mujeres era escalofriante”.

“Biden necesita abordar el restablecimiento de la democracia en casa de una manera humilde que les permita a los europeos decir que tenemos problemas similares y que por ello debemos salir de esto juntos”, dijo en una entrevista Nathalie Tocci, una politóloga italiana. “Con Trump, de repente, los europeos nos convertimos en el enemigo”, agregó.

A pesar de ello, hasta el final, el nacionalismo de Trump tuvo seguidores. Oscilaban desde la mayoría de los israelíes, a quienes les gustaba su apoyo incondicional, hasta aspirantes a autócratas de Hungría a Brasil para quienes era el líder carismático de una contrarrevolución contra la democracia liberal.

En otros lugares, el apoyo a Trump era ideológico. Él era el símbolo de una gran sacudida nacionalista y autócrata. Personificaba una revuelta contra las democracias occidentales, consideradas el lugar donde la familia, la Iglesia, la nación y las nociones tradicionales del matrimonio y el género van a morir. Se resistió a la migración masiva, la diversidad y la erosión del dominio del hombre blanco.

Esta batalla cultural mundial continuará porque las condiciones de esta erupción —la inseguridad, la desaparición de los empleos, el resentimiento en sociedades en las que crece la desigualdad debido al impacto de la COVID-19— continúan desde Francia hasta Latinoamérica. El fenómeno Trump también continúa. Sus decenas de millones de seguidores no desaparecerán pronto.

“¿Los acontecimientos en el Capitolio fueron la apoteosis y el trágico punto final de los cuatro años de Trump o el acto inaugural de una nueva violencia política estadounidense impulsada por una energía peligrosa?”, preguntó François Delattre, secretario general del Ministerio de Relaciones Exteriores de Francia. “No lo sabemos y debemos preocuparnos por los países con crisis similares en sus modelos democráticos”.

Francia es uno de esos países donde hay una creciente confrontación tribal. Si el Departamento de Justicia de Estados Unidos pudo politizarse, si los Centros para el Control y la Prevención de las Enfermedades pudieron aniquilarse y si 147 miembros electos del Congreso pudieron votar para anular los resultados de la elección incluso después de un ataque al Capitolio, hay motivos para creer que en otras sociedades posverdad fracturadas puede pasar cualquier cosa.

“Cómo llegamos aquí? De manera gradual y luego repentina, como le sucedió a Hemingway”, dijo Peter Mulrean, quien fungió como embajador de Estados Unidos en Haití y ahora reside en Francia. “Hemos visto la degradación continua de la verdad, los valores y las instituciones. El mundo ha sido testigo”.

Como el historiador británico Simon Schama ha hecho notar: “Cuando la verdad perece, también lo hace la verdad”. Trump, para quien la verdad no existía, deja un escenario político en el que la libertad se ha debilitado. Una Rusia envalentonada y una China asertiva están posicionadas con mayor fuerza que nunca para mofarse de la democracia e impulsar sus agendas hostiles con el liberalismo.

La política de Trump para China fue tan incoherente que Xi Jinping, el gobernante chino, acabó por recurrir a Starbucks, que tiene miles de establecimientos en China, para mejorar las tensas relaciones entre Estados Unidos y China. La semana pasada, Xi le escribió al ex director ejecutivo de la empresa, Howard Schultz, para que lo “alentara” a ayudar con “el desarrollo de relaciones bilaterales”, según informó la Agencia de Noticias Xinhua.

La estrategia de Trump fue errática, pero sus críticas fueron congruentes. China, con su Estado de vigilancia, quiere superar a Estados Unidos como la gran potencia mundial para mediados de siglo, lo cual supondrá tal vez el mayor reto para el gobierno de Biden. Biden pretende encabezar a todas las democracias del mundo para enfrentar a China. Sin embargo, el legado de Trump es la reticencia de los aliados a alinearse con un Estados Unidos cuya palabra ahora vale menos. Parece inevitable que la Unión Europea, India y Japón tengan sus propias políticas sobre China.

Trump llamó al primer ministro canadiense, Justin Trudeau, “deshonesto y débil”, mientras que el brutal Kim de Corea del Norte le pareció “simpático”. No le veía el sentido a la OTAN, pero le aplaudió a un general norcoreano.

Abandonó el Acuerdo de París sobre el cambio climático y el acuerdo nuclear de Irán y planeó sacar a Estados Unidos de la Organización Mundial de la Salud. Puso de cabeza el orden de la posguerra liderado por Estados Unidos. Incluso si el gobierno de Biden se mueve rápido para revertir algunas de estas decisiones, como lo hará, la confianza tardará años en restaurarse.

Ischinger dijo: “Nuestra relación no volverá a ser como era antes de Trump”.

Dmitry Medvedev, el expresidente de Rusia y ahora subdirector del Consejo de Seguridad del Kremlin de Putin, describió a Estados Unidos como un país sumido “en una guerra fría civil” que lo hace incapaz de ser un socio predecible. En un ensayo, concluyó que: “En los próximos años, es probable que nuestra relación siga siendo en extremo fría”.

Sin embargo, la relación de Estados Unidos con Rusia, al igual que otras relaciones internacionales críticas, cambiará bajo el mandato de Biden, quien tiene profundas convicciones sobre el papel internacional crucial de Estados Unidos en la defensa y la expansión de la libertad.

Putin esperó más de un mes para felicitar a Biden por su victoria. También tomó un tiempo, pero los puestos de recuerdos en Ismailovo, un extenso mercado al aire libre en Moscú, ahora venden muñecos de madera de Biden, al estilo de las matrioskas, y ya no tienen muñecos de Trump. “Ya nadie lo quiere”, dijo un vendedor. “Está acabado”.

El mundo, al igual que Estados Unidos, quedó traumatizado por los años de Trump. Todo el alambre de púas en Washington y los miles de soldados de la Guardia Nacional desplegados para asegurar una transferencia pacífica del poder en Estados Unidos de América son testimonio de ello.

No obstante, la Constitución prevaleció. Las maltratadas instituciones prevalecieron. Estados Unidos prevaleció cuando se desplegó al Ejército de manera similar para proteger las capitales de los estados durante el movimiento por los derechos civiles en la década de 1960. Trump se dirige a Mar-a-Lago. Y apostar en contra de la capacidad de Estados Unidos para reinventarse y resurgir nunca fue una buena idea, ni siquiera en los peores momentos.

 

@2021The New York Times Company

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