CRÍTICO. Castillo es un político "que no ha llegado para redimir a nadie más que a su entorno", dice Banda
Gonzalo Banda es máster en Políticas Públicas por el London School of Economics, profesor de Ciencia Política en la Universidad Católica de Santa María y Universidad Católica San Pablo de Arequipa. Fue uno de los pocos analistas peruanos que vio venir la victoria electoral del presidente Pedro Castillo y ha sido una voz sosegada y crítica a lo largo de su primer año de mandato.
OjoPúblico conversó con él para analizar el momento actual del gobierno del presidente Pedro Castillo y la complicada situación política en que se encuentra el país. “Deberíamos encontrar la forma de pincharle la burbuja a nuestras élites, para que aprendan cómo es la realidad”, señala.
Si tuvieras que explicar, de cara a una audiencia internacional que no ha seguido al detalle lo ocurrido en estos meses, ¿cómo describirías el primer año de gobierno de Pedro Castillo? ¿Cuál sería tu valoración?
Diría que Castillo es un presidente que abrazó él mismo la leyenda del profesor de escuela rural, esta especie de ser social que estaba más allá del bien y del mal. Que vendió esa idea de una manera creativa, caótica pero creativa, y que pasado este tiempo no ha hecho sino confirmar que en realidad pertenece a la larga estirpe de políticos latinoamericanos que simplemente aprovechan el poder para medrar. Que se parece más a aquellos que odia o que en teoría odiaba, a aquellos de los que prometió liberar a la gente. Castillo es un presidente que rápidamente se convirtió en un político con mañas, con círculos de poder que lo protegían de una manera descarada.
Esa descomposición que en cualquier presidente latinoamericano aparece con el tiempo, que va rodeándose de aquellos que le son más serviles para tratar de sacar algún tipo de beneficio, Castillo la ha realizado muy rápidamente. No ha necesitado de una transición didáctica, lo ha aprendido casi por ósmosis. Se ha convertido en un pícaro que no sabe cómo obrar en el aparato estatal porque no tiene la más peregrina idea de cómo hacerlo, no tiene idea ni de cómo gestar un trabajo de gestión pública, y se ha convertido solo en un cuidador de los intereses de aquellos que lo auparon al poder.
No fue nunca el político de izquierdas reformador que unos anhelaban y otros temían.
Así es. No es más que otro presidente latinoamericano que sirve para sus prebendas y nada más. ¿Es un político de izquierda que ha llegado para salvar y redimir al mundo andino? Pues no. Ya ha demostrado que es un político que no ha llegado para redimir a nadie más que a su entorno. Es un político con serios indicios de corrupción, una corrupción que se descompone y contagia a todas las esferas que lo rodean. Imagínate, si pudiéramos regresar a julio del año pasado por un momento, tendríamos que decirle a ese auditorio internacional, miren, toda esta especie de cosmovisión, ese arquetipo de ser prometeico que iba hacer las cosas buenas que dijo que iba a hacer pues no, en realidad resultó ser un político muy tradicional en el sentido más ridículo en que los políticos tradicionales peruanos lo son. Y a una velocidad mayor, además.
Pedro Castillo se ha convertido solo en un cuidador de los intereses de aquellos que lo auparon al poder.
En julio del año pasado, un par de semanas antes de que Castillo asumiera el gobierno, escribiste: “¿Algo cambiará en Perú el 28 de julio de 2021? Millones de peruanos aguardan con esperanza que sí, que ya es hora, que ya toca. Pero la desilusión puede empezar pronto. Castillo deberá quitarse el sombrero y negociar. Es más pragmático de lo que la derecha más ideológica teme (...) Alguna arcada colérica surgirá en nuestra nación más racista y clasista, pues este cajamarquino no pasó por la domesticación de Harvard y Stanford, sino que llegó directamente desde Tacabamba (...) Se trata de reformar el Perú, no de destruirlo; se trata de hacer crecer la economía, no de ponerse las anteojeras ideológicas; se trata de que se cumplan las leyes para todos, no de que una cúpula corrupta se enriquezca a costa de todos”. En tus palabras está también esa semilla de lo que en realidad podía ser este gobierno.
El temor de cualquier peruano era que, en general, los políticos volvieran a hacer lo que han sido. Ocurre que, en el caso de Castillo y su entorno, lo vienen haciendo descarada e impúdicamente, sin reparos. No se ha esforzado ni siquiera en construir una base sólida de votantes que defiendan sus reformas o propuestas, que es lo que haría un “buen” populista, porque, claro, además no tiene reformas ni propuestas. No ha afiliado empáticamente a su elector, a aquellos a quienes prometió algunos cambios y mejoras. Es un gobierno tan decadente que ni siquiera ha sido capaz de convertirse, ni de acercarse, a aquello que sus opositores más ideologizados temían. Ha sido incapaz de recrear ideológicamente aquello que prometió.
Paradójicamente, el discurso populista de Castillo [que tuvo en toda la campaña] muere el 28 de julio del 2021.
Claro, cuando comienza el discurso patrimonialista de Castillo. Si bien de vez en cuando utiliza la retórica populista, especialmente cuando viaja, es incapaz de construir pueblo. Él lo dice como una aspiración, pero es incapaz. Algunos dirán enhorabuena que sea un populista mediocre decadente porque el daño que podría infligir un populista competente sería mucho mayor. Tal vez, podríamos pensar, que la debilidad de Castillo haría posible una especie de cura de su gobierno, que debido a esa imposibilidad de hacer reformas de verdad, comprenda que debe hacer un gobierno modesto, con un mínimo de eficiencia y gestión, pero realmente no lo veo.
Si intentamos categorizar a Castillo y emparentarlo con los políticos de la región, pensando en a quién podría terminar pareciéndose, pues no lo sé. Los más ideologizados decían cuidado que viene Chávez cuidado, que viene Evo, y pues no es ni siquiera Manuel Zelaya o Fernando Lugo, incluso Zelaya en Honduras y Lugo en Paraguay tenían alguna sustancia, Castillo se ha vaciado de contenido en tiempo récord.
¿Te ha sorprendido el nivel, por un lado, de inepcia, de absoluta falta de cualquier esbozo de plan de visión y de la más mínima capacidad ejecutiva, y por el otro, la desfachatez con que su entorno parece cometer actos de corrupción?
¿Sabes qué? No, no me ha sorprendido. Porque yo lo he visto antes. Es muy muy común en los gobiernos regionales. Ese grado de desparpajo para tomar el gobierno regional, vaciar todo, conformar grupúsculos para saquear direcciones regionales. Claro, eso termina generalmente con el presidente del gobierno regional en la cárcel con varios de sus allegados también en la cárcel. Yo decía en algún momento que Castillo no era tan Hugo Chávez sino más bien un Elmer Cáceres Llica [presidente regional de Arequipa detenido y suspendido del cargo por una investigación por corrupción].
Castillo no es Chavez, ni Evo, ni siquiera Zelaya o Lugo, se ha vaciado de contenido en tiempo récord.
¿Y, antes de que esto termine con los involucrados presos, cómo sobreviven estos gobiernos?
Eso es lo interesante. Porque ahí también vemos semejanzas con cómo actúa este gobierno. Esperan que el remezón pase. Esperan que la crisis pase. No responden con una conferencia de prensa, no van a dar una entrevista. En política nacional estamos acostumbrados a que ante un escándalo el presidente tiene que salir y dar la cara. Pero en política regional, en los muchos casos que yo he visto, ocurre lo contrario. Responden con la inacción. Y si sobreviven no les importa la forma cotidiana en que el ciudadano los pueda percibir. Les importa sobrevivir en el poder, así su reputación esté completamente diezmada. Y ya luego saldrán a dar alguna declaración donde acusarán a la prensa de tener una versión parcializada del asunto. Y listo.
Siendo extremadamente cínico y pragmático, podríamos decir que dentro de todo la apuesta le va saliendo bien, entonces. Ha cumplido un año en el cargo cuando una parte de analistas y miembros de la clase política creía que no lo haría.
Bueno, pero qué analistas. Ahí está uno de los problemas. ¿Quiénes? ¿Aquellos que tuvieron la incapacidad de verlo asomar al poder y de retratarlo como una persona que podía ganar la elección? Yo creo que muchos de los convites donde muchas personas respetables del Perú se reúnen para intercambiar ideas y tratar de ver qué es lo que viene, son reuniones de ecos y poco más. Personas que solo se escuchan a sí mismos y sus ecos.
Por lo general, se invita y se escucha a los mismos personajes que les imbuyeron sus ideas y los hicieron tropezar, y encima les pagan muy bien. Y los continúan invitando para que les vuelvan a ofrecer el mismo pronóstico y terminan equivocándose nuevamente. Y no hay una pizca de autocrítica ni de corrección a posteriori ni nada que se le parezca. Ahí hay uno de los principales problemas en el Perú, el hecho de que las élites peruanas tienen una incapacidad de conectar con la política real, su ceguera es dramática e insisten en el error.
Tenemos personajes muy respetables como Juan Carlos Tafur o Rosa María Palacios que hacen pronósticos que nunca se cumplen y se mantienen todos desconectados de la realidad. Y como señalas, no hay nunca la más mínima autocrítica.
Hace unos días The New York Times publicó un ejercicio muy interesante donde algunos de sus columnistas de opinión reconocían algunos errores de apreciación que habían cometido y los explicaban en una nueva columna. Un ejercicio fascinante. Ver a Paul Krugman reconocer que se equivocó sobre la inflación o a otros reconocer que se equivocaron en sus diagnósticos sobre Trump, es muy saludable.
Le hace muy bien a aquellos que en teoría nutren a la opinión pública reconocer errores. Y si los líderes de opinión están perdidos, y no ha habido la más mínima autocrítica ni propósito de enmienda, pues no sorprende que nuestras élites, que prestan oídos a estos líderes opinión, estén perdidos, confundidos y no entiendan la realidad del país. Ese es un gran problema. Yo creo que en general en el Perú debería darse paso a un aprendizaje de estos entornos socioeconómicos, deberíamos encontrar la forma de pincharles la burbuja a nuestras élites, para que aprendan cómo es en realidad el país, porque de lo contrario van a seguir en calidad de estafados.
¿El presidente Castillo es un político de izquierda que ha llegado para salvar y redimir al mundo andino? Pues no.
Estos líderes de opinión obran –en cierta medida, evidentemente, porque no estamos hablando de actos ilegales– como esos líderes regionales que tanto detestan. Siguen con sus opiniones y sus pronósticos, esperando que pase el chaparrón de sus errores, para seguir como si aquí no hubiera pasado nada.
Así es. Y el asunto es que a diferencia de los políticos no hay cómo ellos tengan que asumir las consecuencias. El Perú muchas veces es eso, un país con gente que afiebradamente dicen las cosas, luego la realidad los desdice, y aquí no pasó nada.
A inicios de este año, escribiste en otra columna para El País, que Castillo “ha traicionado a su elector sin tan siquiera convertirse en un gobierno de derecha, sino en un mamarracho repartidor de prebendas”. A un año de la toma de posesión, ¿cuál es la mayor traición del presidente Castillo a su electorado?
El voto más contestatario y el voto de aquellas regiones donde ganó de una manera apabullante, la zona donde se encuentra Las Bambas o algunas provincias de Puno, donde sacó porcentajes por encima del 90%, lo que le reclamaban era una política de cambio en el rol del Estado, un cambio en la forma en que el Estado está presente en la vida de esas personas. Reclamaban una cercanía del Estado donde este no existe. Para que te hagas una idea, estamos hablando de zonas donde no existen postas médicas, no existe un doctor que te pueda ver si tienes alguna emergencia.
Castillo prometió en sus discursos de campaña llevar la salud, reformar la educación, que la educación iba a ser una bandera de batalla de su gobierno. Yo recuerdo un spot, que me parece nunca se llegó a viralizar, donde había un montón de niños con una canción muy pegajosa que hablaban de Castillo con un “sea bienvenido maestro”. El mensaje era poderoso. En estas zonas donde el Estado no ha estado presente casi, el maestro es una de las pocas instituciones con autoridad y credibilidad. El maestro no te va a mentir, difícilmente el maestro te va a engañar, y por eso suelen ser personas muy respetadas por la comunidad.
El famoso “palabra de maestro”.
Claro. Pero, ahora, vemos qué ha ocurrido. ¿Qué ha hecho Castillo por el sur peruano? ¿Qué ha cumplido? Prometió autonomía energética, ¿qué hay de eso? No hay nada. Habló mucho, se llenó la boca diciendo que los bolivianos tenían gas de conexión domiciliaria en sus hogares, ¿y cómo va eso en el sur peruano? ¿Cuánto pagan en Cusco, en Arequipa, hoy por un balón de gas? ¿Se ha avanzado algo? Nada, no hay nada, no se ha avanzado en lo más mínimo. Igual en salud o educación. Evidentemente Castillo ha traicionado a ese elector, no está ahí para cumplir sus promesas. Y si bien todavía hay algún bolsón electoral que se resiste a desaprobarlo, también ahí, en el sur peruano, su aprobación es bajísima.
Yo decía en algún momento que Castillo no era tan Hugo Chávez sino más bien un Elmer Cáceres
De hecho las cifras de desaprobación de Castillo en el sur hoy son tan bajas como las de cualquier zona del país. Según la última encuesta del IEP es del 65%, fuera de Lima, solo la del oriente es superior, y por un solo punto.
¿Ves? Entonces, todo el mito, el arquetipo, de profesor rural, el maestro del pueblo, es que es infame lo que ha ocurrido. En campaña el ahora presidente Castillo fue por todos esos lugares, históricamente desatendidos por el Estado, prometiendo un montón, diciéndole a la gente que él sí los entendía porque era como ellos, y no ha tenido ni la intención de cumplir sus promesas. Porque ni siquiera es que hubiera intentado y se haya encontrado con un Congreso que obstruye sus propuestas, porque en realidad no ha planteado siquiera un boceto de reformas, porque no tiene la capacidad, ni él ni su equipo.
Se trata de un gobierno que, como vemos semana a semana, va sobreviviendo de escándalo en escándalo, va cambiando de ministro del Interior cada vez que se puede, va cambiando de ministro de Transportes cada vez que se puede entonces. Y así, obviamente, no opera un gobierno reformista, un gobierno reformista merece algún tipo de estabilidad. Hay quien dice que quizá ha manejado mejor el tema de los conflictos sociales. Pero en realidad no es así. Los conflictos sociales siguen surgiendo y en los casos en que se han apaciguado, no es que se hayan desactivado o solucionado en base a un acuerdo estable entre las dos partes, sino que se avanza a base de negociaciones chiquitas, de repartición de un cargo aquí y allá, de pequeños favores, pero que no tienen en realidad ningún impacto en la vida de las personas de la localidad. El interés de la comunidad se ve totalmente supeditado a los beneficios personales de quienes lideran las protestas. Y ya está.
No hay sino el toma y daca como estrategia de negociación.
Así es. En el caso del transporte, por ejemplo, qué va a pasar cuando el gobierno decida dar marcha atrás en temas de impuestos al combustible. ¿Qué va a hacer cuando, en teoría, todo eso tenga que volver a la normalidad? ¿A quién le van a dejar comerse ese sapo? Eso es muy preocupante, porque venimos en un momento en que tal vez no estábamos en lo mejor de la expansión minera pero los precios del cobre, por ejemplo, hacían que se recaudara bastante. Pero el precio del cobre viene cayendo hace meses. El drama va a ser cuando no haya recursos, y no haya la recaudación suficiente para, ya no te digo para hacer reformas, sino para mantener funcionando el Estado. Este es un drama del que pocos hablan. El peligro de Castillo no tiene que ver en realidad con conducir al Perú al socialismo, sino de llevarnos a un momento en que no va a haber cómo pagar las pensiones o pagar el aparato burocrático del Estado, en que no va a haber con qué pagar salarios. Y ese momento va a llegar si las cosas siguen estando así.
Las élites peruanas tienen una incapacidad de conectar con la política real, su ceguera es dramática e insisten en el error.
Pese a este diagnóstico, estos datos y la sensación de insostenibilidad que existe, el presidente Castillo ha cumplido su primer año de gobierno. ¿Cómo explicamos que en un país como el Perú, donde nos hemos acostumbrado en el último lustro a que los presidentes son descartables, Castillo siga sobreviviendo?
Son varios aspectos que confluyen. Pero creo que el patrón que se repite es esta especie de compulsión hacia lo ridículo. Unamuno decía que el mayor nivel de heroísmo que se podía esperar de un pueblo estaba en cómo afronta el ridículo. Entonces, en el asunto de Castillo tú tienes un contrapeso político que es el Congreso de la República, que no necesita ningún esfuerzo para afrontar o cometer ridículos cotidianos. Y al mismo tiempo tienes una ciudadanía, adormecida, escéptica de lo político, hastiada de lo político, enajenada de lo político.
Cuando tú tienes eso, una oposición ridícula y un pueblo que ha decidido que su esperanza ya no está puesta en lo político y por lo tanto debe construir cada quien su supervivencia como sea, nos encontramos con una situación así, de estancamiento, de no salida en lo colectivo. Si te fijas, todo esto está muy enraizado en nuestra cultura. Toda esa cultura del emprendedor político y del emprendedor peruano, aquel que se hace solo sin ayuda de nadie, si bien tiene cosas buenas, hace que la desaparición de vínculos colectivos sea gigantesca. No tenemos vínculos ni aspiraciones comunes.
EVALUACIÓN. "¿Castillo es un político de izquierda que ha llegado para salvar y redimir al mundo andino? Pues no", dice Gonzalo Banda
Foto: Andina.
¿Cuánta responsabilidad crees que tiene el Congreso?
Claro, uno piensa que el presidente Castillo debería ser confrontado con mayor inteligencia por el Congreso, pero el Congreso no tiene inteligencia. No tiene ni siquiera la capacidad de organizarse colectivamente para plantar digamos una especie de lucha en contra del aparato corrupto del Gobierno central. En realidad ni le interesa. A mí me parece importante entender que en situaciones límites, en muchos de nuestros momentos históricos donde comenzaba a destaparse corrupción mayúscula, comenzaban a destaparse escándalos enormes, en esos momentos puede que tuviéramos congresos adefesiosos, llenos de políticos corruptos, pero había un momento límite en el cual los congresistas, los pocos decentes que quedaban, se agrupaban y decidían dar la batalla. No veíamos que tras un grave escándalo gigantesco simplemente se partiera la oposición.
¿Y por qué crees que eso no ocurre ahora?
Mi interpretación es que los congresistas que están allí en este momento creen que la situación, si bien es grave y así lo dicen a la opinión pública, en el fondo ellos mismos no lo creen, no terminan de creerlo. Porque si lo creyeran, mira, cuando uno afronta una situación así, pues elabora una estrategia conjunta unitaria. Pero como no lo creen, su discurso en realidad está destinado a seducir a sus futuros votantes o a su base. Yo creo que estos señores y señoras tratan de enconar a los medios de comunicación y tienen en su cabeza calculada ya la distribución de las votaciones, tienen calculado cómo puede terminar más o menos el ridículo.
En nuestra historia republicana lo que hemos visto es que cuando llega esa situación no tienen más remedio que dar un paso al costado porque ahí ya no tienen cómo salir bien parados. Mi intuición es que hoy creen que todavía pueden reconducir el asunto hacia un lugar donde puedan seguir obteniendo beneficios. Y eso es fatal, porque eso va a originar que la ciudadanía ya no les crea, que les crea aún menos de lo que les cree hoy. A ellos y al sistema.
Deberíamos encontrar la forma de pincharles la burbuja a nuestras élites, para que aprendan cómo es en realidad el país.
¿Crees en realidad que responde a una falta de convicción de parte de los congresistas, a que no creen en lo que están diciendo, o no se trata más bien de una incapacidad manifiesta, de falta de talento y visión política?
Yo creo que en el fondo cada uno de ellos está tratando de colocarse de la mejor manera posible para quedar bien después de que todo acabe. Están pensando cómo yo logro lucir un poco más. Me parece que lo hemos visto en este juego de estrategias a la hora de presentar candidatos a la presidencia del Congreso. La realidad es que no tenían los votos. Así que su mentalidad era ¿entonces cómo yo quedo mejor de cara al futuro inmediato? Están haciendo un ajedrez mental para el que no están capacitados, porque tienen muy pocas miras políticas. Los congresistas de oposición están más preocupados por tratar de ver cómo va a quedar la figura de la representación en el Congreso porque eso abre la puerta a una eventual presidencia, por ver cómo quedan posicionados de cara a una futura adhesión política u otro proceso electoral. Entonces, sí, es falta de competencia, pero también es, creo, que están profundamente desconectados de la ciudadanía y sus intereses.
¿Dirías que es así en general, que son todos así?
Mira, a mí me desconsuela, por ejemplo, ver a algunos congresistas jóvenes que en teoría deberían tener espíritus deicidas, valientes. Cuando uno se pone a pensar en las versiones jóvenes de los grandes políticos peruanos eran políticos que entraban a incendiar el hemiciclo, acusando a tiros y troyanos. Estos de hoy son jóvenes en el cartel, pero son políticos avejentados, contaminados por prácticas viejas, que no quieren combatir los vicios de sus mayores, aquello que la ciudadanía en teoría les ha pedido combatir. Les falta inteligencia y voluntad para leer la situación política y darse cuenta que todos están quedando mal.
Decías hace un momento que parte de ese cóctel es una ciudadanía hastiada, completamente desafecta de la vida política. A casi dos años de la explosión que terminó con la renuncia de Manuel Merino, y visto a dónde nos ha llevado esto, esa inacción ciudadana podría leerse también como un temor al salto al vacío.
Hay varias cosas ahí. En primer lugar, creo que una de las cosas que las personas olvidan cuando se analiza lo que pasó es que ese fue un movimiento capitaneado principalmente por la clase media, los jóvenes de clase media. Y ese es un sector que difícilmente se había movilizado en anteriores oportunidades y que tiene una importante característica: pertenecía a varios espectros ideológicos. Esa movilización se hizo trending, era una movilización atractiva, se hizo cool movilizarse en contra del gobierno corrupto.
Y esa movilización no decantó en ningún liderazgo político perdurable. Una de las cosas que a mí me enseñó esa movilización es que la gente decía ‘esta movilización es auténtica porque no ha habido ningún rostro visible, ha sido el pueblo espontáneo’. Ya, ese es el error precisamente. Tiene que haber rostros visibles. Cuando vemos lo ocurrido en Chile, ahí líderes como Boric o Vallejo supieron capitalizar políticamente esa energía y ese sentir ciudadano, y supieron generar un vínculo político con ciertos sectores de la ciudadanía. En nuestro caso no hubo nada de eso. Y como dice mi abuelo, cosa de muchos, cosa de nadie.
De hecho, no solo fue capitalizado por nadie sino que se ha convertido en un arma arrojadiza desde el otro lado del espectro político.
Exacto. Cierta derecha lo utiliza para echarle la culpa a cierta progresía intelectual por la situación actual. “Ah, ustedes señores fueron los que quisieron sacar al excelentísimo presidente condecorado de la República Manuel Merino héroe de la democracia porque en el fondo querían mantener un sistema de privilegios y castas”. Esa reescritura de la historia reciente es muy interesante. Porque sí hay una derecha radical que lo cree y se ha encargado de exacerbar ese discurso. Pero, al mismo tiempo, creo que se debe hacer una crítica al otro lado, a quienes debieron capitalizar ese movimiento y no tuvieron las agallas para hacerlo. Recuerdo por ejemplo a Julio Guzmán, quien era uno de los llamados a capitalizarlo, pero que en campaña no defendía al gobierno de Sagasti, que nació como consecuencia de ese estallido social. A la luz de los resultados obtenidos por Guzmán en las elecciones pasadas, ¿qué es lo peor que le podría haber pasado si defendía a Sagasti?
No se hubiera quemado, precisamente.
Claro. Sagasti se fue del gobierno con una aprobación alta. Y aún así Guzmán pensaba que se iba a quemar si sacaba la cara por Sagasti. Fíjate la miopía política de ciertos sectores de la progresía peruana, que son incapaces de capitalizar activos políticos porque piensan que se van a contaminar de la carga negativa de tal o cual político. Cuando es precisamente eso lo que tienen que hacer. En lugar de imaginar enemigos absurdos, pónganse a hacer política, construyan sobre la base de lo ganado. No se puede ir por la vida huyendo de tal o cual carga política cuando, además, tal vez la peor carga política eras tú.
El Perú muchas veces es eso, un país con gente que afiebradamente dice las cosas, luego la realidad los desdice, y aquí no pasó nada.
Pero quizá eso habla también del desprestigio de la política en nuestro país. Cualquier cosa que huela a hacer política, está mal vista.
Sin duda. Mira este asunto de La Propuesta, que está vinculada a mucha gente que fue parte del Partido Morado. Y estos, automáticamente, en lugar de decir sí, somos nosotros, venimos del Partido Morado y estamos cansados de esta gente y tenemos estas ideas y esta propuesta, en lugar de eso salen a disculparse, a decir no, somos un colectivo y tal y cual. Un sinsentido. Si lo que está faltando es identificación política, si tú eres el hacedor de esa idea, defiéndela y asóciala a tu vínculo político. Pero tanta es la desafección política en este país que hasta los políticos no quieren ser políticos. Es una cosa increíble. Entonces, cuando vemos esto, pues toca también hacérselo ver a esa parte del progresismo y el centrismo que no han sabido digerir una derrota muy dura. Perdieron, y perdieron mal. ¿Cuál es la autocrítica? La autocrítica no puede ser “no supimos comunicar, no llegamos a la gente”.
Creo que cuando criticamos al gobierno de Castillo, que en efecto es un desastre, sí, esto es una porquería, pero qué más hay. Sí, el Congreso es un nido de partidos repletos de gente que vive para medrar y defender intereses oscuros, ok, sí, pero qué más. ¿Qué hay ahí, en ese centro, ese progresismo, que perdió estrepitosamente? ¿Qué están haciendo para conectar con la ciudadanía y sacar adelante sus propuestas y ofrecer alternativas? También hay que preguntarnos qué estamos haciendo desde la sociedad civil, los líderes de opinión, la academia, qué estamos dispuestos a asumir, qué autocrítica hemos hecho y qué estamos haciendo para encontrar soluciones atractivas para la ciudadanía.
Parecería que no terminamos de ser capaces de ver la realidad del país y confrontarnos con las necesidades de la gente.
Así es. Hay que ver los problemas cotidianos de la gente. Ver qué piensan. Se le critica a Perú Libre y a la derecha peruana sus anteojeras ideológicas, pero el centro y el progresismo, principalmente afincados en Lima, parecerían no querer desprenderse de sus propias anteojeras ideológicas y no encuentran la manera de hacer coincidir sus prioridades con las de la ciudadanía.
La Encuesta Nacional de Percepción de Desigualdades halla que el 59% está de acuerdo con la afirmación: “en el Perú una persona pobre que trabaja duro puede llegar a ser rica”; y frente a la afirmación “las personas pobres son pobres porque desaprovechan las oportunidades”, 39% opina que sí y 24% no está ni de acuerdo ni en desacuerdo. A la vez, el 59% declara tener una situación económica mejor que la de sus padres. Y el 81% cree que sus hijos tendrán una situación mejor que la suya. Pese a todo, existe esa confianza en el sistema, porque con todo, mucha gente ha visto la situación de los suyos mejorar.
Y lo peor es que nuestros políticos, en particular cierta progresía y centrismo no han sabido cómo defender eso popularmente. O sea, la pobreza ha caído de manera vertiginosa en los últimos años, salvo el retroceso activo con la covid. Hay muchas cosas que se han hecho bien en el Perú, y no se han sabido defender. Y eso no implica defender a un partido político, sino defender la oportunidad que las personas tienen de tratar de llegar a ser ciudadanos de clase media, que tengan un ingreso que por lo menos los defienda frente a los imprevistos de la vida. Que no hayamos podido hacer eso es muy peligroso.
En el fondo, creo que los intérpretes de la defensa del modelo no han sabido encontrar la manera de hacerlo asumiendo algunas críticas que podrían haber reconducido un poco el proceso. Y eso era lo que tocaba desde el otro lado de la trinchera. Desde el progresismo. Tocaba realizar reformas destinadas a cambiar algunas cosas que funcionan mal en el Perú. Porque si bien hay condiciones para mejorar, y los números ahí están, también es cierto que en el Perú si estornudas o te resfrías, puedes caer de la clase media a la pobreza en unos meses. Esos ajustes se tuvieron que hacer hace muchísimo tiempo.
Y no ha habido voluntad para hacerlos.
Cuando se dice que ha habido una ceguera de muchos de los que estuvieron en el gobierno, estamos hablando precisamente de esas reformas que nunca llegaron y que, parece, nunca iban a llegar hasta que viniese una campanada mayor. Y en este gobierno que había prometido en campaña esas rupturas, pues no se van a producir. Y eso nos lleva al ¿qué puede suceder después? Lo que pasa cuando hay una situación de desgobierno, donde nadie se hace cargo de nada, donde la situación es caótica. Pues, puede activarse el gen autoritario peruano. Y esto no debería sorprendernos tanto. Si la gente elige a alguien que en teoría iba a transformar las cosas y esta transformación no solo no ocurre sino que se perpetúa la imagen de un gobierno y un estado corrupto y profundamente ineficiente, pues hay un momento en el que el peruano va a decir sabes qué, que alguien ponga orden en este manicomio. A mí me parece un panorama desconsolador, pero no estamos muy lejos de ello, lastimosamente. Cuando escucho “no puede haber nada peor que el gobierno de Castillo”, yo pienso siempre, no, claro que puede haber.
Basta solo un poco de perspectiva, de conocer la realidad del país y nuestra historia para darse cuenta de ello.
Claro, porque realmente qué es lo que podría venir en un gobierno post nuevas elecciones. ¿Ha cambiado en algo la representación política? ¿Han aparecido nuevas voces con valores democráticos y grandes dotes de líderes? No, no ha sucedido nada de eso. Y aquí vuelvo a algo que comentaba antes. Esa dirigencia juvenil, que en teoría debía tener ese espíritu deicida y reivindicar cambios, pues es bien frustrante saber que no hay ese tipo de políticos. Y parecería que estamos destinados a simplemente esperar que surjan políticos jóvenes, hombres y mujeres con entereza y visión política. Esa falta de renovación va a traernos problemas, creo yo. Como comentábamos hace un momento, ante la ausencia de esas opciones, yo no veo lejos que la ciudadanía pida un gobierno autoritario que al menos parezca resolver los problemas que no estamos resolviendo.
Y tenemos unas élites tanto intelectuales como políticas que se resisten a ver esa realidad.
Claro, y llamarán al experto y el experto les dirá: no, cuidado, aquí lo más peligroso de este gobierno es que vayan a expropiar y vayan a nacionalizar esto, y cuidado con sus inversiones. Si ese va a ser el patrón en el que se van a desenvolver, pues se van a seguir equivocando. Mira, si todos vamos a asumir la responsabilidad de lo que le pasa al Perú también tienen que asumir su responsabilidad las élites y los intelectuales, que pasan piola. Porque le estamos tirando con todo a los políticos. Pero los políticos son muy malos, la oferta política es muy mala.
Y eso ya lo sabemos, ¿no? Pero, ¿qué está pasando en el interior de nuestras universidades, nuestras organizaciones gremiales, nuestras asociaciones de empresarios, que en lugar de ser lugares donde se produzcan debates y alumbren líderes que puedan cambiar esa situación, pues no ocurre nada de eso? ¿Cuál es el cortocircuito entre ese talento ahí disponible y la política? Algo está pasando, alguien debe asumir esa culpa. ¿Dónde está nuestra autocrítica? Creo que eso es muy importante. Porque sí, ok, somos un adefesio, pero qué reformas estamos dispuestos a hacer dentro de nuestro tejido social, nuestra sociedad civil, nuestras esferas de influencia, para que esto no vuelva a suceder. Esa es para mí la pregunta fundamental, porque de lo contrario vamos a seguir creyendo en mitos y seguir cayendo en profecías autocumplidas.