DEMANDAS. "Hay un radicalismo en la demanda regional y no es el radicalismo de los textos, es un radicalismo de cambios", dice el historiador.
El historiador peruano José Luis Rénique ha estudiado con rigor los dilemas de la construcción de una democracia en Perú, el papel de los actores regionales y ha analizado el significado de los radicalismos en el debate político. Ha sido profesor universitario en Nueva York (Estados Unidos), donde vive hace más de dos décadas, pero ha centrado sus estudios sobre el Perú.
Autor de libros esenciales como Incendiar la pradera, La batalla por Puno y La Nación Radical (publicados por La Siniestra), en esta entrevista analiza el violento periodo que atraviesa el Perú. Desde la caída de Alberto Fujimori, el país no ha tenido otro periodo tan violento como el de los últimos dos meses. Hay 59 personas fallecidas por las protestas: 48 directamente en estas (47 civiles y un policía) y otras 11 por el bloqueos de carreteras y accidentes de tránsito asociados a las manifestaciones que demandan la renuncia de la presidenta Dina Boluarte y la salida del Congreso.
Rénique habla de la convulsión social, la miopía del gobierno y las élites limeñas y las demandas regionales. “Lo que sorprende de este momento es que los movimientos regionales no han podido ser confinados en su territorio. Hoy día hay una generalización de la protesta, una salida de las regiones”.
Estamos en el periodo más violento desde la recuperación de la democracia el 2000 y también en el más inestable. La polarización y los discursos violentos crecen. El índice de la revista The Economist califica ahora al Perú como un régimen híbrido. ¿Cómo calificas tú la actual situación política en el Perú?
Se trata de estallidos que se están dando simultáneamente. Para hacer una analogía sísmica, es como si una serie de placas tectónicas, que por mucho tiempo resistieron una enorme presión, ahora han sido activadas por fenómenos como la corrupción, que ocurre en todos los niveles del país, desde el gobierno central hasta los gobiernos regionales. Todo ello configura un espectáculo difícil de ocultar, que provoca reacciones de desconfianza, de falta de fe, de una crisis general de legitimidad.
El otro factor fue la pandemia, que introdujo el tema de la muerte con repercusiones que no podemos entender todavía. En tercer lugar, el despojo de los votos, que pasa por el espectáculo de abogados limeños confabulados en descalificar el voto de provincia, de distritos enteros, con argumentos profundamente ignorantes, insultantes, que configuran un espectáculo que revive lo peor de la herida centralista que existe desde hace mucho tiempo en el país y que reaviva el tema de que en el Perú, como incluso algunos voceros lo deslizaron sibilinamente, existen ciudadanos de diversas categorías y que esta ciudadanía no es igual para todos.
Todo esto configura un cuadro muy angustioso que pareciera anunciar el fin de un ciclo que en el caso del Perú se podría, en el ánimo de armar una periodización provisional, vincular al fin del ciclo que comienza con la restauración de la democracia con la caída de Alberto Fujimori.
Para hacer una analogía sísmica, es como si en Perú una serie de placas tectónicas han sido activadas.
¿Cuál de estos hechos considera que termina de implosionar la democracia peruana, el intento de golpe de Pedro Castillo?
En un cuadro donde la situación es ya de crispación, básicamente cualquier elemento percibido como la gota que rebalsa el vaso, como el elemento que rompe las barreras de las economías morales, puede ocasionar evidentemente una eclosión. Y evidentemente el 7 de diciembre ocurre un acontecimiento político que va a recibir diversas miradas. Hay miradas contrapuestas: cómo se mira por ejemplo la detención de Castillo en el auto que va hacia la Embajada de México, cómo se ve su apresamiento, cómo se ve la juramentación de la señora Boluarte. A partir de allí, tenemos una cronología dominada por la vorágine de los hechos que se nos vienen encima en tropel, que tenemos dificultad de ir asimilando y entramos en un momento en que ya estamos arrastrados por el estallido.
Entonces, recuperar la consciencia del escenario requiere un esfuerzo racional. Lo que aquí nos toca reconocer es que ha habido un estallido. Las culpas, las responsabilidades evidentemente son un tema que reciben múltiples miradas. Eventualmente en algún momento llegaremos a tener un cuadro claro de lo que nos ha pasado.
Desde el 2016 el Perú atraviesa una profunda inestabilidad y deterioro democrático, y tras la pandemia llega este periodo de fuerte represión y muerte. ¿Hay espacio para rescatar un debate serio sobre el sentido de democracia?
En estos días, precisamente preocupado por la situación del Perú, he estado leyendo bibliografía reciente sobre el tema de cómo comienzan las guerras civiles, cómo se analizan los escenarios de guerra civil. Y con esto no me quiero poner agorero o profético, sino que simplemente es una curiosidad intelectual. Uno de esos textos dice por ejemplo que hay un determinado momento de desenlace en que los factores socioeconómicos no son los más importantes, sino que lo son los factores simbólicos, es lo que los científicos sociales llaman la economía moral [como se denomina a una serie de mecanismos redistributivos y de ayuda recíproca, comunitarios].
El intento de despojo de los votos el 2021 revivió lo peor de la herida centralista en el país.
Entonces aquello que en otro contexto podría ser un incidente que ocupa las páginas interiores de un diario, se convierte en un factor desencadenante. Un clásico ejemplo es el vendedor de naranjas en Túnez, que un día decide protestar contra la policía, se echa gasolina y se prende fuego en la puerta de la Prefectura. Este es el acontecimiento que marca el inicio de la Primavera Árabe, que creó la mayor conmoción política entre el norte de África y el Medio Oriente hace una década.
Yo creo que [en Perú] aún estamos en tiempos de agitación. ¿En qué momento se recupera la cordura y se pueden ver las cosas con distancia? Nadie sabe cuándo va a llegar ese momento. Las muertes de Juliaca han creado una cadena de agitación, pero también de solidaridad, de un afán de participación política, de una conciencia del momento que aquellos que están en el negocio de cómo reprimir no pueden reconocer y, aquellos que no estamos en esa vertiente, sino que tratamos de pensar en lo que va a venir después y en el proceso de construcción de la nación, tratamos de entender las posibilidades que emergen de ese brote de conciencia presente en la movilización actual.
Otra cosa que debemos entender es que la gente se radicaliza y ese fenómeno, que es clásico del análisis de situaciones como esta, multiplica su velocidad con la presencia de la tecnología. Y no sabemos cuánta gente se está endureciendo impulsada por el miedo, por la desconfianza, en una posición que quizás nunca han tenido, de desprecio, de desdén, de rechazo; y cuántos otros se están endureciendo en una posición de basta ya, esto no puede seguir, necesitamos un país distinto.
¿Identifica algún otro momento de la historia peruana en democracia donde hayamos tenido una situación como la actual?
Creo que de alguna manera hemos vivido constantemente en una situación border dentro del proceso de construcción nacional con respecto al lugar que las regiones han ocupado en este proceso. Es decir, han habido largos momentos, en que Lima y el sistema oligárquico funcionaban y los estallidos eran fácilmente contenibles. Lo que sorprende de este momento es que los movimientos regionales no han podido ser confinados en su territorio. Si se hace un recorrido de estos movimientos, la dinámica era paro regional, cierre de carreteras, represión, mesa de negociación o mesa de diálogo, comisión de alto nivel y finalmente todo quedaba ahí.
Pero hoy día lo que tú tienes es una generalización de la protesta, una salida de las regiones, que para unos es debilidad del gobierno que haya permitido que la gente llegue hasta Lima y para otros es expresión de una voluntad de lucha que sorprende.
Las muertes de Juliaca han creado una cadena de agitación, pero también de solidaridad, de un afán de participación política, de una conciencia del momento.
Las anteriores movilizaciones regionales eran impulsadas por estructuras políticas reconocidas: sindicatos, frentes regionales. Ahora lo que vemos es una heterogeneidad de colectivos, no necesariamente con aspiraciones políticas sino que por el contrario cuestionan y desprecian la política.
Efectivamente, no hay intermediaciones políticas y yo me atrevería a decir, que esa es la debilidad y la fuerza de este movimiento. ¿Por qué es la fuerza? Porque no requiere una coordinación ideológica, política, donde lo que manda son los perfiles caudillescos, interesados, manipuladores, ideológicos de un puñado de líderes, sino que es la indignación la que está al comando, y esto es también su fragilidad porque no sabemos cuál va a ser el destino de toda esa indignación.
Ni siquiera en países con un nivel político de mayor sofisticación, cuando los movimientos indignados pasaron a la política, se pudo desarrollar la ingeniería que se requiere para transformar lo social. En ese sentido, el riesgo es que el sistema político termine siendo visto como una trampa, que para unos es el orden y la ley y para los otros es una camisa de fuerza.
LIBROS. El historiador José Luis Rénique ha publicado una serie de ensayos necesarios para entender el Perú.
Imagen: La Siniestra editores
Las regiones del sur son el foco principal de las protestas en el Perú, y muchas personas hablan de “el sur” como si fuera un territorio homogéneo cuando no lo es, hay pueblos quechuas, aymaras, comunidades y ciudades. ¿Cuál es tu análisis sobre los motivos detrás de estas protestas en esta parte del país?
Hay evidentemente un trasfondo muy grande. Esto es complejo y lo podría sintetizar en esta imagen. En el caso de Puno y la región altiplánica, hay que recordar que esta fue por varios siglos parte central de un gran circuito mercantil que sustentaba la producción fundamental del virreinato sudamericano. Entonces, había una dinámica de relación entre comunidades y Estado, había una serie de fórmulas de derecho consuetudinario que se fue creando en medio de la dominación colonial, que siempre es imaginada como puramente despótica. La República barre todo eso e inventa el aislamiento de Puno, y eso crea una cultura política propia.
Lo que quiero decir es que cada región tiene su propia historia de relación con el gobierno central y esa historia no entra dentro de la historia que hemos aprendido en el colegio. No somos muy conscientes de la historia que es la base de los reclamos regionales y creo que cuando se habla de dignidad, que cuando se habla de quechuas y aymaras, cuando la gente llega a Lima a protestar vistiendo la ropa que viste y levantan símbolos como los que levantan, están hablando de esa historia. Y esa es la oportunidad que tiene el sistema político peruano para remozarse para extender su legitimidad, para refrescarse.
La gente se radicaliza y esto multiplica su velocidad con la presencia de la tecnología.
Hay una enorme incapacidad de la élite limeña y política para tratar de entender el discurso detrás de las protestas. Desde el gobierno la respuesta ha sido acusar la interferencia extranjera de Evo Morales y Bolivia en las protestas del sur.
Hay algo en el sistema político medio perverso, medio complicado, que hace que los que están al centro del poder terminan encarnando viejos papeles históricos y se porten como viejas élites.
¿Considera que hay un discurso racista detrás?
Mi condición de profesor me hace rehuir un poco las generalizaciones. Hay respuestas provisionales, pero la naturaleza del poder en el Perú ha sido arañada en la superficie y creo que estos momentos son los que dejan enormes lecciones. Lo que hay es un grito de indignación y hay que saber leer lo que lo que hay detrás de eso.
En uno de tus libros recoges una cita de Flores Galindo (Buscando un inca, 1987) que dice: “El Perú es fundamentalmente la expresión de un nuevo y reiterado enfrentamiento entre el mundo andino y occidente”. ¿Crees que esta cita sigue vigente?
Basadre dijo en los años 30 que el gran reto de la intelectualidad peruana era entender el llamado problema del indio, de ese libro al último libro de Peter Elmore Los juicios finales, hay una larga trayectoria –que incluye evidentemente a mi amigo y profesor Alberto Flores Galindo– sobre cómo entendemos el Perú en términos de construcción nacional. Arguedas, evidentemente, es uno de los picos más altos de esa tradición.
Yo creo que hay una corriente en el país de negacionismo. Hay muchos peruanos limeños que tienen una imaginación del Perú que parte por distinguirse de Ecuador y de Bolivia, y eso no nació ayer. Eso es viejo y eso viene de raíces que hay que analizar y que es responsabilidad de nosotros los historiadores. ¿Por qué se concibe al Perú de esa manera?
Es muy difícil medirlo. Cuando empezó el gobierno de Castillo, Cerrón decía ahora viene la confrontación, ahora vamos a sacar del medio a los caviares. Pero no solo eso, todo ese desprecio además por la academia, los prejuicios respecto a algunas universidades, son expresión de ese problema. Pero necesitamos explicarlo, necesitamos un país donde sean leídos a historiadores como Flores Galindo. Necesitamos un debate de ideas, donde los historiadores miren al país en su conjunto y no se dediquen simplemente a celebrar el Bicentenario como si fuera el gran hito de la historia del Perú.
Hemos vivido constantemente en una situación border dentro del proceso de construcción nacional
Si hablamos del movimiento indígena peruano, ahora, a diferencia de hace dos o tres décadas, hay nuevas generaciones de hijos de campesinos con estudios superiores, con liderazgos conscientes e informados de sus derechos ciudadanos y que revaloran su identidad. ¿Cómo entender la convulsión social del Perú en un contexto más global, donde se está discutiendo el rol de los grupos identitarios en la democracia?
Lo étnico es muy fluido. En 1995 junto a un grupo de académicos fui a Bosnia Herzegovina y una de las cosas que más me impresionó fue mirar el nivel de destrucción y escuchar a personas que te decían yo descubrí que era un bosnio musulmán el día que sonó el primer disparo en mi pueblo.
Las afiliaciones étnicas resurgen y salen a la superficie de las maneras más inesperadas. Las identidades étnicas no son aquello que como una piedra filosofal se pasa de una generación a otra, esa es la versión escrita en la historia étnica. La versión vivencial tiene que ver con la reacción a la persona que dice que la wifala es un mantel de chifa. Es decir, eso de repente está generando una adhesión étnica inesperada, como de rechazo a la ofensa, estos son temas sobre los que los peruanos tenemos mucho que decir, tenemos mucho que conversar, pero que como tú sabes bien están apagados y nublados por la disputa política pequeña, que es la que domina la escena en situaciones como esta.
Creo que solo de un diálogo que incluya estos temas puede salir una recuperación del sentido de visión nacional. Tenemos una tradición intelectual, tenemos una tradición histórica, tenemos libros que leer, pero en una situación como ésta en que la pasión está dirigida al insulto y a la descalificación y en el que solo el tratamiento de ciertos temas ya nos hace merecedores de un epíteto en las redes.
Veinte años después del conflicto armado interno, actores políticos con poder usan este periodo de violencia para crear miedo y tildar de comunistas o terroristas a manifestantes o incluso a personas que discrepan del discurso oficial. ¿Crees realmente que en este contexto de convulsión hay ideología en las protestas?
Siempre hay ideología. Pero mira creo que es muy interesante la pregunta que me haces porque creo que lo que hay de ideología son filtraciones y chorreos que han ido cayendo, difundiéndose hacia los niveles provinciales distritales del país y que hoy día salen en el discurso de la señora [Aida] Aroni que increpa a los policías. Ahí, por ejemplo, hay ideología, hay un radicalismo que no viene de los textos, hay un radicalismo que viene de la vivencia y los que hacen política, en lugar de aprovechar este momento, lo que hacen para hacer más identificable y reprimible el escenario le lanzan lo pintan con ideología política. Eso es terrible, eso es empobrecedor, eso es perder una oportunidad.
No puedo entender cómo personas relativamente inteligentes pueden reverdecer denominaciones ideológicas de un diccionario de corte contrainsurgente, que más suena a manuales de la Guerra Fría que a intentos serios de entender al otro. El otro día escuché a un periodista de televisión diciendo que el [ex presidente Francisco] Sagasti era un agente del comunismo internacional.
Los que están al centro del poder terminan encarnando viejos papeles históricos y se porten como viejas élites.
Bueno, ciertos sectores creen que Perú ha tenido 20 años continuos de comunismo.
Y la Internacional Comunista fue desbaratada en los años treinta. Hay que preguntarse por qué hay un sector de la política peruana que se empeña en retrotraernos a épocas que no tienen nada que ver con lo que está ocurriendo. Para revincularnos con este país que sale a la superficie, yo creo que tendríamos que tener la cabeza limpia y el ojo claro para entender de qué se está hablando en este momento. ¿Qué es lo que estamos sembrando cuando perdemos la oportunidad de establecer un nuevo pacto? ¿Qué se pierde cuando decimos que la demanda de renuncia de la Presidenta es solamente el reclamo de una pequeña fracción de ultraizquierdistas?.
Mirando comparativamente lo que ha ocurrido en otros países y recorriendo la literatura de ciencias sociales creo que estamos sembrando infiernos peores porque el problema del Perú es estructural. El problema de la política peruana no se va a resolver mañana. El nuevo gobierno, el nuevo Congreso, probablemente va a tener las mismas características o peores que lo que hemos tenido hasta ahora y el conflicto político va a volver. Si nosotros no entendemos que el problema pasa por desarrollar una conducta diferente en el país en erupción en que vivimos, vamos a seguir repitiendo lo que hemos hecho en estos dos miserables meses, dos meses nada más que nos han costado tantas vidas y tanta angustia.
¿Cuál crees que será el futuro de la izquierda en Perú tras la gestión, intento de golpe y destitución del presidente Castillo?
En Incendiar la pradera (La Siniestra, 2018) intentaba mostrar algunos dilemas que han terminado estallando. Hay una izquierda limeña que va de Lima hacia el país, con el intento de capitalizar la fuerza telúrica del país, y convertirla en proyecto político para destronar al Estado criollo y crear un estado diferente, una sociedad integrada. Pero ese proyecto fracasa entre los años 80 y 90 y es sepultado por una combinación de factores: Sendero Luminoso evidentemente fue un factor fundamental.
Ahora, hay otra izquierda que dice aquí más importante que destruir a la derecha es destruir a esos caviares que han intentado colonizar el país con sus ideas progresistas, identitarias, de doble moral, y que cree que en el fondo no son sino nuevas versiones de la misión civilizadora de los capitalinos hacia el resto del país.
Esa izquierda que es la izquierda representada por Perú Libre, ha tenido la oportunidad de mostrarnos algo de su talante y de su corte social y moral, no sé si ya podemos sacar conclusiones, pero lo ha mostrado en este último año y medio. Entonces, hay una izquierda que fracasa y otra que no da la talla. ¿Cuál podría ser la otra representatividad de la izquierda? ¿El señor Antauro Humala? A mí no me parece.
Entonces, ¿quién va a representar ese voto ahora? ¿Los que reprimieron, el señor Cavero o la señorita Tudela van a pedirle el voto a la gente de Quispicanchis, de Canas? No lo veo ¿El fujimorismo extenderá sus redes partidarias hacia el interior del país? ¿Un frente de derecha con un militar con mano firme como el general Chiabra? Puede ser. Ese es el panorama al que nos enfrentamos, donde las fuerzas políticas están en pleno estado de definición.
Lo que hay es un grito de indignación y hay que saber leer lo que lo que hay detrás de eso.
Ha hablado de los radicalismos, y en el imaginario colectivo se suele asociar el término a la izquierda cuando también hay radicalismos de derecha. Los grupos extremistas como La Resistencia y Los Combatientes son algunos de ellos.
El radicalismo es una palabra muy mal usada. Creo que hay una posición de democracia radical, que me parece que tiene que ser escuchada. ¿Y por qué democracia radical? Porque se abre a cambios y ampliaciones de la escena política, que explícita o implícitamente son negadas por otros actores del espectro político.
Yo creo que cuando tú escuchas al congresista Montoya y a otros de sus excolegas militares, estás escuchando un discurso prácticamente contrainsurgente. Y como en el Perú en este momento no hay posibilidades de un debate de ideas, con un cuestionamiento razonable, entonces esos discursos encuentran terreno fértil en una clase media asustada, urbana, que está ya en un tono defensivo.
En esta situación de inflamación es sumamente difícil imaginar una especie de centro izquierda que recoja, por ejemplo, el discurso del rector López Chau, que es un discurso perfectamente razonable, o el de la academia.
Yo no sé si hay ese espacio político en el Perú, y si en un proceso electoral próximo habrá la posibilidad de reconocer que hay un radicalismo en la demanda regional y no es el radicalismo de los textos, no es el radicalismo colindante con la violencia, si no que se trata de un radicalismo que busca un cambio radical, un cambio de verdad, que prevenga que la distribución de recursos a nivel regional se quede dentro de una órbita que impide que llegue el dinero a la obra pequeña en los distritos alejados. Eso es una forma de radicalismo; es decir, yo quiero un cambio que signifique que me traten bien, que la policía no me pegue, que no me insulte porque soy indígena, eso es el radicalismo en el Perú.
Necesitamos un debate de ideas, donde los historiadores miren al país en su conjunto y no se dediquen simplemente a celebrar el Bicentenario como si fuera el gran hito de la historia del Perú.
¿Cuál es tu impresión sobre Dina Boluarte como figura política, la primera mujer presidenta, quechuahablante de una de las regiones que es foco de las protestas, que llegó al gobierno en un plancha que hablaba de cambios y que acabó gobernando con el apoyo de sus anteriores detractores?
No recuerdo otro personaje que ante nuestros ojos haya pasado por una metamorfosis tan rápida, tan impune, tan desvergonzada como la que ella ha vivido. De cantar huaynos en los consejos descentralizados a hacerse eco de un discurso contrainsurgente que parece sacado de la época de la Guerra Fría. Y en el camino, utilizando su condición de mujer, su imagen maternal, su conocimiento de la cultura de su pueblo. No sé cuál será su destino, pero como personaje histórico merece ser objeto de estudio.
La democracia está deteriorada y amenazada en varias partes del mundo. En Europa hay un avance de partidos de extrema derecha. ¿Cuál crees que es el futuro de la democracia en el Perú? ¿Crees que hay elementos que están configurando el tránsito hacia un gobierno que podría ser más represivo y autoritario?
Todos los temas de los que hemos conversado están atravesados por la globalización. Yo creo que tenemos que prepararnos para una situación así [de tránsito hacia un gobierno más represivo] y ese tipo de regímenes conllevan peligros extremos que ya los estamos viendo, policías haciendo campañas psicosociales en colegios o de números telefónicos para denunciar la apología del terrorismo, etcétera. Esto va a ser visto como los primeros indicios de un cierre del espacio público y eso nos va a poner a todos contra la pared, a todos los que creemos que una discusión abierta es un insumo fundamental para seguir construyendo una nación libre y autónoma.