ESCENARIO. El río Itaquaí, cerca de la base de la Funai y la reserva del Valle de Javari, que alberga varios grupos indígenas aislados.
Por Jack Nicas, con la colaboración de André Spigariol*
Eran las cuatro de la mañana, el sol aún no aparecía por el río Itaquaí en la profundidad de la Amazonía, pero un equipo de indígenas ya se ocupaba de preparar el desayuno, compuesto de café, carne frita y pescado. Cocinaban en la pequeña estufa de su bote patrulla, donde habían vivido durante todo el mes, en busca de cazadores furtivos.
El domingo se levantaron temprano porque algunos de ellos planeaban escoltar a sus dos invitados 80 kilómetros de regreso al pueblo.
Los invitados, Bruno Pereira, un activista que capacitaba a las patrullas indígenas, y Dom Phillips, un periodista británico que documentaba la actividad, tenían que regresar para encontrarse con la policía federal. Pereira debía entregar las pruebas que tenía la patrulla de pesca y caza ilegal en este rincón remoto de la vasta selva.
Era un trabajo peligroso. Hacía meses que Pereira recibía amenazas. Un día antes, Pereira había visto a un cazador ilegal armado con una escopeta que semanas antes le había disparado a la cabeza. El cazador lo reconoció. “Buenos días”, le gritó a Pereira.
Pero durante el desayuno, Pereira anunció que él y Phillips no necesitarían acompañantes. Mejor, se moverían rápido y viajarían solos. Empacaron su pequeño bote de metal, echaron a andar el motor externo y se alejaron. Llevaban suficiente combustible, la evidencia… y un arma.
Luego, desaparecieron.
En la Amazonía, desapariciones como estas suelen pasar inadvertidas. Este es un periodo de creciente ausencia de la ley en la selva más grande del mundo y este paraje aislado cercano a las fronteras de Colombia y Perú está casi olvidado por el gobierno brasileño.
Sin embargo, esta vez fue diferente, hubo indignación internacional. Phillips era un periodista independiente del periódico británico The Guardian y Pereira alguna vez fue el principal funcionario de los grupos indígenas aislados de Brasil. El gobierno tenía que responder.
LOCALIDAD. Una de las pocas vías principales de Atalaia do Norte, una ciudad de 20.000 habitantes en el nacimiento del río Itaquaí.
Foto: Victor Moriyama / The New York Times
En cuestión de días, las autoridades habían arrestado a dos cazadores furtivos que acabaron por confesar que mataron a los hombres y desmembraron sus cuerpos. Uno de los hombres era el que gritó aquel saludo.
El asesinato de Pereira y Phillips narra la historia de dos hombres que murieron haciendo lo que les apasionaba. Pereira quería proteger la Amazonía y al pueblo indígena que la habita. Phillips quería mostrar cómo las comunidades indígenas intentaban defenderse de los cazadores ilegales que a menudo operaban con impunidad.
Pero también es una historia que resuena en todo el mundo. La Amazonía es fundamental para detener el calentamiento global, rebosa de vida silvestre y recursos naturales y es hogar de comunidades aisladas que mantienen una cultura y una forma de vida olvidadas desde hace mucho por la modernidad.
Hacía meses que Pereira recibía amenazas. Un día antes, vio a un cazador ilegal armado con una escopeta que semanas antes le había disparado a la cabeza.
Para reconstruir lo que ocurrió, volví sobre los pasos de la travesía de estos hombres por la corriente del Itaquaí, recabé su correspondencia y hablé con más de tres docenas de personas que los conocieron, se los encontraron en el camino o investigaron su desaparición, incluidos activistas indígenas, pescadores, servidores públicos, posaderos, cocineros, familiares y colegas.
Lo que quedó claro fue que la casi absoluta ausencia del gobierno brasileño en esta región, aunada a los llamados del presidente Jair Bolsonaro para desarrollar la Amazonía, han ayudado a envalentonar a los pescadores y los cazadores ilegales, así como a las redes criminales que invaden los territorios indígenas en la zona.
Los pocos funcionarios federales que quedan en la región se quejaron de estar en el abandono, mientras otros visten chalecos a prueba de balas debido al aumento de las amenazas.
TRASLADO. Agentes de policía cargando los cuerpos de Bruno Pereira y el Dom Phillips en Atalaia do Norte.
Foto: Victor Moriyama / The New York Times
Pereira había dejado el gobierno de Bolsonaro para protestar en contra de sus políticas ambientales y comenzó a ayudar a los grupos indígenas a vigilar la selva por su cuenta.
Eso lo puso en riesgo. En marzo, una asociación indígena recibió una nota anónima con una amenaza que mencionaba su nombre. Luego, los pescadores ilegales le dispararon a su barco desde una choza en la orilla del río. Pereira decidió que necesitaba un arma más grande.
“Es una bomba de acción, calibre 12”, dijo Pereira en un mensaje a uno de sus antiguos colegas del gobierno. “Si vas a estar en el bosque, necesitas algo más fuerte”, sentenció.
Pero al final Pereira rechazó las ofertas de seguridad adicional en su último viaje, según colegas, mientras parecía que Phillips no estaba del todo informado de las amenazas.
Pereira, de 41 años, y Phillips, de 57 años, viajaron por un estrecho del Itaquaí entre el valle Javarí —una reserva indígena del tamaño de Portugal donde habitan al menos 19 grupos aislados— y las ciudades pobres y con delincuencia que se encuentran en la frontera entre Brasil, Colombia y Perú. El plan era pasar varios días con la patrulla indígena antes de entregar las pruebas de la patrulla a la policía.
Dos días después de irse, Pereira le envió un mensaje a un colega. El viaje, dijo, podría “tener algunos problemas”.
‘Mira alrededor, no hay nada, ¿verdad?’
En 2018, Pereira y Phillips pasaron 17 días en la misma región en busca de una tribu aislada. Phillips describió a Pereira como un hombre “fornido y con gafas” que “abre el cráneo hervido de un mono con una cuchara y se come sus sesos para desayunar mientras habla de política”.
Pereira estaba trabajando para la Fundación Nacional del Indio (FUNAI), la agencia federal encargada de proteger a los grupos indígenas de Brasil y supervisar la región del valle del Javarí.
VALIOSO. Pescadores limpiando el pirarucu, pez prehistórico cuyo precio alcanza al menos el doble del de muchas otras especies.
Foto: Mauricio Lima / The New York Times
Desde hace tiempo, la región está plagada de conflictos entre grupos indígenas y cazadores furtivos que invaden sus reservas. Cazan tapires, pecaríes y tortugas de río de manchas amarillas, pero su principal presa es el pirarucú, un pez prehistórico que respira aire, que llega a medir 3 metros de largo y alcanza al menos el doble del precio de muchas otras capturas.
Los cazadores furtivos “invaden todas las zonas de por aquí; son como ninjas”, dijo Eumar Vasques, funcionario de la base de la FUNAI que vigila la entrada a la reserva del valle del Javarí, en un bote cerca de una torre de vigilancia vacía. “Conocen el bosque mejor que nosotros”.
La pesca ilegal ha devastado la población de pirarucú y la ha convertido en un alimento básico en los menús de toda la zona. Pero rara vez se atrapa a los pescadores, en parte porque hay menos autoridades vigilando que antes.
Desde hace tiempo, la región está plagada de conflictos entre grupos indígenas y cazadores furtivos que invaden sus reservas.
La policía ambiental, encargada de combatir la caza ilegal, cerró su base regional en 2018. Su oficina más cercana se encuentra a 1126 kilómetros, la distancia entre Nueva York y Chicago. La policía federal está a más de una hora de distancia. La Armada y el Ejército brasileños no suelen patrullar estas aguas. Y en Atalaia do Norte, el pueblo más cercano, la policía estatal no tiene bote ni radios.
“Mira alrededor. No hay nada, ¿verdad?”, dijo Vasques. “Y hay más tráfico en esta región que en ninguna otra”.
La FUNAI es la única presencia gubernamental que suele verse en el Itaquaí y el personal de la base, incluidos los trabajadores indígenas temporales, se ha reducido a ocho personas en comparación con casi 30 en años anteriores, señaló Vasques. En consecuencia, ya no se ocupan de la pesca ilegal. “El papel fundamental de la base no es la inspección”, aclaró. “Nuestro papel consiste realmente en proteger a estas tribus aisladas”.
Bolsonaro ha dicho que el gobierno sigue procesando a la gente que practica la tala y la caza ilegales en la Amazonía. También ha argumentado que las normas ambientales de Brasil limitan el potencial económico pleno de la selva.
DEPREDACIÓN. La pesca ilegal en el río Itaquaí ha devastado la población de pirarucú y la ha convertido en un alimento básico en la zona.
Foto: Victor Moriyama / The New York Times
En lugar del estado, son los hombres de las tribus quienes fungen como guardabosques. Desde el año pasado, patrullas de 13 hombres vigilan la actividad ilegal al interior de las reservas de la región. Pereira capacitó a los hombres para documentar los delitos con teléfonos inteligentes y drones.
A finales de marzo, una patrulla condujo a las autoridades hasta un cazador ilegal que fue arrestado con casi 300 kilogramos de carne de animales protegidos y cerca de 408 kilogramos de pirarucú.
Mensajes amenazantes
Más o menos por esas fechas, una nota escrita a mano llegó a la Unión de Pueblos Indígenas del Valle de Javarí (UNIVAJA), una asociación indígena que ayuda a organizar las patrullas. “Bruno de FUNAI es el que está enviando a los indios a llevarse los motores de nuestros botes y nuestra pesca”, decía, en referencia a Pereira. “Si continúas haciéndolo, las cosas van a empeorar para ti”.
La nota fue alarmante. Un colega de Pereira en la FUNAI había recibido amenazas similares en 2019. Después, recibió dos tiros en la cabeza a bordo de su motocicleta.
Esa muerte, que nunca se esclareció, motivó a la FUNAI a enviar guardias armados a su puesto del Itaquaí. Cuando llegué en mi barco, Vasques me recibió con un chaleco antibalas, acompañado de dos guardias. “Al comienzo, no recibíamos este tipo de amenazas. Pero cada vez se han vuelto más iracundas”, comentó.
Desde 2010 hasta 2020, 377 defensores de la tierra fueron asesinados en Brasil, según Global Witness, un grupo de defensoría. Más o menos en el mismo periodo, solo 14 de los más de 300 asesinatos en la Amazonía llegaron a los tribunales.
Semanas después del mensaje amenazante, Pereira y un colega de UNIVAJA estaban en el Itaquaí cuando un disparo les pasó por encima de la cabeza. Luego vieron a Amarildo Oliveira, un pescador conocido en la comunidad como Peladode de pie en su porche con un arma.
Hasta entonces, Pereira llevaba una pistola calibre .380 de 18 tiros. Decidió que necesitaba algo mejor.
TRAYECTO. Ruta que siguieron Bruno Pereira y Dom Phillips por el río Itaquaí, donde fueron interceptados por sus victimarios.
Mapa: Baden Copeland / New York Times
’Confiaba plenamente en Bruno’
Tras dos décadas de escribir sobre música electrónica, Phillips llegó a Brasil en 2007 y comenzó un segundo acto como corresponsal extranjero que escribía para diversas publicaciones, incluido The New York Times. Su proyecto más reciente era un libro sobre la creatividad con la que las personas intentaban salvar la Amazonía. Tenía una fecha de entrega estricta y muy poco presupuesto cuando decidió hacer un viaje final, una reunión con Pereira en el valle del Javarí.
Por lo general, Phillips insistía mucho en la seguridad y escribía a su esposa y editores con detalle al respecto. Pero en esta ocasión no lo hizo, según su familia y colegas.
Alessandra Sampaio, su esposa, comentó que Phillips pasó días estudiando mapas y hablando con Pereira. “Confiaba plenamente en Bruno”, afirmó.
Las autoridades investigan si los asesinatos estan relacionados a los grupos que financian la caza ilegal.
El martes 31 de mayo, comenzó un viaje de dos días de Atalaia do Norte, una población de 20.000 habitantes al comienzo del Itaquaí.
Cuando llegó el miércoles, entrevistó a Orlando Possuelo, el colega de Pereira en la capacitación de las patrullas indígenas. Possuelo le contó a Phillips sobre el pescador que le disparó a Pereira.
“No lo sabía; se sorprendió”, comentó Possuelo.
Dos funcionarios de UNIVAJA le preguntaron a Pereira si quería que lo acompañaran dos guardaespaldas en el viaje, pero rechazó la oferta.
INDICIOS. Zona del río Itaquaí donde los investigadores creen que se estrelló el bote de Pereira y Phillips.
Foto: Victor Moriyama / The New York Times
Ese jueves, al salir de su pequeño hotel, Phillips le dio al personal un itinerario falso. Comentó que viajaría hacia el oeste, aunque en realidad irían al sur. Los colegas dijeron que Pereira solía hacer esto para evitar que lo siguieran.
Los dos hombres salieron del puerto. Phillips tenía libretas, cámaras y su iPhone. Pereira llevaba un arma.
Un colega tomó la última foto de ambos, sentados hombro con hombro, mientras iban corriente abajo por el Itaquaí.
La última travesía
Después de tres horas, llegaron a la última casa antes de la reserva del valle del Javarí, una choza abierta con un techo de lámina, sin electricidad y con un refrigerador descompuesto en el porche. Se hospedaban con un pescador local y su perro, Black.
También los esperaba la patrulla indígena.
El viernes, Phillips entrevistó a los hombres indígenas y los observó en su patrullaje. Por la noche, algunos indígenas cocinaron un oso perezoso. Pereira lo probó; Phillips, no.
A las primeras horas de la mañana siguiente, Oliveira, el pescador que le había disparado a Pereira, pasó en su barco junto con otros dos hombres, en dirección a la reserva. Mientras se acercaban, Oliveira y otro hombre se pusieron sus escopetas sobre la cabeza.
CAPTURA. Oficiales de policía el mes pasado con Amarildo Oliveira, en la chaqueta con capucha, quien confesó haber matado a Bruno Pereira y Dom Phillips.
Foto: Victor Moriyama / The New York Times
Oliveira apagó el motor y dejó que la corriente lo llevara lentamente hasta donde Pereira y Phillips se hospedaban.
Pereira tomaba café. Vio que Oliveira llevaba una cartuchera de municiones y le pidió a Phillips que lo fotografiara.
“Buenos días”, le gritó Oliveira a Pereira. “Buenos días”, contestó Pereira.
Ese mismo sábado, más tarde, el grupo acordó que dos hombres de la patrulla indígena acompañarían a Pereira y a Phillips de regreso al día siguiente.
Pero durante el desayuno, Pereira dijo que regresarían solos. Nadie esperaba que salieran tan temprano, afirmó.
Salieron alrededor de las 6:00 a. m., con las fotos de la patrulla y los datos de las ubicaciones de caza ilegal.
‘¿O se trata de algo más grande?’
Pereira y Phillips iban a toda prisa río abajo en el Itaquaí cuando los alcanzó un bote mucho más rápido.
A bordo del barco iban Oliveira y otro hombre, Jefferson da Silva Lima, quienes les dispararon con escopetas. La policía afirmó que Pereira recibió un tiro y disparó en respuesta, pero falló. Al final, el barco se estrelló contra los arbustos.
OPERATIVO. La policía y el ejército durante la búsqueda de Pereira y Phillips el mes pasado en Atalaia do Norte, Brasil.
Foto: Victor Moriyama / The New York Times
La autopsia concluyó que Pereira tenía dos heridas de bala en el pecho y una en el rostro. Phillips tenía un disparo en el pecho.
La policía arrestó a Oliveira, Da Silva y el hermano de Oliveira, quien dicen que ayudó a desmembrar y esconder los cuerpos en la selva. Sus abogados declinaron hacer comentarios.
Las autoridades dijeron que estaban investigando si los asesinatos estaban relacionados con los grupos de delincuencia organizada que financian y dirigen buena parte de la caza ilegal que combaten las patrullas indígenas.
“¿Solo se trató de una pelea entre Bruno y Pelado?”, preguntó sobre los asesinatos Eduardo Fontes, jefe de la investigación federal. “¿O se trata de algo más grande?”.
@2022 The New York Times Company
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*André Spigariol colaboró con este reportaje desde Brasilia, Brasil.