DISPUTA. Las últimas elecciones en EE.UU. ocasionaron gran polarización entre republicanos y demócratas.
Por Nicholas Kristof
Los años de Trump fueron una época de emociones a flor de piel, de convicciones morales y barreras, en la que perdimos toda esperanza en vista de la vacuidad ética e intelectual de los opositores políticos. Por fortuna, ahora es tiempo de recalibrar.
Desde mi punto de vista liberal, los demócratas fueron reivindicados en gran medida. Desde la prohibición a los musulmanes de ingresar al país hasta la separación de familias en la frontera, desde el mal manejo de la pandemia hasta la insurrección en el Capitolio, los demócratas hicieron las advertencias correctas. Sin embargo, uno de los peores peligros en la vida es estar en lo correcto.
Cuando acertamos, corremos el riesgo de sentir una admiración excesiva por nuestra sagacidad, de dejarnos embelesar por nuestra superioridad moral y sentir un desprecio desmedido por los idiotas que optaron por el otro bando. Precisamente eso fue lo que les pasó a los republicanos: la victoria de la guerra del Golfo en 1991, conseguida en solo 100 horas, los volvió tan soberbios que doce años más tarde se lanzaron sin pensar a la guerra de Irán, con resultados catastróficos.
Adam Grant, psicólogo organizacional en Wharton, publicó un muy buen nuevo libro en el que nos aconseja pensar de nuevo, como dice su título, “Think Again”. Uno de los temas que explora en esta obra es qué sale mal cuando las personas inteligentes se precian demasiado de estar en lo correcto, para luego ofrecer un panegírico a la humildad intelectual.
Algunas investigaciones han revelado que las personas que hacen predicciones más acertadas (por cierto, ¿alguien sabía que hay torneos de predicciones?) no son las más listas, sino las que son capaces de evaluar las pruebas sin que intervengan sus emociones y están dispuestas a cambiar de opinión.
También se ha observado que los genios matemáticos son excelentes para interpretar datos, pero solo si el tema es banal, como un salpullido. Un estudio descubrió que, cuando el tema es candente y les importa, como la política aplicable a las armas de fuego, estos genios cometen errores. Las emociones nublan la pericia.
Intervienen varios sesgos, incluso pensar que no tenemos ningún sesgo. Este sesgo, que consiste en creer que somos más objetivos que otros, ataca en particular a las personas inteligentes.
“Estos sesgos no solo nos impiden aprovechar nuestra inteligencia”, escribe Grant. “De hecho, pueden trastocar nuestra inteligencia y convertirla en un arma contra la verdad. Encontramos razones para predicar nuestra fe con más celo, argumentar nuestro caso con más pasión y sumarnos a la marejada de nuestro partido político”.
Los genios matemáticos son excelentes para interpretar datos, pero solo si el tema es banal, como un salpullido.
Se ha demostrado que los varones estadounidenses quizá sean especialmente vulnerables a esta arrogancia intelectual. En un estudio, se les pidió a adolescentes de todo el mundo calificar su destreza en 16 áreas de matemáticas, incluidas tres que ni siquiera existen: “fracciones declarativas”, “números propios” y “escalas subjuntivas”. Los participantes que alardearon de sus habilidades en campos inexistentes eran varones, adinerados y norteamericanos en una cifra desproporcionada.
(Casi puedo ver a las mujeres y los lectores extranjeros de esta columna asentir con confianza).
Me pregunto si los liberales, por haber ayudado a preservar la democracia estadounidense estos cuatro años, nos hemos vuelto engreídos y petulantes (y el hecho de que me haya jactado en la primera mitad de esta oración bien podría ser un ejemplo).
Tanto las facciones de izquierda como las de derecha suelen ver el mundo a través de un prisma moral muy claro con gran indignación, pero resulta que el mundo es más complicado.
Después de que surgió el movimiento #MeToo, aunque los progresistas habían adoptado la consigna “créele a las mujeres”, les costó trabajo creerle a una mujer que acusó a Joe Biden de acoso sexual. Algunos liberales hicieron suyo el eslogan “quítenle fondos a la policía” y afectaron las posibilidades electorales de candidatos demócratas que, de hecho, favorecían otra opción de gasto social.
Más hacia la izquierda, algunos idealistas de Seattle el año pasado establecieron un área de seis cuadras “sin presencia policiaca” con el propósito de evitar la violencia policiaca, pero una serie de tiroteos en contra de seis personas en un periodo de diez días en ese lugar confirmaron la importancia de la policía.
The New York Times publicó un artículo muy leído la semana pasada sobre un estudiante negro del Smith College que acusó de racismo a un empleado blanco de intendencia. La institución educativa se disculpó sin demora y suspendió al empleado en cuestión, pero una investigación posterior determinó que la acusación había sido infundada.
El mundo es complicado, así que todos deberíamos cuidarnos de querer ajustar la realidad a nuestros constructos ideológicos.
Por eso vale la pena conservar nuestra humildad intelectual: el camino en busca de la verdad es escabroso y complicado. Mi filósofo favorito, Isaiah Berlin, enfatizó que estamos condenados a vivir en un mundo con valores desproporcionados y en eterna rivalidad; es un tipo de terreno que no se presta a la altanería.
También vale la pena recalibrar porque, si pretenden concretar sus propuestas, los demócratas necesitan ganarse a los electores indecisos de los estados pendulares. Y está más que demostrado que si predican desde una posición de superioridad moral, lo único que consiguen es distanciarse de esos votantes. Biden parece comprender estas realidades mejor que otros miembros de su partido: entiende que cada vez que los demócratas presumen de su conciencia social y luego increpan con el dedo o califican de intolerantes a otras personas fabrican más republicanos.
“Por lo regular, la humildad es una herramienta de persuasión más efectiva”, me dijo Grant.
El mundo es complicado, así que todos deberíamos cuidarnos de querer ajustar la realidad a nuestros constructos ideológicos.
Algunas investigaciones sugieren que las personas adoptan una actitud abierta cuando las escuchas, les haces preguntas y apelas a sus valores, no a los tuyos. Grant cita pruebas de la utilidad de “complicar” temas de tal forma que sean menos binarios y adquieran más matices, pues eso le facilita a alguien del otro bando reconocer algunas áreas de ambivalencia.
Los investigadores han descubierto que es más fácil que las personas lleguen a acuerdos en temas difíciles si se les ayuda a reconocer la complejidad del mundo en que vivimos y la gran diversidad de tonos grises que existen. Generar confianza, evitar que las personas se pongan a la defensiva y hacer que poco a poco cambien de postura es un proceso muy meticuloso y que puede ser desalentador.
Es difícil aplicar una estrategia así después de cuatro años traumáticos y polarizantes, en especial cuando están en juego temas morales fundamentales. Pero precisamente porque hay tanto en juego, debemos intentar aplicar unas cuantas enseñanzas de la ciencia de la persuasión y darle más importancia al impacto que a la conducta.