TRABAJO COLABORATIVO. Narel Paniagua y algunas mujeres indígenas Lamas leyendo los libros producidos en conjunto sobre el uso de palmeras.
El trabajo de Narel Paniagua no se limita a conocer y registrar las diferentes plantas que utilizan los pueblos indígenas, sino que intenta comprender las razones por las cuáles se usan y cómo este uso se relaciona con el entorno. Su trabajo con las comunidades, desde hace dos décadas, se ha caracterizado por una relación cercana con todos los miembros y un trato horizontal. Al finalizar, retorna los conocimientos obtenidos en forma de libros en los que los miembros de la comunidad aparecen como coautores y ella como editora.
Narel Paniagua estudió biología en la Universidad Mayor de San Andrés, en La Paz, y, luego de trabajar con el reconocido botánico norteamericano Robin Foster, decidió dedicarse a la etnobiología, una rama especializada en estudiar el conocimiento tradicional del uso de plantas en comunidades indígenas, locales y urbanas. Desde entonces, la científica boliviana ha publicado más de 200 artículos científicos en revistas indexadas como Nature Plants, PlosOne y Ethnopharmacology. En 2019, su trabajo en las comunidades de Bolivia y Perú la hizo merecedora del premio de la Organización para las Mujeres en la Ciencia para el Mundo en Desarrollo de la fundación Elsevier.
Nuestros trabajos no tienen ningún sentido si no los hacemos con las comunidades".
A pesar de su trayectoria en la etnobotánica y sus reconocimientos, Narel Paniagua explica que, durante el desarrollo de su trabajo, también enfrentó reticencias en el ámbito académico para otorgar el reconocimiento que las comunidades se merecen. El racismo, los criterios de las revistas especializadas para aceptar a alguien como autor y los tiempos de entrega de las investigaciones son solo algunos de los obstáculos a los que se enfrentan los investigadores que intentan llevar a cabo este trabajo colaborativo.
En este contexto, OjoPúblico conversó con la especialista sobre los retos que enfrenta la comunidad científica para generar una investigación más participativa, que reconozca el papel de las comunidades indígenas en la conservación del conocimiento tradicional y les otorgue el título de coautores dentro de las publicaciones.
Existe la idea de que el trabajo de los científicos con las comunidades se ha caracterizado porque estos profesionales vayan, conversen con algunos miembros de una determinada comunidad, les pidan que les muestren algunas especies o áreas y, luego, retornen a sus laboratorios a publicar las investigaciones como un trabajo individual…
Sí. Por mucho tiempo, el trabajo que nosotros [los científicos] hemos hecho ha sido prometer devolverles algo y, por un montón de factores que a veces escapan a nuestro rol de investigadores, no se les puedes cumplir: no se les devuelve la información y queda como algo que prometes y no cumples.
Pero, de acuerdo al protocolo de Nagoya, ellos [los miembros de las comunidades] deberían tener una participación activa en los proyectos de investigación que se desarrollan dentro de sus áreas e involucran sus recursos y su conocimiento. Si ellos no toman alguna decisión en relación [a la investigación], no están participando, son sujetos de investigación. Básicamente, tu investigación va en un solo sentido, no es de ida y vuelta; y las investigaciones deberían ser de ida y vuelta.
¿De qué manera el trabajo que ha venido haciendo en los últimos años se diferencia de la labor que tradicionalmente se ha hecho desde la ciencia occidental?
Lo que nosotros [Narel Paniagua y su esposo, Rainer Bussmann] hemos tratado de hacer durante estos años ha sido devolver información a cada una de las comunidades con las que trabajamos en Perú y Bolivia. Hemos tratado de documentar el conocimiento tradicional y devolver a las comunidades un libro específico para cada una, con la comunidad como coautora. De forma que esta información vuelve y su conocimiento tradicional puede ser utilizado como una herramienta en la conservación.
LIBROS. Ravi Ortiz, presidente de la Central Indígena de la Región Amazónica de Bolivia (CIRABO), en la entrega del libro “Los Chácobo y su Historia en el Siglo XX”.
Foto: Narel Paniagua-Zambrana & Rainer Bussmann
¿Cuál es el impacto que genera la entrega de estos libros que reconocen la coautoría de las comunidades?
Eso empodera y genera una visión de valor, que ellos no percibían en su conocimiento tradicional. A veces, uno no se da cuenta del valor que tiene hasta que no lo ve, y pasa lo mismo con ellos. Si vas y les explicas, los haces partícipes, tomas sus comentarios y sugerencias para incluirlas en el proyecto; entonces, haces que tengan más confianza en que las investigaciones que estamos haciendo realmente les pueden servir a ellos, y no solamente a nosotros [los investigadores].
Recuerdo cuando trabajamos con una comunidad en Perú —los Lamas, creo—. Llegamos, hicimos las entrevistas y hubo otro grupo de la comunidad que no quiso que los entrevistemos y, después de seis meses, volvimos con los libros y entregamos uno a cada familia y veían que en las fotos aparecían ellos. En ese momento, [el otro grupo] nos empezó a preguntar ‘¿cuándo van a venir con nosotros?’. Ahí rompes un poco estos esquemas y abres puertas a otras investigaciones. Las personas empiezan a creer y ellos están viendo que lo que hemos prometido sí ha vuelto, pero tienen que asimilarlo bien y es lo que nosotros, como investigadores, no estamos entendiendo.
¿Cuál es la principal dificultad con la que se encontró al intentar dar visibilidad a las comunidades y ponerlas como coautoras?
Ha sido muy complejo porque tú puedes querer poner a la comunidad como coautora, pero muchas revistas, incluso muchos revisores y editores, tienen como criterio que la persona que escribe debe tener cierta formación. Entonces, cuando hemos publicado trabajos, nos han preguntado si ellos sabían leer y escribir, al margen de que te preguntan si tienen doctorado o cualquier otra cosa.
Realmente son muchas limitaciones desde nuestro lado, como científicos, más que desde el lado de ellos [los pueblos indígenas y locales]. Si nos tomáramos el tiempo de explicarles mejor [los proyectos], creo que podríamos tener una respuesta bastante enriquecedora, porque los criterios que ellos tienen están basados en su vida en contacto con la naturaleza y en los recursos que queremos estudiar, entender y conservar.
Entonces, los requisitos que ponen las revistas indexadas y los editores de las mismas juegan un papel fundamental.
Totalmente. Por eso, hemos tratado de que ellos reconozcan el cambio a partir del trabajo colaborativo que realizamos. Porque, al final, nuestros trabajos no tienen ningún sentido si no los hacemos con las comunidades, porque no es que ellos sean informantes como siempre se los ha llamado, son participantes y ese también es un término que está siendo muy difícil de reconocer.
El racismo y los criterios de las revistas para aceptar a alguien como autor son algunos obstáculos para realizar un trabajo colaborativo".
¿Qué considera que hay detrás de esa reticencia para reconocer a las comunidades como creadoras y poseedoras de este conocimiento?
En Latinoamérica está el tema de que, por muchos años, el trabajo con comunidades lo hacían extranjeros. Creo que, desde los últimos 20 o 30 años, lo estamos haciendo más los locales, pero nuestra idiosincrasia es racista. Entonces, como científicos y como alguien que ha estudiado, [ese factor] no nos permite llamarlos contraparte en la investigación. Es nuestra forma de pensar y de visualizar lo que no nos permitimos involucrarlos de otra forma y tomar en cuenta sus consideraciones, sus experiencias de una forma incluyente. Realmente es triste, y yo espero que cambie en algún momento.
¿Cómo debería ser el trabajo colaborativo entre el conocimiento tradicional y el conocimiento científico?
Lo que deberíamos hacer, como investigadores que trabajan con comunidades, es ir y proponer el proyecto a la comunidad, explicarles de tal forma que entiendan claramente lo que queremos hacer, el por qué y el para qué queremos hacer eso. Además, ellos deben tener claro cómo serán beneficiados con esa investigación. Ese también debería ser un aspecto importante en cualquier planteamiento de proyecto, aunque muchas veces no se hace.
Además de devolver la información recabada en libros, ¿de qué otras maneras se puede dar este trabajo colaborativo?
Nosotros, por ejemplo, desde hace cuatro años hemos venido desarrollando un proyecto en el que hemos capacitado a gente local para hacer el trabajo. O sea, ellos han aprendido a diseñar un cuestionario, a hacer las entrevistas, a registrarlas, a vaciar esa información en bases de datos y a participar en la elaboración del libro final, que hemos devuelto a las comunidades. Entonces, si les das las herramientas y les das los insumos para que ellos puedan hacer las investigaciones, podríamos colaborar de una forma impresionante.
COLABORACIÓN. El equipo etnobotánico de la comunidad de Chácobo, luego de ser capacitado para realizar su propia investigación.
Foto: Narel Paniagua-Zambrana & Rainer Bussmann
Esto puede ser muy beneficioso en un contexto como el que vivimos actualmente.
Sí. Si no puedes ir, como en este caso, ellos pueden registrar la información, te la pueden mandar y podemos analizarla juntos. A veces, analizar los datos sin conocer el contexto hace que interpretemos de ciertas formas que no necesariamente se ajustan ni se adecúan a la realidad local. Entonces, si las conversamos y dialogamos con ellos, tal vez, podríamos tener una perspectiva más amplia del por qué tenemos estos resultados y, luego, unas recomendaciones más sólidas.
¿Existen algunos proyectos en los que la generación de estos conocimientos ha ido de la mano con la resolución de problemas que enfrentan las comunidades?
Sí existen, pero pienso que con comunidades es muy complejo extrapolar, pues la forma en la que las comunidades se relacionan con el entorno es muy particular, y está bastante relacionada con el contexto local. Por eso, creo que estos proyectos de red funcionan en algunos lugares y en otros no.
Por ejemplo, con el caso del acai, una fruta que tenía tradición de consumo en Brasil. Pero en lugares como Bolivia, Perú y Colombia, no. Comían el palmito, pero no el fruto y, ahora, les dicen que ese fruto es para vender, debido al boom de Brasil. Eso es bastante complejo porque rompe con los esquemas tradicionales con los que funcionan.
Siempre vamos y hacemos todos los planteamientos desde nuestra perspectiva, desde nuestro contexto y desde nuestra necesidad y nunca nos ponemos, ni siquiera, a equilibrar la balanza. No conozco ningún proyecto que haya intentado equilibrar esa balanza.
Siempre vamos y hacemos todos los planteamientos desde nuestra perspectiva, desde nuestro contexto y desde nuestra necesidad”
El hecho de que no se incorpore a las comunidades en la investigación ni se realice una devolución del conocimiento genera que, finalmente, los hallazgos no se apliquen y no tengan una utilidad.
No le dan una aplicación porque no lo entienden. Como científicos, hacemos muy pocos esfuerzos para que la información que generamos sea entendible, no solamente para las comunidades, sino para todo el público en general. No hacemos un trabajo a ese nivel y nadie nos obliga. Más allá de publicar tus investigaciones en revistas indexadas, creo que muchas veces deberíamos ver el impacto a otro nivel.
Esto coincide con una crítica que se le suele hacer a la investigación científica convencional, que es quedarse en el terreno teórico, sin darle un uso práctico a ese conocimiento.
Por eso, como biólogos, etnobiólogos, conservacionistas, en algún momento tenemos que parar y ponernos a reflexionar hasta qué punto el trabajo que hemos hecho ha servido. Porque publicamos mucho, trabajamos en cosas interesantes, pero estamos viendo en las noticias diarias destrucción, devastación, este virus.
Realmente no nos hemos puesto a pensar hasta qué punto todo lo que hemos trabajado está sirviendo y si no, por qué no está sirviendo. Ni siquiera el aspecto básico de comunicación está incluido en muchos proyectos. Como científicos, el paso que realmente no hemos dado es la difusión y aplicación de nuestra información.
¿Cuál sería su reflexión final sobre el trabajo de investigación que se da, actualmente, entre científicos y las comunidades?
Con algunos colegas con los que estamos viendo [la investigación colaborativa], pensamos que es triste [la situación] porque para muchos investigadores es un acabose [es decir, una catástrofe] querer visibilizar a las contrapartes locales como participantes o colaboradores. Para ellos son informantes.
Entonces, es complicado. No sé hacia dónde va a ir y tampoco hasta qué punto el tema de la pandemia está haciendo que la gente se dé cuenta de que tenemos que comenzar a trabajar más participativamente y más activamente en la labor que hacemos con comunidades, para que entiendan que muchas cosas van a estar y deberían estar en manos de ellos. Creo que, como científicos, es importante reconocer el valor de todos los tipos de conocimiento.