ESCOMBROS. Una mujer mayor pasa en bicicleta junto a los restos de un edificio de apartamentos cerca de Kiev.
Por Jane Arraf y Maria Varenikova
En una carretera principal de la ciudad de Borodyanka, en Kiev, Ucrania, un edificio de apartamentos destruido y ennegrecido encarna el dilema al que se enfrentan los ucranianos que quieren reconstruir sus casas tras los ataques rusos.
“Retiren los escombros. Reconstruyan nuestros apartamentos”, dicen las pancartas colocadas en sus balcones con el azul y el amarillo de la bandera ucraniana, en inglés, un mensaje para las organizaciones de ayuda y los gobiernos occidentales.
Los países extranjeros se han comprometido a apoyar una enorme iniciativa de reconstrucción que el gobierno ucraniano estima que costará 750.000 millones de dólares y el presidente Volodímir Zelenski lo describe como una tarea “colosal”. En este momento, la reconstrucción de Borodyanka no se llevará a cabo pronto.
“Retiren los escombros. Reconstruyan nuestros apartamentos”, dicen las pancartas.
Los funcionarios se enfrentan a una cuestión difícil, pues el presidente de Rusia, Vladimir Putin, advierte que su campaña militar en Ucrania apenas ha comenzado: ¿cuánto deben invertir en la reconstrucción de todo lo que no sea infraestructura esencial, mientras la amenaza de nuevos combates aún se cierne sobre las zonas liberadas de las fuerzas rusas?
Borodyanka, una de las puertas de entrada a Kiev, la capital, fue uno de los primeros lugares atacados por Rusia tras su invasión a finales de febrero, pero sus fuerzas se retiraron de la zona tras encontrar una fuerte resistencia.
RESIGNACIÓN. Residentes locales comparten un banco del parque cerca de los restos quemados de un edificio de apartamentos cerca de Kiev.
Foto: Emile Ducke / The New York Times
La ciudad devastada es un ejemplo de los bombardeos rusos que han atacado de manera indiscriminada a la población civil. Las calles están llenas de edificios de apartamentos reducidos a escombros o destruidos por la artillería. En un edificio, un enorme agujero perforado en el exterior de ladrillo es la prueba de un impacto directo.
La oficina del alcalde señaló que murieron al menos 176 de los casi 1.500 civiles que se quedaron tras la invasión. Todavía no se han recuperado todos los cuerpos de entre los escombros.
Casi 500 casas fueron destruidas y casi 2.000 edificios más resultaron dañados. Las escuelas, las comisarías de policía y los hospitales se encuentran entre los 69 edificios gubernamentales que resultaron dañados, once de ellos completamente destruidos, especificó Anatoly Rudnichenko, asesor del alcalde.
No hay planes para reconstruir los once edificios de varios pisos que, según él, fueron destruidos por los ataques rusos y los combates posteriores. En su lugar, el gobierno ucraniano planea reubicar a los residentes en un nuevo distrito que construirá, llamado Nueva Borodyanka, con modernos edificios de apartamentos flanqueados por amplias calles y parques.
“No se habla de reconstrucción. Primero hay que demoler los edificios antiguos”, dijo un funcionario local.
En Borodyanka y otros suburbios de Kiev que sufrieron la peor destrucción, agregó Rudnichenko, “no se habla de reconstrucción. Primero hay que demoler los edificios antiguos”. Añadió que el proyecto podría llevar años.
Sentado en el aula de una escuela convertida temporalmente en oficinas de la administración municipal, Rudnichenko aseguró que aproximadamente la mitad de la población de 14.000 habitantes había regresado, pero que otros seguían temiendo las amenazas de la vecina Bielorrusia, aliada de Rusia. Los funcionarios ucranianos y los observadores occidentales creen que es poco probable que la antigua república soviética se una directamente a la guerra ahora, pero los simulacros militares en la zona fronteriza cercana a Kiev han contribuido a crear una sensación de inquietud.
Rudnichenko reveló que la mayor necesidad de la ciudad era el material de construcción. La administración de la ciudad había empezado a recibir solicitudes de los residentes que necesitaban puertas, ventanas y tejados, pero todavía no se había distribuido ninguno, aclaró.
Afuera, las mujeres mayores hacían fila en las escaleras de la escuela esperando recibir bolsas de plástico con alimentos. Otras salían de la escuela reutilizada con láminas de plástico grises para cubrir los agujeros de sus tejados.
Alina Fedorenko, de 63 años, dijo que se había acurrucado en un sótano durante días con su hija, su hijo y su nieto de 6 años mientras la artillería golpeaba a su alrededor. Su hija protegió al niño con su cuerpo.
“No sabíamos qué hacer”, relató. Angustiada y al parecer aún traumatizada por los ataques, dijo que esperaba que alguien les diera leña para calentarse.